Capítulo 17

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La adrenalina que me había impulsado a aceptar la invitación de Alexander, había desaparecido. Ahora solo me temblaban las manos y no dejaba de pensar en la hora, había metido ropa bajo las mantas de mi cama por si a mi madre se le ocurría darme un vistazo, algo poco probable, pero igual no estaba tranquila.

Llevábamos diez minutos sobre la motocicleta, y por el camino que Rivero estaba tomando, tenía una idea de hacia dónde nos dirigíamos.

La ciudad solía ser un lugar agradable, no habían tantas personas como en otros lugares y era bastante tranquila, no cambiaría por nada vivir en medio de la nada, pero debía admitir que aquel lugar era armónico, al menos en su mayoría, ya que en la estación de trenes cerca del puerto solían darse las apuestas y carreras de motocicletas y automóviles, o al menos eso había escuchado hablar por parte de algunos de los alumnos del colegio, y a ese lugar era al que íbamos, lo supe al ver los trenes abandonados, y las luces y bullicio del otro lado de estos. Alexander apagó su moto, bajo de ella, se quitó el casco y luego me dio la mano para que me bajara con él.

Me solté de su agarre al tener los pies en la tierra y también me quite el casco.

Clavé mis ojos en él con dureza, no quería estar allí y no podía llevarme solo porque a él se le daba la gana. 

Frunció el ceño.

—¿Por qué estamos aquí? Es peligroso.

Él rió como si yo estuviera exagerando y tomó mi mano entrelazando nuestros dedos.

—Es peligroso dependiendo de con quien vengas, estas conmigo, así que no te pasará nada, Naira. Confía en mi.

Su voz era seria y profunda, estaba totalmente convencido de sus palabras, como si fuera el manda más de aquel lugar de poca monta.

—No me interesa si eres una versión bizarra de Hache o Toretto, yo no vengo a estos lugares porque no me gustan —bufé intentando no estar tan molesta—. Debiste decirme a donde era que veníamos.

Alexander asintió y tragó saliva para luego observar a su alrededor. Parecía totalmente descolocado, sin saber que hacer o decir ante mi actitud ¿Esperaba que saltara en una pata de felicidad al ver aquel lugar? Si de solo de verlo me temblaban las piernas, los trenes estaban viejos y rotos, el lugar era arbusto por todos lados, las luces de la ciudad no llegaban hasta ahí y lo único que iluminaba el lugar espantoso era la luna. Era aproximadamente un kilómetro de soledad total, sin contar que detrás de una fila de trenes se estaba ejerciendo un sin fin de actos delictivos de los cuales no tenía ganas de participar. Yo no era una Babi y él mi Hache, para película adolescente me quedaba con Sierra Burgess es una loser, que al menos la chica pasada de peso se quedaba con el galán y chico bueno.

Si, Noah era mi crush.

Alexander suspiró y bajó la mirada al suelo mientras movía su pie con ansiedad.

—Tienes razón —concedió al fina—, debí decirte a donde veníamos, pero me deje llevar, no creí que fueras a tener miedo conmigo.

No caigas en su cara tierna.

Mordí mi labio y cerré los ojos un instante, debía haber alguna razón coherente para que me llevara allí en medio de la noche.

—¿Por qué me trajiste aquí?

Alexander elevó su rostro y me observó con un brillo extraño en sus ojos.

—Sé que puedo ser un pendejo inmaduro a veces, pero en serio me gustas y que pienses quien sabe qué barbaridades de mi, me duele —se acercó a mi y con su mano libre tomó mi barbilla elevando mi rostro para que lo observara —. No soy un santo, eso lo saben todos, pero solo hay un delito que cometo, y es ayudar a los organizadores de estas carreras a conseguir gente que quiera participar...

Centro de rehabilitación para enamorados (Completa) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora