Capítulo 30

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Llegar a mi casa ese día no era para nada mi prioridad, solo deseaba haberme quedado en la acogedora recámara de Matías mientras él me servia otro café con galletas, pero para cuento de hadas estaban los libros, la realidad era otra. Me tocaba sacudirme la ropa, curarme las rodillas y levantarme con la cabeza en alto de aquella caída de un rascacielos.

No había dormido casi nada, quizás tres horas, Matías había sido la mejor compañia para el momento que estaba pasando, por suerte, tras aquella pequeña charla sobre el tema de Alexander y al no haber obtenido una respuesta de mi parte, no volvió a preguntar, aunque seguramente entre todas esas opciones que dijo tener en la cabeza, lo que me había sucedido sería una de ellas.

El auto de Matías. Bueno, realmente de su hermano, se detuvo frente a mi casa, ya se veía movimiento dentro, la puerta de entrada estaba abierta y se veía con claridad el interior. Anthony solía realizar reuniones "pequeñas" para sus cumpleaños, invitaba unos cuantos amigos y amigas, los cuales traían bebidas, comida y demás, eran ese tipo de fiestas donde todos colaboran. Obviamente mis padres no estaban, no era como que les dieran importancia a los cumpleaños, así que optaron por en cada cumpleaños darnos dinero como regalo y dejarnos el día la casa sola para que hagamos una fiesta pequeña. Las de Anthony eran las mejores, porque podía conocer gente nueva, las mías solían ser una pijamada con Frida y Savia, donde nos atascabamos de comida con el dinero, y las de Savia siempre eran una salida al parque de diversiones.

Me desabroche el cinturón de seguridad y observé a Matías con una media sonrisa. Él me la devolvió, sus ojos profundos se achicaron y dos hoyuelos hicieron aparición en su rostro. Una de sus manos se apartó del volante para tomar mi antebrazo con delicadeza, haciendo un poco de presión.

—Sabes que si necesitas algo solo debes llamarme—me recordó —. No importa la hora, encontraré la manera de ayudarte.

Una pequeña brisa ingresó por la ventana a su lado, haciendo que su cabello castaño se meneara con total libertad, se veía suave y brillante. 

Lamí mi labio y desvié la mirada un momento observando hacia la puerta de mi casa. 

—¿Puedo pedirte un favor ahora? —mi voz estaba inestable y estaba segura que podía sentir el temblor de mi cuerpo bajo su tacto. Asintió —¿Podrías averiguar con tu padre qué tipo de pruebas necesito para hacer que... —me dolía lo que iba a decir, me dolía tanto que me costaba aceptarlo, y aunque aún no sabía qué medida tomar, quería tener todos los panoramas claros para un futuro.

—Puedes decirme —me animó alejando su mano y volteando en mi dirección mientras acomodaba sus lentes que se habían caído un poco.

Acomode mi cabello detrás de mi oreja de manera inconsciente, buscando algo en lo que centrarme que no fuera en ese miedo que tenía, buscando pensar en algo que no fuera la mierda que estaba a punto de decir.

—¿Se puede expulsar a un alumno por tomar, difundir y vender fotos íntimas de otra persona? —lo solté así, a quemarropa, sin tapujos o indirectas. Lo solté de la manera tan asquerosa, como lo era.

Matías cerró sus ojos y dejó escapar el aire con lentitud por su nariz, como si estuviera buscando dentro la manera de responderme, como si se maldijera. O quizás como si justo eso fuera lo que no quería escuchar. Volteo, apoyó el antebrazo sobre el volante y luego su frente allí, quedando con el rostro cubierto.

No se movió a pesar de que lo escuchaba respirar con irregularidad y rapidez. Lo escuche murmurar algo de forma tan baja que me fue imposible entender y entonces giró su cabeza sin alejarla de su brazo.

Sus lentes se habían movido, quedando muy mal puestos, sus labios estaban húmedos y la mirada que me daba se notaba cargada de algo que no entendí.

Centro de rehabilitación para enamorados (Completa) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora