Capítulo 45

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Cuando Alexander estacionó su motocicleta a pocos metros de mi y lo observé, me replanteé nuevamente si tomé la decisión correcta al aceptar verlo. Creer en mi verdugo era tonto, cualquier persona con dos dedos de frente lo sabría, si Frida (además de hablarme) o Savia supieran mi actitud, me golpearían en la nuca y dirían "Estúpida. Tu corazón, idiota! pero ellas no estaban al tanto, y no tenía la intención de que lo estuvieran. Este es nuestro secreto.

En cuanto el chico frente a mi se quitó el casco y acomodó su cabello con sus dedos, recordé una de las cosas que lo hacían mi crush, podía haber sido un patán, pero lo deseable no se le iba. Alexander no bajo de su monstruosidad, tan solo me observó con seriedad y me hizo una señal con su cabeza para que me acercara. Lo hice de inmediato, cuanto antes acabara con todo el asunto, más rápido llegaría a mi casa a atender el tema de la adoptante de Bundo. 

Cuando me detuve a su lado me tendió el casco que segundo atrás llevaba él y fruncí el ceño.

—¿Y para ti? —pregunté buscando el otro que siempre cargaba.

—Lo olvide, pero no importa —hizo rugir el motor —. Sube, no podemos hablar aquí.

Suspiré sin ganas, era cierto que ya e había dicho de algún lugar solitario, pero ahora la idea ya no me resultaba para nada atractiva, y más si él iría sin un maldito casco. Sin embargo, la seriedad de su mirada y penumbra de su voz me hicieron no cuestionar o negarme, había algo realmente escondido detrás de aquel pedido. Conocía a Alexander demasiado como para saber cuando no estaba de buen humor o le pasaba algo grave. Quizás había sido ingenua a la hora de no ver su mentira e intenciones... bueno, en realidad siempre supe que no debía confiar, pero lo hice a pesar de todo, y tenía claro que en esos momentos, él no estaba mintiendo.

Treinta minutos tardamos en llegar a aquella fábrica abandonada que me recordaba a The walking dead, lo seguí a pasos firmes a unos metros y no pude evitar recordar la primera vez que había estado allí, cuando confesó lo que sentía por mi. 

Quizás no estaba enamorada, pero fui ilusa al creer que no me dolería nada más, porque en aquel momento el corazón se me estaba estrujando.

No espere una invitación y me senté en el viejo sillón en cuanto llegamos a él, Alexander me dio una rápida mirada antes de agacharse frente a mi y meter la mano debajo del sillón. Su brazo chico con mi rodilla, transmitiendo su calor. Había olvidado aquello, esos roces imprevistos y sin aviso.

Segundos después se incorporó con unos papeles en su mano, suspiro observandolos y se sentó a mi lado. Con tranquilidad los apoyó sobre sus piernas y comenzó a pasar uno por uno observandolos con detenimiento. Sus pupilas se movían de un lado a otro sobre las letras, sus manos pasaban de un papel a otro con agilidad y movía una de sus piernas sin parar.

—¿Qué buscas?¿Esa es la información que te pedí? —asintió sin observarme —Damelo entonces —pedí con nervios.

Alexander negó.

—No es todo esto, buscando la información que me pediste encontré otras cosas —me explicó con suavidad —. No sé que haré con la información, pero la tendré guardada por las dudas.

—¿Es algo en contra de Aldo?—indagué totalmente interesada y él dejo salir una risa sarcástica.

—Ese hijo de puta es un simple barco de papel al cual pueden hundir en cualquier momento —se detuvo en uno de los papeles —, el verdadero responsable es otro... u otros —giró su cabeza hacia mi con determinación y cerró los ojos con agonía, como si le estuvieran condenando a quien sabe que castigo.

Traté de sonreír para quitar la tensión que su mirada me transmitió, pero sabía que había fallado enormemente.

—Ni que hubieras visto a un muerto...

Centro de rehabilitación para enamorados (Completa) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora