Siete: El abrazo.

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- A la mierda el In door, caballeros - llegó comentando Ray, un joven de dieciséis años, con padres emigrantes de Puerto Rico, pero él no hablaba ni una pisca de español. Vestía unos jeans holgados, converse negras, una camiseta de algodón de éste mismo color con un estampado barato del Resplandor, y cómo olvidar su extravagante afro castaño oscuro.

- ¿Por qué dices eso? - preguntó Bob mientras sentado al borde de.lampisya de trucos miraba si las ruedas de su skate estaban bien, asegurándose que estuvieran firmes. A su lado estaba Frank.

- Hace un par de horas llegó una familia nueva a arrendar la casa, aun que según mi madre y las vecinas, dicen que son los propietarios - se acomodó sobre una banca -. Dicen que el hijo mayor falleció y por eso volvieron.

- ¿De dónde sacaste eso? - Frank miró molesto - ¿Quién te dijo esa mierda? - con fuerza levantó a Ray sosteniéndolo del cuello de su camiseta.

- Hey, hey... Tranquilo - Bob trató de sostenerlo pero Frank tenía demasiada rabia en sus ojos y era mucho más hábil -. Ray sólo esta repitiendo lo que comentaron esas viejas mierda ¿No es así, Ray? - el rizado asintió con temor -. Ya, déjalo - comentó tranquilo, sosteniendo el hombro del avellana.

Frank lo soltó bruscamente y se zafó del agarré de Bob - No repitas mierdas de gente así. - tomó su bicicleta para descender por la rampla.

- Primero que todo - el rizado sacudió sus ropas y arregló su camiseta - . Mi madre no es ninguna vieja de mierda y segundo ¿Qué fue eso? - preguntó Ray asustado.

- El chico del que hablas se llama Gerard, fue amigo de Frank antes de irse, hablaron por años mediante cartas y hace casi tres años o más que no sabe nada de él - suspiró -. Gerard tenía una enfermedad, creo que leucemia y Frank estuvo con él siempre que pudo, a distancia, claro.

- Oh... Hermano, eso es una mierda- rascó su nuca - . Ceo que le debo una disculpa - Bob asintió.

Frank tenía pena pero no lo sabía, creía que aquél sentimiento que inundaba su pecho era equivocadamente rabia. Aun que ciertamente estaba molesto, enojado, frustrado por la posible presencia de Gerard, quería saber porqué mierda jamás intentó contactarse con él, porqué no lo buscó, porqué simplemente no hizo llegar alguna carta a la desolada casa diciéndole si estaba bien.

Es que Frank había formado una especie de vínculo diferente entre cada confesión que se hacían en las cartas, llegó a creer que gustaba de Gerard, pero eso era imposible, él era un niño, el no había visto a Gerard en años y no, simplemente no. Tardó muy poco en darse cuenta que lo que sentía por el dueño de sus cartas y dibujos era un amor incondicional, algo que le hacia creer que a pesar del tiempo él jamás se olvidaría del pelinegro, aunque sólo recordara su sonrisa infantil.

El avellana era bastante solitario, solía tener una novia que hasta el día de hoy lo hostiga y debes en cuando aceptaba sus invitaciones a salir, claro, él no paga nada, le hacía un verdadero favor al salir con ella. Frank lo hacia sólo para complacer sus hormonas, la verdad es que ni le gustaba y también dudaba bastante en que le gustaran las mujeres en un cien por ciento, pero eso daba igual.

Bob observaba junto a Ray y un pequeño grupo más de jóvenes las acrobacias que hacía Frank, y admiraban cómo podía hacer todo aquello con tanta facilidad, quizás era por su estatura y su contextura delgada, o simplemente la rabia y tristeza que lo devoraban por dentro le ayudaban a sacar lo mejor de sí en esa bicicleta. A la distancia, no muy lejos, se divisaban dos siluetas que caminaban hacía ellos. Bob logró distinguir a un joven con cabello negro, alborotado, palido y con los labios de un color rojizo, jeans negros bastante ajustado y unas converse, a su lado un niño más pequeño con gafas y el cabello empapado en gel, Bob rió al ver al menor.

Mientras más se acercaban reconoció simplemente por la mirada y la forma de caminar al más grande, pero ¿Podría ser? ¿Podría ser Gerard?

- Mierda...

- Hola - saludó el más pequeño cuando terminaron de acercarse.

- Ho-Hola... - el rubio no dejaba de mirar al pelinegro con sorpresa - ¿Gerard?

- ¿Eh? - el pálido joven logró ponerse más pálido aún, abrió sus ojos con impresión - Mmm... Rubio, rubio... - pensó -. Tú eres Bob.

- Sí, sí - sonrió - Estás...

- ¿Vivo? Sí - sonrió -. Mi hermano insistió en venir a preguntarles si le enseñaban a andar en esas cosas.

- Claro, no hay problema, pero deberían ir...- Ya era tarde para su advertencia, Frank se estaba acercando a ellos

Su corazón sin saber porqué comenzó a latir a mil por hora, mientras más cerca estaba de ellos, más cerca estaba de un infarto, más cerca estaba de su fantasma viviente, de aquél que lo acompañó todas las noches y lo abandonó sin despedirse.

- Tú... - lo observó -. Tú ¡Mierda! - soltó su bicicleta, apresuró su paso - ¿Qué te costó una última carta? - lo empujó sin pensar.

- ¿Qué? - Gerard sostuvo su pecho.

- Frank, déjalo, oye... - el rubio nuevamente trató de calmarlo .

- No - volvió a golpear su pecho con ambas manos para empujarlo -. No sabes lo mal que he estado - volvió a empujarlo -. Tú prometiste que volverías - hasta que Gerard cayó al piso acariciando su pecho, jadeando .

- ¡Gee! - su pequeño hermano corrió dónde él para ayudarlo - ¡Estúpido! ¡Tiene una operación es su pecho! ¿Qué te ha hecho?

- ¿Mikey? - Frank aún no tomaba conciencia - Gerard... Lo siento, lo siento mucho, no lo sabía, yo no quería - gruñó antes de tomar su bicicleta y caminar junto a ella.

Gerard se levantó con ayuda del rubio y su hermano, había reconocido esos ojos.

Lo vió irse a paso lento, y decidió seguirlo. No supo si había entendido la situación de hace un minuto, si verdaderamente había entendido su actuar. Pero sí supo que debía seguirlo, sí supo que debía exigir una explicación y tambien darla. No sabía que le estaba pasando, tampoco sabia el porqué necesitaba volver a ver los ojos de Frank como cuando eran pequeños, cuando eran inocentes, cuando no tenían tantos miedos y cuando no había tanto rencor en la mirada del avellana. Quizá estaba dolido pero ¿Por qué? Si la decisión no había sido de él, la decisión había sido de su madre, ella la había tomado por haber un día arrancado de sus palidas manos las cartas. Nunca supo porqué, ni cuál era el miedo que tenía su madre al recordar siempre Nueva Jersey, quizás, era el recuerdo latente de lo vivido con su padre.

Pero Gerard tenía una hipotesis, su madre en algún momento leyó la carta en donde le confesaba a Frank que lo amaba, y ese había sido el error de Gerard, entregarle la última carta a su madre, la carta que nunca llegó a manos del avellana.

- ¡Frank! - su nombre fue mencionado por los labios de Gerard, el avellan volteó, lo miró melancólico y suspiró -. Frankie, perdóname, yo sí me despedí.

El avellana no entendió, tampoco entendió lo que pasaba en con su cuerpo en ese momento, menos entendió porqué cayó en los brazos de Gerard escondiendo su rostro en el cuello de él, Frank lo abrazó, lo abrazó tan fuerte como si esos siete años hubiesen tenido un peso inexplicablemente grande en su vida. Lo abrazó y le enseñó en ese abrazo cuanto lo había extrañado. Y sin siquiera pensarlo, sin siquiera sentirlo, sin verlo venir, las lagrimas de ambos comenzaron a salir entre sollozos de disculpas y de un te extraño.

Fue un abrazo verdadero, mágico, nada parecido a las peliculas de Hollywood, fue un abrazo real.

Leucemia [×Frerard×] ~ TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora