Había tanta humedad entre ambos labios que el beso estaba tornándose sucio, cálido e incluso por la velocidad de los movimientos estaba siendo impredecible. El cuerpo de Frank estaba cómodamente acostado bajo el de Gerard, el esmeralda estaba sentado sobre su regazo, con el cuerpo hacía delante, sosteniendo sus manos en la parte alta del respaldo. El avellana, por el contrario, se sostenía con una mano de la cintura de Gerard y con la otra aferraba sus dedos entres los negros cabellos del muchacho.
Era martes y Frank no había ido a la escuela, pero infaltablemente fue a buscar a Gerard para traerlo a casa, con la excusa, aun que en un principio era la verdad, de estudiar historia. Donna los dejó subir a la habitación y prometió no molestar mientras terminaba un par de arreglos en algunos trajes de gala.
El avellana había extrañado tanto los labios carmesí de quien le estaba robando sus más profundos sentimientos, que no soportó verle tan concentrado, sosteniendo el libro de historia y leyendo algunas cosas sobre La Paz Armada. Entonces llevó sus inquietos labios a la mejilla del pelinegro, la cual no tardó en ponerse roja y cálida, bajó hasta su cuello y cuando ganó la atención necesaria lo comenzó a besar. En una batalla por ganar el control de la situación había perdido.
Siempre perdía con Gerard.
Ahora el esmeralda estaba sobre él, ganando fuerzas en lentos movimientos, arrastrando su pelvis sobre la masculinidad de Frank. En un intento por no volver a perderse, el avellana trató de voltearlo, rodando en la cama y casi cayendo de ésta, ambos rieron sin despegar sus labios.
Ambas miradas estaban contemplando el brillo encandilante de sus ojos, podían decirse tanto, podían estar toda una vida mirándose y vivir de ello.
— Te extrañé — dijo el avellana — ¿Qué pasa? — buscó la mirada del pelinegro — ¿No me extrañaste? — acarició su mejilla con el dedo pulgar
— Sí, claro que sí — sonrió —, pero he estado preocupado — suspiró —. Lo siento — Frank asintió y lo abrazó fuertemente.
A pesar de los celos que le hizo sentir aquella preocupación de Gerard, entendía lo importante que era Bert en su vida, porqué sí, esa preocupación era sin duda por el rubio, pero estaba bien, el podía entender todo si se trataba de Gerard.
Al dejar el abrazo ambos se sentaron en la cama, olvidando la ya casi nula erección de ambos, tomaron sus libros y volvieron a donde empezaron.
El silencio se torno algo incómodo.
— ¡Gerard! — Donna gritó desde el primer piso — ¡Ven, por favor!
El esmeralda hizo caso a la petición de su madre. Se levantó mirando los ojos de Frank que siguieron cada paso que dió, antes de salir le sonrió desde el marco de la puerta para luego caminar por el pasillo y bajar las escaleras. Su madre estaba en el jardín, justo dónde se encontraba el buzón de la correspondencia, Gerard se encaminó donde ella, resongando el porqué le había interrumpido, su madre le extendió una carta que llevaba una estampilla de Washington, inmediatamente supo de quién era. Al recibirla le sonrió y le dijo un silencioso "gracias".
Caminó hacía su habitación y comenzaron inmediatamente las preguntas ¿Por qué Bert le escribiría una carta? ¿Por qué no le llamó por teléfono simplemente? En el hospital, Rose, la enfermera que ambos conocían, siempre dejaba usar el teléfono de la recepción, sobre todo a Bert que lo conocía desde muy pequeño.
¿Qué había pasado?
Gerard entró a la habitación y encontró a Frank recostado sobre su cama, las piernas cruzadas, una de sus mano bajo su nuca y la otra llevando el lápiz grafito a su boca, mirando el techo, cuando el avellana escuchó la marcada y agitada respiración del pelinegro miró hacía la puerta y le sonrió.
— ¿Pasó algo? — preguntó
— Esto — le mostró la carta, el avellana frunció su ceño simplemente por no querer preguntar nada —, es de Bert — caminó y se sentó en la orilla de la cama —. No sé porqué escribiría algo si podía haberme llamado
— Ni idea — dijo sin interés — creo que debo irme — suspiró, se levantó de la cama, Gerard tomó la muñeca del avellana y lo miró a los ojos negando con un movimiento de cabeza —. Está bien — se sentó a su lado.
Gerard volvió a dar las gracias en silencio, abrió el sobre por uno de los extremos y sacó la carta: estaba escrita en un papel amarillo, con lápiz negro, algunas manchas de humedad que habían hecho que la tinta se corriera sutilmente sobre el papel, la letra estaba temblorosa y desordenada, había miedo en la escritura.
Gerard sintió su corazón latir tan fuerte que sintió aproximarse un paro cardíaco. Algo no estaba bien en esta carta, no podía estar bien, la carta tenía tanta humedad en ella. Antes de comenzar a leerla miró a Frank a los ojos, le sonrió de una manera adolorida, tomó la mano del avellana y entrelazó sus dedos con los de él, se sintió más seguro.
Las primeras líneas lo dejaron sin aliento, las siguientes lo llenaron de dudas. Frank miraba como los esmeraldas se movían de un lado a otro mientras descendían leyendo la carta, veía como se humedecian y algunas pestañas oscuras se iban mojando entre cada parpadeo. Sin querer intrometerse, leyó un poco de la carta y comprendió.
Bert estaba muerto y no había sido por el cáncer.
Gerard soltó su mano, una presión entre su pecho y garganta lo hizo querer vomitar para quitarla, gritar a los miles de vientos de dolor, su angustia, su sensación de culpa ¿Era posible? Bert ya no estaba, su primer beso, su primera vez, su primera caricia y su primer morbo ya no estaban, ya no era más que un fastasma, uno cansado.
Un frío se apoderó de su cuerpo, sus manos temblaron, sus dedos estaban rígidos, la sangre ya no llegaba a ellos y podía jurar que se estaba coagulando en alguna parte de su cerebro. Era doloroso.Frank sólo lo observaba, no sabía qué hacer ¿Qué podía hacer? Si se sentía igual de culpable que Gerard. Sus labios se abrían de vez en cuando sólo para jadear, porqué las palabras no querían salir. Estaba siendo inútil
— Gerard yo... — por fin logró hablar
— Vete — dijo fríamente
— ¿Qué? — preguntó extrañado
— Quiero que te vayas — lo miró — ¡Quiero que me dejes en paz! ¡Déjame solo! ¡Vete! — ahora su rostro estaba húmedo
— Gerard, no me iré — intentó abrazarlo, pero fue en vano — por favor, Gee... No-no fue culpa tuya
— ¡Deja de hablar y vete! Quiero estar solo, no te quiero ver, no quiero nada — su respiración estaba agitada, sus lágrimas se convirtieron en rabia y la angustia provocó un dolor en su pecho, quería gritar, quería herir, hacer sentir lo que él sentía — . Todo esto fue un error ¡herí a alguien que amaba! — ¿Amaba? Se preguntó Frank al escucharlo — ¡Lo maté por un capricho! ¡No debí volver aquí! — se levantó — ¡Mierda, vete!
— Está bien — Frank se levantó herido, en su mente rebotaron aquellas palabras "amaba" "capricho" —. Estaré donde siempre, esperándote como siempre — habló con sinceridad.
Al salir de la casa Frank tomó su bicicleta, caminó con ella y miró al balcón, Gerard estaba ahí, abrazando la carta, llorando y perdiéndose en el dolor, en la sensación de incapacidad, no podía hacer nada, ya no podía. Frank sólo quería volver y abrazarlo, besarlo hasta cansarse y decirle que... Que el lo amaba.
Aún así caminó, respetó y luego su corazón se rompió cuando escuchó un grito de dolor desde aquel balcón.