El avellana movía sus ojos de un lado a otro, golpeaba su muslo con sus dedos mientras esperaba que la maquina de café terminara de poner el azúcar y revolverlo. No sabía porqué humeaba tanto el agua al caer, parecía estar hirviendo pero al beberlo, simplemente estaba tibia. A pesar de que facilitaba beber el café, por la mañana era mucho mejor algo caliente.
Cuando la máquina sonó y dió el aviso de estar listo, tomó el vaso de cartón y caminó por el pasillo hasta llegar a un salón con ventanales inmensos y una vista a la playa de Jersey, a pesar de que no estaban cerca de la costa, el lugar estaba en altura con una vista que era generosa.
Su estómago se contrajo y un nudo se formó en su garganta al ver la bolsa que contenía un líquido amarillento bastante oscuro, goteaba y pasaba por la válvula conectada a la vía en el brazo del pelinegro. Pensar en qué quizás aquél líquido dolía al pasar por sus venas o en la tensión que causaba tener la vía puesta, en la incomodidad que podía estar sintiendo Gerard en ese momento, le destrozaba el corazón.
— Ten — le extendió el café a Gerard, quien estaba sentado en uno de los sofás de un cuerpo, abrazado a una manta y con la manga de su chaleco negro a medio subir. El esmeralda negó —. Vamos, Gee, debes tomar algo
— No tengo ganas, mi estómago me duele — suspiró
— Es porqué no has comido nada — se sentó a un lado de él, acomodándose como pudo —. Sólo un poco — besó su mejilla y el esmeralda asintió
Era la segunda semana en su retorno a la quimioterapia, era la segunda semana en que Frank faltaba un martes y un jueves a clases sin importarle reprobar. Él debía estar con Gerard, en estos momentos era el mayor pilar que el esmeralda tenía.
Gerard disfrutaba de su compañía y las horas en quimio pasaban más rápidas, entre caricias, risas y lindas palabras, todo pasaba más rápido. Frank no lo dejaría solo, no se lo iba a permitir.
A pesar de no demostrarle la verdadera manera en que le afectaba saber que él pelinegro tenía una enfermedad que lo comenzaba a consumir de a poco, no podía no reconocer que cada tarde, luego de acompañarle al hospital, llegaba a su casa desganado, sin ánimos de probar un bocado y se encerraba en su habitación tratando de controlar la angustia en su pecho.
Su mayor temor era volver a perderlo y que está vez fuese para siempre.
Admiró las pestañas oscuras que acompañaban los párpados caídos de Gerard, se había dormido entre las caricias delicadas del avellana sobre el cabello azabache. La mano del esmeralda estaba aferrada a la mano del avellana, la había sostenido en todo momento. Frank decidió aprender de memoria cada parte de su rostro, contemplarlo y recordarlo; su nariz, sus pómulos, el arco de cupido tan pronunciado y el color rosado de sus labios, incluso aquellas marcas ojerosas bajo sus ojos y esa pintura roja bajo su ojo derecho. Debía aprender de memoria cada lugar en él.
¿En qué momento se había enamorado? Simple y sencillamente en todo momento que juntaban sus labios, él volvía a enamorarse una y otra vez de Gerard.
Gerard se removió en el sofá, comenzó a mover su boca y a saborear el metálico sabor que se adueñaba de sus mejillas internas y su saliva, despertó arrugando su nariz y mirando los hermosos ojos que lo apreciaron dormir por al menos media hora.
Le sonrió antes de regalarle un pequeño beso.
— No es necesario que faltes a clases por mí — comentó el pelinegro
— Uh... Claro, es muy necesario — sonrió —, papá irá hablar con él director y le explicará, si no comprenden pues me vale una mierda — se encogió de hombros
— Mm... Mi chico punky — rió —. Está bien, no pondré peros porqué sinceramente, amo tu compañía — acomodó su rostro entre el cuello y hombro de Frank —, te amo a ti
— ¿Si? — asintió el pelinegro — Yo también te amo, Gee — suspiró y esta vez el cerró sus ojos para entregarse a la tranquilidad que le brindaba el pelinegro.
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El sol hacía brillar sus ojos, el día estaba despejado y el calor en su cuerpo era insoportable, odiaba sudar de esa manera. También odiaba la clase de educación física pero no había podido eximirse de ella. Tomó un sorbo de agua de su botella acrílica y de esta misma dejó caer por su cabello un poco, así el calor y el sudor no serían tan desagradables.
En las gradas, sentado con un cuaderno de dibujo y un simple lápiz gráfico estaba Gerard, sonriéndole y saludándole con su mano derecha. Frank le regaló una gran sonrisa.
Odiaba correr, pero seguro haría un récord para llegar en el menor tiempo posible al lado de Gerard.
— Oye Iero — escuchó detrás de él, volteó y se encontró con el joven rizado
— Hola Ray — le sonrió ofreciéndole agua de su botella — ¿Qué pasa?
— Nada — recibió la botella, suspiró —. Bueno, sí, sucede algo — Frank alzó su ceja en modo de pregunta —. Va a ser el baile de primavera y quería invitar a Sarah — sonrió —, pero debo estar seguro de que tú no quieres invitarla
— Uh... No, no tengo intenciones de invitarla — rió —. Tengo con quien ir — volvió a mirar a las gradas, está vez Gerard dibujaba — ¿Sabes si a Gerard lo invitaron?
— No, sé que Eliza quería hacerlo — rió —¿Irás con él?
— Claro — volteó a mirarlo —, es mi novio — se encogió de hombros
Ray le sonrió sinceramente, es que el Frank que existía hace algunas semanas era completamente diferente al de hace algunos meses; hoy Frank, a pesar de las adversidades que vivía Gerard, estaba feliz y con el corazón latiendo descaradamente rápido.
Pero debía adelantarse y pedirle a Gerard ser su acompañante, si esta chica llegaba antes que él, seguramente el peli negro no se negaría, no podría negarse simplemente para no hacerla sentir mal. Así que, aquél día viernes luego de terminar las clases se lo pediría.
Quedaban dos semanas para el baile y él se había olvidado de todo.
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Frank caminó hasta la salida de la escuela y observó a Gerard, nuevamente le sonreía, lo esperaba con su morral al hombro y Bob a su lado. Comenzó a bajar los escalones tranquilamente hasta que notó a una muchacha acercarse al pelinegro, fue ahí cuando decidió adelantar su paso.
— ¿Tienes con quién ir al baile? — escuchó a la joven
— Sí — alcanzó a responder Frank —, disculpa Eliza — sonrió —, Gerard es mi acompañante
— ¿Si? — preguntó Gerard sorprendido y el avellana asintió — Oh...sí, lo siento — sonrió. La chica se encogió de hombros y se fue sin darle importancia — ¿En serio soy tu acompañante?
— Claro — rodeó a Gerard para abrazarlo por la espalda y apoyar su mentón en el hombro del pelinegro — ¿No quieres?
— Claro que sí quiero, Frankie — rió tímidamente, el avellana sonrió y besó la mejilla del pelinegro
— Me van a dar diabetes — interrumpió Bob, ambos lo miraron sonriendo —. Olviden eso, ya me dio el coma — rió negando