Se podía ver desde la ventana del balcón, entre el espacio de una cortina azul marino una pequeña silueta delgada y tímida; la tela blanca de una mascarilla que escondía sus labios, algo también querían esconder sus ojos.
– Ese de ahí es el rarito – comentó uno de los niños quien montaba una bicleta a quienes estaban a su lado y observaban al joven del ventanal desde la calle.
– ¿Por qué rarito? – lo miró un muchacho de baja estatura, el más pequeño del grupo.
– Dicen que tiene un enfermedad contagiosa y por eso no sale – se agachó a recoger una mediana piedra que se encontraba a sus pies –. Se llama Gerard – lanzó la piedra contra el ventanal, si no hubiese estado el vidrio seguro le llegaba en la cara al joven detrás de éste.
El muchacho escondido abrió sus ojos del susto, en un impulso por sobrevivir al ataque su cuerpo se inclinó sobre sus rodillas hacía atrás.
– ¡Es Gerard el raro! – cantó el rubio, el grupo comenzó a reír – ¡Gerard rarito, ven a jugar con nosotros! – reían todos a excepción del más bajo.
– Oye Bob, déjalo – miró hacía el ventanal y notó como la cortina se cerró dejando el sutil movimiento del brusco desamarre –. Vamos – ordenó, el grupo asintió en conjunto para luego marcharse.
Pero Gerard volvió abrir la cortina, observó como el más bajo se quedó mirando en su dirección unos segundos antes de partir. El bajito levantó su mano tímidamente y lo saludó, Gerard correspondió esbozando una sonrisa dentro de su mascarilla blanca, el joven de la bicicleta gris tambien sonrió para luego darse impulso sobre su pequeña amiga de dos ruedas y se marchó.