7 años después...
El viento de otoño soplaba fuerte, tanto que algunas hojas pequeñas daban en su rostro, por la velocidad que llevaba en su bmx las hojas se sentían como pequeñas picaduras de abejas, pero no era problema, las picaduras de abejas para él no eran nada, existían dolores más fuertes. Llevaba un gorro negro con la vicera plana de ninguna marca aparente, encima la capucha de su chaqueta con motivo militar, unos jeans negros con un rasgado en su rodilla izquierda y sus vans negras desgastadas.
Hace casi ocho años solía ir cada tarde a la antigua casa blanca, con aquel balcón de madera barnizado en colores nogales, que protegían el ventanal; conservaba las cortinas azules de aquellos años. Cuando llegó se detuvo a mirar prendiendo un cigarrillo hecho por él, nada de drogas, sólo tabaco en un papelillo de sabor a chocolate y un filtro barato.
La casa había sido usada por varias familias durante aquellos años, sabía que los Way's la rentaban para poder sobrevivir en Washington, lo sabía por Christian que no había dejado de ir a cobrar el dinero durante cinco años, pero hace dos años que ya no iba, las cosas actuales habían ayudado a que todo llegara a manos de cualquiera sin necesidad de mover el puto culo, y eso le dolía, era su única manera de saber sobre Gerard, su antiguo mejor amigo.
Hace dos años que no sabía nada ni por Christian ni por los chismes de las vecinas, tampoco por las cartas que mensualmente llegaban. Muchas de sus vecinas terminaron diciendo que el niño había muerto esperando la cura para su enfermedad. Él tenía la esperanza de que sólo fuesen palabras vacías salidas de la boca de gente sin vida, con ganas de ver arder el mundo, porqué realmente él no deseaba que fuese cierto, no debía ser cierto.
La última familia que había rentado la casa la habían dejado hace por lo menos siete meses, o eso es lo que él calculaba. Desde ahí hasta ahora la casa estaba vacía y bastante mal cuidada, la maleza había crecido demasiado, estaba seca y el verde en ella se había ido para tomar un color amarillento y café. La verdad es que, como se acercaba octubre seguramente la usarían para hacer algún in door, estaba perfecta para adulterar su estructura con luces neones, calabazas mal cortadas y algún que otro tarro de pintura derramado accidentalmente en la blanca pintura de la casa.
La señora Donna se molestaría mucho si supiera para lo que usarían su casa estaría atacada, llamando a la policía y los obligaría a cuidar de ella día y noche. Rió al pensar en ello, es que Donna era bastante exagerada. Cuando le pedía llevar a Mikey a la escuela, el pequeño sudaba como condenado, ella le ponía mil poleras y cincuenta abrigos a pesar de que fuese verano. Siempre reían con Gerard al ver las delgadas piernas de Mikey y el abultado torso por el exceso de ropa, ellos decían que parecía un M&M. Ahora que lo pensaba ese chiste no tenía mucho sentido, pero seguía sacándole uma risa.
Cuando se percató del calor en sus dedos porque su cigarrillo se estaba terminando y que el filtro había dejado un color ocre en ellos por la niconita, lo botó y decidió volver a casa.
- ¿Qué haces, Iero? - escuchó gritar a un joven rubio, robusto, mucho más alto que él sobre un skate, se acercaba- ¿Aún no llega tu Dulcinea? - se burló.
- Gusto en verte Bobby - sonrió irónico.
- Iré al skate park, me esperan todos allá ¿Por qué no vienes? Luego de almorzar, claro - sonrió.
- No es un mal panorama - se acomodó en su bmx - ¿Vas donde tu madre? - el rubio asintió - . Vamos entonces, tortuga.
Comenzó a andar rápidamente y Bob trató de seguirlo. Hace al menos tres años había limado perezas con Bob, sí, es que Frank era amante de la psicología y había comprendido que lo tarado del muchacho no era por nacimiento, sino por su entorno, su entorno lo hacía un matón y un imbécil. Su madre era una drogadicta que se desahogaba con sus hijos cuando no podía conseguir las drogas. Pero desde que Bob que se fue a vivir con su padre un poco más al norte del suburbio en Summit, todo en el rubio había cambiado. Su actitud era diferente y más cercana, ya no tenía aquellas ojeras purpuras bajo sus ojos e incluso le había dicho a Frank que si sabía sobre Gerard le dijera todo, ahora sabía lo maldito que había sido con el castaño y estaba bastante arrepentido.
Entre risas aceleraron su carrera, Bob era más lento que Frank pero le seguía bastante bien, casi iba a la misma altura que él. Le preguntó al más bajo por su nuevo tatuaje, ya tenía dos: una estrellas en su brazo izquierdo, a la altura del pliegue y un escorpión con siete patas en el cuello, Frank dijo sin darle tanta importancia que había sido doloroso, pero romperse un hueso por un truco mal hecho dolía mucho más, sin duda. Bob trato de darle sentido a esa extrema comparación y los bellos de su piel se erizaron.
Entre tanta distracción no lograron notar el gigantesco camión de mudansa con el que se habían encontrado casi de golpe frente a él.
- ¡Fijate mocoso! - gritó el viejo mal humarado del conductor.
- ¡Jodete puto! - Frank con su dedo del corazón le mostro el amor dejando ver una uña pintada de negro algo desteñida.
Detrás del camión venía un Toyota Corolla rojo, paso muy cerca a ellos, sintió que el paso del auto por su lado fue eterno. El perfil de un joven con cabello negro, casi llegandole a los hombros y algo pálido se pudo divisar con lentitud. En su pecho algo se apretó, ese algo también aceleró su corazón. El muchacho del Corolla giró su rostro para encontrarse con el de Frank.
Le sonrió.
Mierda, era hermoso, podía jurar haberlo visto antes, esos ojos, esas pestañas. No, pero era imposible. No era posible.
El muchacho espero una sonrisa pero el avellana no logró corresponderla, luego volvió su vista al frente del camino. Cuando Frank logró reaccionar, el auto ya estaba muy lejos y los bellos ojos que lo hipnotizaron también, no pudo agradecer por aquél regalo.
- Frank - Bob daba aplausos frente a la cara del tatuado - ¡Hey! ¿Qué te pasa? Tienes cara de que hubieras visto un fantasma - rió.
Y no, no era un fastasma, o quizás si, uno del pasado que estaba más vivo que nunca.