Diez: Confusión.

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El bus proveniente de desde Washington hará su detención en el anden trece.

Gerard esperaba impaciente la llegada del bus, llevaba al menos cuarenta minutos en el terminal de buses sentado en una banca de cemento bastante helada e incomoda por cierto, en su mano sostenía una botella de agua sin gas, la apretaba jugando con el envase.

Miraba hacía a todos lados, pero la verdad es que su impaciencia no era precisamente por el desespero de ver a Bert, su novio, sino, porqué el lugar se encontraba frente al skate park dónde camino al terminal, tuvo que apurar su paso por la presencia de Frank. El avellana lo observó de lejos perderse entre los árboles y Gerard decidió apurar aun más sus pasos. La verdad es que no quería toparse con Frank, no quería que Bert lo viera.

No contó con que el avellana si logró divisarlo.

Cuando escuchó el aviso de la llegada del bus se levantó, desordenó un poco más su cabello y caminó apretando la botella entre sus manos, nunca había estado tan nervioso.

9...10...11...12...aquí es

Tomó el aire suficiente para dejar a medio terminal sin él. Las personas comenzaron a bajar, hasta que, casi de los últimos vió al rubio de ojos azules, llevaba su moicano un poco mal cuidado, la barba de la mañana y una polera gris sin mangas, a Gerard eso le causo frío, no podía entender como Bert tenía una temperatura tan agradable en su cuerpo y él siempre estaba muriendo de frío, de hecho ahora estaba en eso, tratando de mantener su cuerpo sin espasmos tanto por los nervios como por el viento de otoño que daba contra su delgado y débil cuerpo.

- ¡Hey! - Bert divisó al esmeralda apenas bajó el primer escalón del bus, lo saludó desde lejos con su mano, una vez abajo caminó a buscar su pequeña mochila

- Bertie - Gerard caminó hasta él y lo abrazó por la espalda apegando, su rostro en ella y respirando profundamente el perfume con olor a café, al pelinegro le encantaba la combinación de ambos.

- Cariño - recibió con unas de sus manos la mochila y con la otra sostuvo el ante brazo de su pequeño novio - Pensé que no me habías extrañado - Volteó lentamente para que el abrazo no se perdiera.

- Sí lo hice, siento haber sido tan cortante - el rubio negó, tomó el rostro de Gerard con ambas manos y dejó un tierno beso en sus labios - ¿No qué?

- Qué no importa, está todo bien - le sonrió -. Debes tener tu espacio y volver a adaptarte a este lugar - miró a sus alrededor -. No se parece en nada a Washington - rió.

- ¿Nunca habías venido a Jersey? - preguntó inocentemente mientras comenzaron a andar, Bert negó -. Bueno, aquí todo es un suburbio - rió.

El pelinegro ya no estaba tan nervioso, Bert lo llevaba abrazado por su hombro. Admiraba la sencillez que tenía para expresarle su afecto y sobre todo, para hacerlo sentir tan especial. Él siempre exhibía a Gerard como el diamante más hermoso, es que su chico de ojos esmeraldas era un sueño, era simple, era un niño y a Bert le devolvía aquellos años que perdió por la enfermedad que los unió en aquél hospital.

El día en que lo conoció, Gerard estaba por comenzar las quimioterapias más intensivas para preparar su operación, tenía demasiado miedo, pues nadie, ni siquiera su doctor sabría si sobreviviría al tratamiento, puesto que la preparación debía ser con medicamentos muchos más fuertes y él ya tenía un cuerpo bastante débil.

Estaba con una bata de un azul muy claro con puntos de este mismo color pero más oscuros, su cabello no existía, sus ojos tenían gigantescas ojeras, que sin exagerar se estaban poniendo de un gris a negro, sus labios estaban partidos por la deshidratación y sus manos estaban temblorosas.

- Quédate aquí, vuelvo con el doctor en un rato - ordenó una enfermera de cabellera roja, mientras ayudaba a sentarse al joven de ojos azules, él asintió

Observó para todos lados fingiendo no haber visto a Gerard, pero podía sentir aquellos ojos verdes como las esmeraldas sobre cada uno de sus movimientos.

- Hola - saludó el oji azul por fin, Gerard le sonrió - Soy Bert.

- Y-yo soy Gerard.

- Qué bien, un gusto Gerard - Bert fijó su vista en el ventanal que daba hacia un pequeño patio del hospital.

Durante la espera nunca más habló con Gerard, eso le pareció extraño, pero el rubio tenía un cáncer mucho más fuerte y las drogas que tenían los medicamentos de quimioterapia lo hacían perderse a menudo.

Unos años después volvió a verlo, ahora como su compañero en las últimas quimios después de la operación. Bert se sentaba en el sofá del lado izquierdo de Gerard, al principio no se reconocieron pero con el pasar de los minutos se recordaron.

El rubio siempre fue atento con él, sabía que su madre trabajaba duro y que el pelinegro era bastante despistado como para recordar que debía llevar su agua y suero. Entonces Bert la llevaba por él e incluía una tercera botella para Rosita, la señora latina de casi cincuenta años que se sentaba a la derecha de Gerard y solía conversar con ellos. Disfrutaban de las conversaciones con Rosita, sobre todo por aquel peculiar acento que solía mezclar con el español. Ella fue la testigo del fuerte lazo que comenzaron a formar los adolescentes. Rosita, a los meses, en la última quimio de Bert, se había muerto por su cáncer de mamas, la metástasis había consumido su cuerpo.

El esmeralda contempló el perfil de su novio, un sentimiento nostálgico invadió su cuerpo. No había pensado en él más que ese día que había llorado por la rabia y desilución que ocasionó su madre, y ni siquiera había llorado por Bert, había llorado porqué se sentía desesperado, infeliz. Ahora que lo observaba, se sentía aun peor porqué sus pensamientos y corazón en estos momentos tenían otro nombre.

Frank.

¿En qué momento pudo haber cambiado todo en Gerard? Esa conexión mágica, esa atracción única que lo acercaba al avellana y lo estaba volviendo loco, tenía dos opciones: lo disfrutaría o lo destruiría.

Cuando salieron del terminal un viento otoñal que arrastraba algunas hojas consigo, dió en el cuerpo de los adolescentes, Gerard se detuvo para abrazar su cuerpo, Bert sonrió, ese chico de perfil perfecto, de labios pintados carmesí naturalmente, era su novio, y era lo más hermoso que había visto en años. El mayor lo abrazó para entregarle un poco de calor pero notó que de verdad el frío era más fuerte que su abrazo. Sacó su chaqueta de la mochila gris y se la colocó en los hombros, luego besó su frente, el pelinegro le sonrió.

Pero había un pequeño problema con esa chaqueta: no era tan cálida como la de Frank.

Leucemia [×Frerard×] ~ TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora