Tiempo sin sentir el dolor al respirar, tiempo sin caer a la cama con el deseo de cerrar los ojos y no volver a abrirlos más. El peso del cuerpo era un placebo, pero uno de tonelada, los párpados no se quedaban atrás; caían como si nada, sin previo aviso.
Sus ojos estaban hinchados, sus pómulos no podían verse más pronunciados y su caminar era débil, decadente, deprimente.Estaba reprimiendo sus reales sentimientos para mantener controlado cualquier tipo de impulso, pero estaba tan herido, tan avergonzado y deprimido que no podría resistir por mucho tiempo.
Entró por la puerta ancha de la escuela, escondiendo su mirada entre rebeldes cabellos azabaches, mordía su labio inferior y por dentro jugaba con los pequeños pedazos de piel, el sabor metálico del líquido escarlata se sintió en la punta de su lengua, había roto de nuevo sus labios. El camino a su casillero pareció eterno, el arrastre de sus piernas no le facilitaba caminar con rapidez, pero para ese entonces, su culpa pesaba tanto que le impedía levantar más de un centímetro las suelas de sus zapatos.
Era horrible.
Frank había estado insistiendo tres días seguidos por su atención y él, a pesar de que moría por un beso o un abrazo del avellana, tenía tanta vergüenza que aún no podía aceptar hacer como si nada.
Rodó la perilla del casillero colocando la clave para abrirlo, tomó entre sus dedos la pequeña puerta azul y la abrió, perdió aquél canal de visión en el lado derecho, sacó un par de libros de su morral y los guardo dentro del espacio oscuro.— Gerard — cerró fuertemente la puerta, dió un salto por la sorpresa de escuchar aquella voz grave mencionar su nombre —, disculpa por asustarte — El pelinegro lo miró con desprecio —. Basta, por favor
— Debo ir a clases — trató de caminar, Frank sostuvo su muñeca para detenerlo, volteó un poco su cabeza y lo miró —. Por favor
— No — exigió clemencia con su mirada —. Por favor tú — volvió a exigir —, necesito hablar contigo, no quiero más esto — Gerard apartó su mirada, él la buscó — por favor — el pelinegro negó, se soltó del agarre de Frank y caminó — ¡Mierda! — golpeó uno de los casilleros con la palma de su mano, el golpe estremeció a Gerard quien caminaba por el pasillo dándole la espalda — ¡Yo no tuve la culpa, Gerard! — volvió a golpear para luego caminar a paso acelerado tras del pelinegro — él se suicidó por el cáncer, no todo siempre es por ti, Gerard— dijo una vez que pasó por su lado y caminar sin mirar atrás
~🥀~
Mikey estaba enfermo y aburrido, Donna no lo dejaba salir, decía que el viento de otoño podría enfermarlo aún más, pero Mikey era un niño de doce años muy fuerte, un resfrío no era nada para él.
A pesar de las ganas de ir sobre su patineta al Skate Park para ver a su amigo Bob y a todos los demás, y pensando en que Donna jamás se enteraría porqué no se encontraba en casa y Gerard apenas llegaba de la escuela se escondía en su habitación, no lo haría, él no era un niño rebelde, a pesar de todo.
Bajó rápidamente las escaleras, aún en pijama, un pijama azul con bordes blancos y sus pantuflas de Chewbacca; estaba feliz con sus pantuflas, se las había comprado en Washington y cuando las vió en la tienda, juntó durante dos semanas para comprarlas, aún que no le alcanzó porqué aún no sabía bien el valor del dinero, Cristian le puso lo que faltaba. Cristian siempre lo ayudaba ¿Dónde estaría ahora? Desde que llegaron a Jersey no han sabido nada de él y lo extrañaba. Cuando él estaba, Mikey tenía con quien hablar y jugar.
Una vez abajo, caminó hasta la cocina, tomó una de las sillas que usaba su madre cuando picaba las verduras y se subió sobre ella, abrió el cuarto estante y sacó el frasco de galletas con berries, sus favoritas. Bajó abrazando el frasco y devolvió la silla a su lugar, salió de la cocina para acostarse en el sofá.
Mirando un punto fijo en la ventana, se dió cuenta del paso de una sombra, seguramente era su hermano mayor, eran casi las cinco de la tarde, debía haber llegado ya de la escuela.
La puerta se abrió y vió a Gerard sacando su bufanda, dejándola en la mesita de entrada.
— ¡Hola Gee! — gritó afónico, su hermano lo miró y le sonrió — ¿Quieres ver una película? Saqué las galletas que guarda mamá
— No tengo ánimos, Mikey — caminó a las escaleras — mamá te va a regañar
— Mamá no se enterara — se encogió de hombros — estoy aburrido ¡Ve una película conmigo! Por favor
— No quiero, Mikey — comenzó a subir las escaleras
— ¡Cuando estabas enfermo era mejor! — gritó — ¡Ahí si me querías! — sus ojos comenzaron a dejar salir lágrimas — ahora nadie está para mí
Mikey sólo escuchó la puerta en el segundo piso golpearse fuerte. Sus sollozos comenzaron a aumentar y sólo le quedaba por abrazar al frasco de galletas.
Antes Gerard estaba con él, reía con él, incluso cuando se sentía mal, pero para ese entonces, el pelinegro creía que un día de vida era más importante que cualquier cosa, entonces llenaba de buenos recuerdos a su hermano pequeño, porqué creyó, que en algún momento, él iba a morir por la enfermedad. Pero hoy, un día de vida no estaba teniendo sentido.
El pequeño de gafas se levantó al escuchar el timbre, caminó sin ánimos, arrastrando sus pies, sin dejar de abrazar el frasco. Abrió y limpio sus lágrimas con la tela de su pijama.
Sonrió.
— Tu hermano me dijo que estabas enfermo — Mikey asintió — así que compré palomitas y alquilé un par de películas en el vídeo club que está cerca de la escuela — sonrió
— Gracias Bob — rió
— ¿Está todo bien? — preguntó el rubio, el pequeño asintió
— Creí que irías al skate park
— Nah, quería estar en casa — se encogió de hombros — ver una película está bien y es jodido estar enfermo — Bob rio al escuchar aquella mala palabra.
Había perdido a su hermano, pero había ganado un amigo, casi igual de importante que un hermano.
Mikey sonrió.