Haría un hoyo en el suelo, sí, tanto caminar de un lado a otro sin cambiar el lugar haría que saliera un hoyo en el suelo. Estaba pensando en las palabras precisas para decirle a Donna sobre su sexualidad y de paso, sobre su novio mayor que él por casi tres años. Tenía miedo porqué simplemente diciéndole que era Bert, se asustaría, y no porqué Donna tuviese esos miedos de madre donde el joven de dieciocho años corrompe al de dieciséis, es que eran sólo dos años de diferencia.
La verdadera razón de su miedo era que, a su madre no le agradaba mucho el joven, por el mismo hecho de venir de un suburbio bastante estigmatizado en Washington, específicamente Congress Heights, un barrio dónde prácticamente el paisaje era sólo de edificios en mal estado ¿Y qué? Ellos venían de uno en Nueva Jersey, vamos, que apenas podías salir en las oscuras mañanas y entrar antes de que anocheciera. Pero Donna era así, bastante clasista para el gusto de su hijo. Y no es que tuvieran tanto, pero vivían en una casa y no en esos departamentos pequeños de donde salían la mayoría de los delincuentes y adictos.
La puerta al ser abierta hizo un característico ruido de aquellos que se escuchan en las películas de terror, estaba frente a su madre y su cuerpo soltaba leves espasmos por qué los nervios contraían sus músculos; también por el frío que había dejado entrar a las espaldas de ella, sino por la displicente mirada de su progenitora.
— ¿Qué haces despierto a estás horas? — preguntó su madre cerrando la puerta.
— Mamá, son las nueve de la noche, aún es temprano — suspiró — . Aparte te esperaba para ayudarte con el trabajo que tengas — sonrió.
— No sabes coser ni un botón, Gerard — lo miró extrañada —. Pero está bien. Conseguí bastante trabajo, acompáñame — sonrió.
— Sí — asintió.
Donna antes de ir a Washington solía trabajar como costurera y planchado ropa de gente con mejor estatus económico. Normalmente estaba casi toda la tarde ofreciendo su trabajo a esposas de empresarios o incluso a algunas vecinas. Luego de que en la cafetería la despidieran por reducción de personal, esa era su única salida.
Gerard la observaba sentado en la silla de mimbre frente a la máquina de coser, no sabía porqué su madre prefería coser a mano y terminar con los dedos pinchados porqué no usaba un dedal, en vez de usar la máquina que le había regalado Donald hace un par de años. Claro estaba que era sólo por orgullo, ella no utilizaría nada de ese tipo.
El pelinegro movía los hilos ordenándolos por colores mientras su madre lo observaba de reojo, él aún pensaba en como decirle todo, incluso pensó en fingir que tenía sueño y olvidar el tema, pero no podía, ya era miércoles y Bert viajaría el día viernes.
— ¿Sabes Gerard? Cuando eras más pequeño solías pedirme venir aquí con la excusa de querer aprender, pero en realidad querías confesarme que te sentías mal o no te habías tomado tus medicamentos — su madre interrumpió el silencio, Gerard la miró algo asustado — ¿No te tomaste los medicamentos?
— Sí lo hice, ma'
— ¿Entonces? — la mujer siguió cociendo el botón a una camisa de cuadros.
— Quería decirte una cosa — pensó —. Bueno, dos — volvió a pensar —. Bueno, muchas cosas — la mujer asintió — Uh... esto es difícil — rió nervioso — mamá, soy gay — Espero una reacción pero nada.
— ¿Algo más? — lo miró — Hijo, eso ya lo sabía, ahora dime qué quieres
— Necesitaba decirlo suspiró aliviado — tengo un novio, es Bert, el chico de las quimioterapias que no te agrada, pero yo lo quiero mucho. Vendrá a verme este fin de semana y necesita un lugar para dormir, no es necesario que sea en mi habitación pero... — habló tan rápido que su madre lo miró confundida. Tomó aire
— ¿Bert es tu novio? ¿El chico que vive en una habitación con su padre? — se burlo — No me agrada.
Gerard se sintió molesto —¿Qué tiene de malo que viva en una habitación con su padre?
— Todo... No debe tener modales, no lo sé, tú y él son muy diferentes.
— ¿En qué sentido? — frunció el ceño.
— En todo, hijo, en todo — dejó la camisa y la aguja a un lado — Mira Gerard, sé que es tu novio, esta bien, pero no creo que sea el indicado. Te lo repito: tú y él no tienen nada en común, nada
— ¿Sabes algo Donna? — se levantó molesto —. A veces me respondes el porqué papá te dejo, eres altanera, una mujer prejuiciosa, sólo vas discriminando por el mundo — sus ojos se llenaron de lágrimas — . Yo quiero a Bert, lo quiero mucho, tu no sabes lo que es vivir con una enfermedad de mierda, sólo te duele como madre pero oh... ¡No sabes lo que es tenerla! Y te diré algo más — las lágrimas comenzaron a salir — ¡con Bert nos une esta mierda, que a diferencia tuya no discrimina! ¡Esta enfermedad de mierda, que es una bomba de tiempo, no discrimina! Así que creeme que tengo mucho más en común con él que contigo, y que con cualquier otra persona— limpió con su antebrazo la humedad de sus rostro —. Bert se va a quedar y te puedes ir a la mierda, Donna ¡A la mierda!
El joven de ojos esmeraldas caminó hasta las escaleras con un andar decisivo, subió y al llegar a su cuarto lanzó la puerta tal adolescente dolido. Observó su habitación antes de tapar su rostro con ambas manos y comenzar a llorar tan fuerte que su pecho ardió. Apegó su espalda en la puerta blanca y poco a poco se fue deslizando al piso, sin dejar de llorar y tapar su rostro.
¿Por qué su madre no podía entender que quería ser feliz? Había tenido años complicados, agotadores, devastadores para cualquier niño y posteriormente adolescente. Ahora que podía vivir un poco más en paz, su madre se disponía a joderle lo poco que le quedaba de su adolescencia. Es que cuando tenía catorce años, tenía una puto catéter incrustado en su pecho que permaneció por seis meses; las complicaciones de la cirugía, labquimioterapia posterior al transplante, los cambios de ánimo y la adaptación a su nueva vida. Todo eso lo hacía querer vivir ahora sin importar lo rebelde que pudiera parecer, pues su madre no fue la que despertó aislado en una habitación por casi un mes, alimentándose apenas por una sonda porqué la comida solida era demasiado pesada para su estomago y terminaba vomitando hasta los sesos.
Era agotador Donna, y tú ahora no se lo estabas haciendo fácil.
Gerard cerró su puño y golpeo el piso alfombrado con furia, estaba dolido, enojado, estaba frustrado. No le importaba la aceptación de su madre, él traería a su novio, al fin y al cabo nadie más que él comprendía de mejor manera este dolor.