Gerard se había sorprendido por el comportamiento de Frank, le había dado miedo, pero un miedo que tenía bastante gusto a picor. Si bien no entendía nada de su actitud, quiso creer que la curiosidad no era lo qué llevó a Frank a actuar de esa manera tan imponente y que eran celos, pero no aquellos celos ingenuos, sino aquellos con un doble sentido.
Donna no estaba en casa y el sol ya comenzaba a perderse entre las ramas de árboles. El ocaso en Jersey era una escena admirable de documental. Como amaba aquella vista que tenía desde su antiguo balcón, daba justo a aquellas montañas de arenas por detrás de los árboles con colores rojizos, podía apreciar como el sol se escondía detrás de todo ese paisaje. Sostenía una taza de café con una peculiar forma de R2D2, el tazón que le había regalado Mikey hace tres navidades.
Bert se encontraba dentro de la habitación arreglando algunos cajones para acomodar las pocas prendas que había traído, miraba de reojo la silueta del esmeralda y como en cada suspiro que daba, los hombros se levantaban.
Su novio incluso de espaldas era hermoso.
En la mesita de noche dejó algunos medicamentos, los mismos de Gerard pero con unas dosis elevadas. Bert tenía cáncer aún, pero estaba controlado por las radioterapias que le habían hecho hace un par de meses, y la quimioterapia oral. Según el Dr. Schaffer, todo iba a ir muy bien, no necesitaba nada más invasivo, porqué las úlceras en su estomago habían perdido tamaño. Es por ello que el joven era tan delgado, había estado al menos cinco meses sin comer bien.
Bert caminó hasta el balcón, se apoyó en el marco del ventanal mientras trataba de contemplar parte del perfil del menor: la bella nariz respingada, los mechones de cabello que cubrían sus mejillas algo rojizas por el viento frío, y sus pestañas negras, largas y rizadas. El pelinegro no notó su presencia.
El rubio se acercó luego de un rato para abrazarlo por la cintura y darle un cálido beso en su mejilla. Gerard se estremeció, soltó una risita ruidosa, arrugó sus ojos, una leve sonrisa quedó marcada en sus labios.
— Por esto extrañaba Jersey, en Washington no hay paisajes así, sólo edificios y más edificios — bebió de su café .
— Entonces no era un suburbio como me decías, es más bien un oasis — admiró la vista
— Cuando era pequeño, solía mirar desde detrás del ventanal, mamá no me dejaba salir y me perdía el otoño, que por cierto, es mi estación preferida — rió haciendo un peculiar ruido nasal . Dgamos que este paisaje era un oasis frente a mi celda.
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Esa misma tarde, estaban sentados en el sofá, llevaban al menos cuarenta minutos de película. Destino final, no era la mejor opción pero habían comenzado la primera de todas ellas hace algunos meses, le tenían un cariño especial, aquella película la vieron juntos por primera vez durante una quimioterapia, no era una película muy alentadora pero sacaban la metáfora de la burla a la muerte y eso les parecía simpático, ellos pudieron burlarla, por el momento.Bert había extrañado mucho a Gerard, deseaba estar con él más allá de los besos, porqué de verdad extrañaba su frágil cuerpo. Decidió tomar el mentón del esmeralda y acariciarlo con su dedo pulgar, llenando sus labios de tímidos besos, Gerard le sonrió. La realidad era qué el pelinegro no quería hacerlo, no seria prudente, no quería herir a Bert. Ciertamente su mente estaba en otro lado, estaba pensando en Frank, en la situación de hace algunas horas, en los ojos avellanas mirando a su novio con autoridad. La sensación de hormigueo en su estomago que recorría hasta su pecho volvía cada vez que pensaba en ello.
Pensó en dejarse llevar.
Bert acercó más al esmeralda a sus labios y comenzó a besarlo con un ritmo que parecían saber de memoria, Gerard cerró los ojos y lastimosamente pensó en Frank. El esmeralda se levantó para sentarse sobre su regazo, tomó la nuca de su novio y volvió a acercarse a besarlo, esta vez comenzando a abrir paso con su lengua para jugar con la contraria, también conociendo la textura y sabor de esta de memoria. El ojiazul acarició la delgada cintura de Gerard, luego una de sus manos fue hacía la espalda del pelinegro, por debajo de la polera, acarició su columna, dando pequeñas caricias en el relieve de la cicatriz que llevaba, Gerard se estremeció y soltó un gemido casi silencioso.