7. NADA ES LO QUE PARECE

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El bullicio de los que la rodeaban le provocaron cierta incomodad, hallarse sola entre la multitud la carcomió, bufó molesta. Todos parecían ocupados. Buscó de nuevo a su hermana, al encontrarla, ella le devolvió la mirada desorientada. Raizel se quedó inquieta por la extraña mirada de Eileen. Permaneció sentada y sola en aquella mesa observando a todos celebrar. Poco a poco fue devorada por el silencio que la embriagaba, trató de distraerse con una niña pequeña que jugueteaba con unas mariposas, debía de ser el don de la madre de la menor.

Al distinguir a varios hablar se enfrascó más en sentir los segundos una eternidad, mientras ella lidiaba con su propia compañía. Deseó marcharse a casa, y quizá atreverse a tocar el libro de la sanación parte uno, si quería aprobar el examen. Estaba pensando en salir a tomar aire, luego se río de esa absurda idea. «Como si ahí no hubiese oxígeno, en pleno aire libre» elevó la mirada hacía las estrellas quiso que unas alas brotaran de su espalda para luego sobrevolar a algún lugar, bajó la mirada de nuevo, de pronto lo vio, él venía caminando hacia ella. Se puso nerviosísima. Se acomodó rápidamente a la silla.

Lain se estaba acercando con una lúcida expresión. Raizel convino para sí, que él estaba espectacular. Le fascinaba la hilaridad de él, pues en ella desataba una atracción inevitable. Quizá su hermana decía que no era guapo, pero ante los ojos de ella; él era muy encantador.

Verlo vestido con un traje de color azul similar a un comandante en jefe le emocionó más. Anheló en ese momento ser la princesa del cuento; para lanzarse a los brazos de su príncipe, no habría otra forma de sentirse más que ese, la espectadora que disfrutaba la gracia de su añorado caballero, que despampanó sus ojos al verle perfectamente bien aquel traje a su figura esbelta. Sus ojos azules como el océano la derritieron como un chocolate. Se dio cuenta que varias mujeres se le quedaban viendo mientras avanzaba hacia ella. Deliberó que las demás sentirían envidia al verla junto a él.

—¡Hola Raizel! —Lain tomó una silla para sentarse a su lado.

—¡Lain! El traje te queda muy bien. —indicó ella rápidamente.

«—¡Rayos! —Dijo en voz baja. Se arrepintió de haberlo dicho—. ¿Porque fue lo primero que dije? Yo y mi bocota

—¡Gracias Rize! Y tú estás bellísima. —puso la mano en su hombro izquierdo. Todo su cuerpo se erizo ante su tacto.

—¡Si tú lo dices! —Expresó dibujado una sonrisa nerviosa a sus mejillas casi enrojecidas.

Por dentro estaba saltado de felicidad. Le había dicho que estaba hermosa, era un cumplido para ella. Algo que le brindaba una esperanza de que le gustase por lo menos un poco.

—Raizel, ¿Dónde está tu hermana y tu madre? dudo que hayas venido sola.

—Alguien vino por ellas y se fueron dejándome sola.

—¿Quieres bailar conmigo? —Se inclinó hacia ella alzando su mano.

—¿Es en serio?

El acto ceremonial no había iniciado. Pero era normal bailar antes de ello.

—¡Claro que es en serio! —Su voz se sintió sensual al pronunciar aquellas palabras.

Ellos se introdujeron entre las parejas que se encontraban danzando. Empezaron a moverse al tenor de una pieza instrumental suave y digna de un buen baile. Él la tomó de la cintura, mientras que ella descansaba sus manos en sus hombros y tratando de evadir su rostro.

—¿Qué pasa Rize? no me digas que estás nerviosa —Se acercó y le dijo al oído—. ¿Sabes lo hermoso que se ve ese lunar en tu hombro? Te vuelve irresistible.

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