La desolación provocada por un cielo gélido y atosigante perpetró en su cuerpo un frío sobrecogedor a ello le sumó la inevitable situación de dejar por desapercibido aquellos estruendos que resonaban en la lejanía, luego dejaron de escucharse, el silencio se había vuelto inquietante. Raizel estaba preocupada. No conocía del todo a Caleb, pero lo sentía por Eileen, si ella se hubiese enterado de ello habría elegido estar al su lado. Eso imaginó. Aunque solo eran pensamientos vagos, volvió a la realidad, el miedo recorrió su cuerpo. Reflexionó el hecho de temer tanto, profundizó que no era algo que pudiese ser frenado tan fácilmente, la incertidumbre de no saber a qué se enfrentaría y de cómo acabaría todo eso la ciñó irrevocablemente.
El panorama era muy diferente, cada palpitar de su corazón bombeaba con intensidad cuando escuchaba algún ruido, una cobarde en su máxima expresión, eso era ella. Del muro de espinas colgaban cuerpos de animales mutados y pequeños, algunas ranas, cuervos, lagartijas y serpientes tenían un aspecto mugriento, un árbol seco con un semblante fantasmal fue el primero de muchos en oponerse a la poca visibilidad que otorgaba el cielo, de los pequeños agujeros que tenían los árboles secos salían varios escarabajos largos de color cenizo, en otros colgaban unas serpientes alargadas cubiertos de cuernos por todo su cráneo y patas pequeñas enroscadas una entre otras. Raizel temió a cada paso, aquellos reptiles le recordaron al que estuvo a punto de apagarle la vida. Se preguntó, ¿Cómo es que los demás seguían como si nada? ¿Cuánto miedo albergaba ella para estar tan temerosa de todo? Aun no lo sabía con claridad.
—Ya estuvimos caminando demasiado, este lugar parece interminable.
—Tairy, no te quejes.
—Desde luego que no. —Respondió a Dimitri lanzando una piedra que segundos antes había tomado del suelo.
A la distancia una figura se vislumbró, con la poca visibilidad se hizo complicado que alguno de ellos reconociese que era. Con cada pasó que daban poco a poco aquella figura fue tomando forma.
Raizel se obligó a tener la vista al frente, aunque por una brevedad observó las murallas de espinas sin salida, el único camino era hacia la silueta.
—¡Es una niña! —balbuceó finalmente Raizel.
—No te fíes de las apariencias. —podría ser muy peligrosa. —Espetó Dimitri clavándole la mirada a la niña.
Cuando la tuvieron cerca, una sonrisa lúgubre se asomó a su labio. Era demasiado rápida, tanto que hubo tiempo siquiera de advertir su ataque. La niña lanzó un chillido horrible de su boca, Raizel aulló de dolor, como si sus huesos mismos que quebrasen por dentro, eran como hondas desgarradoras y atroces. Después de unos segundos cesó dejando a su paso un zumbido en su cabeza a duras penas distinguía la realidad borrosa que de diluía en ocasiones.
Ella no se había dado cuenta que estaba agachada, se levantó con una sensación trepidante en el cuerpo. Fue la primera en percatarse de unos rasguños en sus brazos, rápidamente volteó a ver a los demás. Tenían las mismas heridas que ella, se le formó un nudo en la garganta al pensar que apenas con un solo chillido había logrado herirlos, no quiso imaginar que más podía hacer. Fue entonces cuando mostró su verdadera forma.
Unas enormes alas blancas como la nieve emergieron de su pequeño cuerpo desplegándose hacía el cielo. Pocos segundos después tomó la forma como el de una chica joven. Su piel desnuda y delgada se fue tornando de un tono albino como las nubes en plena primavera. Era una escultura femenina moldeada a la perfección, fue cubierta al instante por unas escamas brillosas desde el pecho hasta los muslos al tiempo que sus ojos se volvían más pequeños al igual que su nariz, solo que esta apenas y era visible, sus pómulos se volvieron finos y delgados, mientras que su boca simplemente desapareció.
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ADMONICIÓN
FantasyPortada elaborada por @Meganhezert LIBRO -I- TRILOGÍA "GLORIA Y DESTRUCCIÓN" Un mundo atado a una maldición empieza a desmoronarse por los actos humanos en contra de la Tierra. Para mantener el balance en Clarus y evitar su extinción emerge la po...