29. MUNDO DESCONOCIDO

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Raizel respiró profundamente. Intentó prepararse mentalmente para lo que se avecinaba; sus ojos se nublaron y en ese instante algo apareció delante de ella, era una forma ovalada y resplandeciente, la succionó con una fuerza extraordinaria como si viajase dentro de un túnel que iba a toda velocidad; quedó suspendida unos segundos antes de caer al suelo mojado haciendo que se apresurase a ponerse de pie y sacudiéndose la ropa, su atuendo era diferente, portaba un jersey azul y una blusa de franela celeste.

Comenzó a ver por todos lados, logrando observar árboles en todo su entorno, no sabía exactamente dónde estaba, el cielo cincelado de oscuridad sin un solo ápice de estrellas acompañado con aquel viento gélido implantó cierto temor en ella. Decidió caminar entre los árboles relumbrados por la desolación de la noche esparcida con destellos de quietud, una quietud fría y temerosa que hizo inútil sus demás sentidos pues al no poder vislumbrar por donde caminaba Raizel fue se tropezándose una y otra vez...

Raizel ansió ver los primeros rayos del sol en el horizonte para que la noche silenciosa y acompasado ante la llanura de su oscuridad desapareciese, pero aquel deseo se vio denegado por el cielo. Con el pensamiento suplicioso no advirtió un barranco lleno de maleza que la hizo rodar hasta unas rocas casi invisibles en la penumbra, el ardor en sus brazos causado por el golpe de la roca fue ardiendo igual que su pulso.

Trató de seguir adelante con el corazón apremiando sus pasos. Tuvo que escalar unas rocas que encontró entre pasos cuidadosos y dejando a sus manos como sus mejores compañeros de expedición, al lograr percibir que no podría más, eligió cambiar de ruta, miró de soslayo al cielo con la esperanza de ver la luz del sol; era lamentable, no había ni una gota de luz en el confín, aquello hizo que se desesperara. Sus esperanzas revivieron cuando escuchó unas voces; eso le hizo entender que no estaba sola, trató de seguir las voces que aún seguían murmurando, deambuló entre la maleza que había en aquel bosque hasta quedar exhausta, corrió cuando los escuchó cerca y al encontrarlos se detuvo dejando que su cuerpo tomara aire suficiente, sonrió de alivio.

Ella no tenía claro donde se encontraba el lugar le resultaba un paraje diferente al que estaba acostumbrada, por lo que se tranquilizó para no caer en las manos de la negación. Se fue acercando a las siluetas que se encontraban alrededor de una fogata hablando plácidamente, pronto fue sustituida por el silencio cuando la mirada de los sujetos se posó sobre ella.

—¡Hola! —Raizel levantó la mano en son de saludo.

—¿Qué haces aquí?

El hombre que le había dicho eso parecía ya mayor a diferencia de los otros tres que se encontraban a su lado. Cada uno de ellos sostenía una bebida y conejo asado.

—¡Me he perdido! —Respondió Raizel apresurada ante su propio nerviosismo.

—¿De dónde vienes?

Esa pregunta la tomó por sorpresa. Si eran humanos, no podría decirles que era de Clarus, que podría inventar, habría leído algunos países, y si decía uno incorrecto, o estaba en otro contiene...

—Me he perdido, venía con unos amigos que terminaron por jugarme una broma de mal gusto. Me perdí. ¿Ustedes podrían decirme como salgo de aquí?

—Jovencita, toma asiento. —hizo un espacio para que Raizel se sentara—. Bill sírvele algo, debe estar exhausta.

Bill se puso de pie sin pronunciar ni una palabra, tomó una mochila que tenía cerca de un tronco y al abrir el bolso delantero sacó una cantimplora. Lo dejó caer en las manos de Raizel para luego volver a sentarse.

—¡Gracias! —Dijo Raizel bañando su boca con los sabores cítricos que la deleitaron, mientras que el hombre de edad avanzada saboreaba su caliente en un recipiente viejo.

ADMONICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora