10. MIEDO

15 3 0
                                    

El viento arropó a Raizel crispándole la piel, se abrazó a si misma al ver a unos jóvenes reírse cuando la vieron de arriba para abajo, sintió una vergüenza aberrante cuando recordó la razón. Corrió con dificultad hasta llegar al arcó de la entrada principal de Chrystal, hacía tanto que no la cruzaba. A pesar de que el vestido parecía ponérselo difícil. Llegó rápidamente en la quinta sección. Buscó una puerta para llegar a la tercera sección, gracias a su concentración se encontraba sin problemas en la esquina de su casa. Entró rápido, subió de puntillas las escaleras en orientación a su habitación.

Aún era medio día, no le quedaba mucho tiempo. Ella a comparación de los demás llegarían directo al pilar del norte, en cambio Raizel debía de cruzar más de una hectárea para llegar allí. Buscó en su armario una pequeña mochila. Luego hurgó entre las cajas de medicamentos de su estante sacando vendas, frascos con esencias de hierbas para algunos golpes y heridas graves. Tomó una navaja grande que se encontraba debajo de unos libros viejos en la repisa.

La mochila estaba lista, solo quedaba una cosa. Se quitó el vestido y en cuestión de minutos ya estaba dándose una ducha. Se secó y escrutó en su ropero lo que iba a llevar puesto, encontró una blusa y un jersey negro lo bastante cómodo como para correr, al igual que unas botas de montaña, se hizo una coleta y finalmente usó una sudadera de color gris. Bajó a la cocina y buscó en los gabinetes algunas barras integrales y manzanas metiéndolas en la mochila, estaba por salir cuando se tocó el cuello, al no sentir el collar que le había dado su madre, regresó por él. Tuvo que subir de nuevo a su habitación, lo encontró en la cama, no había recordado como se lo había quitado.

—¡Raizel, espera! ¿Vas a ir verdad? —Su madre salió corriendo detrás de ella quedándose parada en la puerta con el rostro desecho.

—¡Si! —Afirmó tomando un respiro—. Si me quedó de seguro me volveré loca.

—Todo es tan repentino, —sus puños estaban entrecerrados—. Me siento una madre inútil, incapaz de ayudar a sus hijas. Tu padre habría hecho cualquier cosa.

—¡Papá ya no está! —Señaló Raizel con dureza mientras una lágrima recorría su rostro—, no podemos cambiar las cosas. Él no querría que nos rindiéramos o que nos quedáramos sin hacer nada.

—No quiero perderlas. —suspiró entristecida, los ojos de su madre la observaron entre nublados.

—Mamá debo irme. Estaré bien. ¡Lo prometo!

—¡Cuídate Rize! Los dioses te guiarán.

—¡Lo haré! —Respondió ella marchándose con la mirada esquiva hacia cualquier lado que no fuera el de su madre.

Raizel debía de darse prisa si quería alcanzarlos antes del anochecer. Cruzó varias ramblas de la tercera sección hallando por fin la puerta que la llevaría por lo menos a la mitad del bosque. De pronto ella apareció en medio del denso follaje de las plantas. Comenzó a caminar entre los inmensos árboles, pasadas las horas sintió el cansancio en sus pies, se sentó para tomar un respiro dejando que el viento tibio y silencioso le acariciase por una brevedad. Le temblaban las manos, no estaba segura si volvería con vida, que tonta era, pero estaba dispuesta a entregar su vida por una oportunidad que salvara a Eileen. Decidió retomar el camino cuando percibió los últimos rayos del sol esconderse en el horizonte.

El bosque comenzó a tomar un aire espeluznante. De día no daba miedo, de noche se mostraba pavoroso y ella se sentía diminuta ante la oscuridad. Al ver a la distancia algunos baobabs sobresalir entre otros árboles supo que se estaba acercando, luego notó unas antorchas encendidas en una torre, se sintió aliviada. Estaba cerca.

Tras caminar por varios minutos escuchó unos crujidos. Se detuvo en seco. Raizel cerró sus puños y dio la vuelta. Al ver la rama de un árbol vio a un búho, se tranquilizó y siguió caminando. La noche se había apoderado del cielo dificultándole ver hacía donde iba, para su suerte las luces flotantes comenzaron a iluminar su camino, agradeció que fueran tan puntuales. Con la respiración entrecortada de tanto caminar, por fin había llegado a su destino. Vio a varios guardias, optó por acercarse sigilosamente quedándose detrás de unos arbustos esperando el momento en el que abrieran la barrera.

ADMONICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora