38. PRELUDIO

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Zed

La turbulencia de sus pensamientos parecía marejadas incontenibles. Estaba consternado por todo lo acontecido, las dudas en su interior aumentaron igual que su ritmo cardíaco cada vez que se acercaba a ella... pudo haber despertado emociones poco claras, pero ahí estaba. Era un traidor, ¿y cuando ella lo supiera? ¿lo odiaría o le comprendería? Lo único claro era la razón del porque los hacía... por su familia...

Zed se encontraba sentado en una silla de la habitación oscura, sus ojos se perdieron en las siluetas de los estudiantes que veía pasar, se sentía un intruso en Witchlight. Estar solo le permitía pensar en su siguiente paso; no lo tenía. Consciente de que las cosas podían salirse de control, deseó jamás haber aceptado el trato, había sido ingenuo de su parte arrastrar vidas inocentes. Tomó una decisión y tenía que asumir las consecuencias. Se preguntó si ellos lo enviarían a casa antes de que Lain regresara, y sus recuerdos, aquello le torturó más. La olvidaría a ella...

—¿Cómo has estado Zed? —La voz de Lain emergió entre una pared gris.

Zed se sobresaltó. Al verlo ahí no supo que pensar, ni lo que debía hacer. Lain estaba más delgado, con ojeras y la ropa desgastada. No quedaba rastro del Lain elegante. Aunque mantenía sus aires de superioridad.

—¿Cómo has entrado? Alguien podría entrar y vernos. Es peligroso, hay una reunión con los miembros del concejo o lo que sea... pero, si Dimitri nos ve no dudará en matarnos. —Expuso poniéndose de pie.

—Tranquilo. De hecho, es el mejor momento para encontrarnos, ellos están tan ocupados en sus asuntos que no habrán notado mi presencia. ¿Dónde está el Delta Luminoso?

—Ellos lo tienen. Cuando regresamos lo extrajeron luego se encargaron de guardarlo, ahora desconozco su ubicación.

—No me refería a eso. Sé dónde está. ¿Estaba en el relicario?

—¡No! Raizel lo tenía.

—¿Raizel? ¿lo utilizó? —Lain mostró de pronto un semblante serio.

—Si. Ella lo tenía en sus ojos. No sé cómo, pensé que ella... —Zed entrecortó las palabras tratando de asimilar si era correcto o no dejarla en evidencia—. Regresó del Abaddon con el Delta Luminoso.

Lain se quedó en silencio varios minutos, como si estuviera recordando algo importante. Caminó entre la habitación, luego inclinó la cabeza. Al ver sus brazos cubiertos de arena desapareció. La puerta se abrió, Zed se quedó inmóvil cuando Naroa ingresó observándolo a él y la habitación.

—¿Está todo bien? Escuché algo extraño. —Señaló la puerta.

—Todo en orden. A veces hablo en voz alta o soy ruidoso. Tal vez fue la silla —indicó con la mirada—. Lo moví un poco para acomodarme, lamento la molestia.

—Si necesitas algo no dudes en preguntar a los guardias, siéntate tan como como lo desees.

—¡Gracias!

Naroa cerró la puerta. Zed suspiró aliviado, se volvió a sentar, mientras se preguntaba a que se había referido ella "con haber escuchado algo" o tal vez se habría dado cuenta de la presencia de Lain. Por unos instantes Zed quiso golpear lo que fuera para oprimir su furia. De pronto su mente se aturdió, lo que emergía como ecos a la deriva, fue como una ventisca en toda su piel, la reconocía.

—Te extraño Zed... —la voz entrecortada sollozaba entre lágrimas.

—¡Nina! —Zed se levantó de la silla viendo a todos lados.

Una bruma surgió entre la ventana oscureciendo la habitación por completo. Poco a poco la voz fue aclarándose, y por fin la vio. La mirada de su hermana era igual a como la recordaba, su cabello corto y rizado. Sus mejillas pequeñas y sus hermosos ojos negros. Zed anheló estrecharla entre sus brazos, cada vez que le gritaban o la menospreciaban por no hacer las cosas bien siempre se refugiaba en él. Lamentaba haberla dejado ir aquella víspera de navidad sola...

ADMONICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora