1. RUPTURA

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IZAN

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IZAN

El Olimpo impetuoso, que alguna vez pareció imperecedero, distante en su memoria y ahora marchito ante sus ojos dejaba entrever la letalidad de la destrucción, tallada tan fútil y lúgubre como la tierra desértica. Lo colmaron de rabia. ¿Cómo podía permanecer sin hacer nada? No toleraría perder más tierras por culpa de los humanos que parecían depredadores hechos solo para destruir todo cuanto tuviesen al alcance de la mano. Izan estaba determinado a romper el vínculo maldito, por años había sostenido la idea de servir para un designio más allá de su juicio, forjado por su principio de lealtad y honor. Sin escatimar entregar su vida para mantener una de las reliquias del universo: la Tierra. Pero ahora más vidas se acortaban y, en consecuencia, los jóvenes de todo Clarus se volvían cada vez más endebles.

Recordó los acontecimientos de meses pasados: la muerte de siete jóvenes del Reino de Chrystal y de catorce del Reino de Altair a causa de la disgregación de varias porciones de tierra ennegrecidas por la destrucción humana. Eso lo motivó a efectuar un informe sobre los habitantes de la capital, con ello sabría cuánta energía drenaban y los daños que sufrían. Los resultados fueron alarmantes, más de la mitad sufría enfermedades con más frecuencia, debilidad y la muerte prematura por alcanzar el límite de su energía vital.

Con la disposición final, caviló en persuadir a los Soberanos de los demás reinos para que lo apoyaran en el cierre irreversible de las puertas orbitales que los conectaban con los humanos. Pronto mostraría las pruebas para que le creyeran y con ello lo respaldaran, sin embargo, los resultados se habían postergado durante un considerable período por lo que sus pensamientos fueron volviéndose turbulentos, dando paso a una creciente antipatía. Entonces, dio el primer paso para ejecutar su propósito arraigado a un nuevo mundo.

Izan decidió convocar a los Soberanos de cada reino, asegurándose de excluir a Dimitri. Llegado el día, se acercó a ellos en un pasillo largo del castillo de Chrystal. El silencio dominó en su entorno como si las paredes sintieran la amenaza de su furia latente y apenas contenida, los regentes imponían cierta inquietud ante los soldados que los escoltaban hacia las Tierras Olvidadas. Nouri, Padme, Ametz e Izan se encontraban caminando hacia un portal singular que los arrastraría a varias pendientes expuestas a la nada...

—Agradezco que puedan acompañarme, no habría sido tan firme en mi decisión si... supiera que todo está bien. Es preocupante, las Tierras Olvidadas están comenzando a desaparecer junto con cientos de exiliados. Entenderán ahora la razón de mi inquietud.

—Izan, ¿estás diciendo que Clarus se está desmembrando? Si las tierras olvidadas desaparecen por completo no habría ninguna garantía de asegurar la sobrevivencia de todos nosotros. Esto es grave. Las tierras olvidadas nos han protegido durante milenios —dijo Ametz aún escéptico.

—Eileen es la única, eso has dicho, aunque no estamos convencidos de eso, podemos revocar nuestro voto y no arriesgar la vida de esa niña —dijo Padme con cierto desasosiego—. Has convocado a los reinos al festival para entregarle el poder por encima de nosotros, no estoy de acuerdo que nos sometas a ella.

—Es una joven con poca experiencia, o alguien que puede preocuparse por las necesidades de su propio reino. Izan, hemos estado apoyándote en otros asuntos, pero ahora me temo que es demasiado —expuso Nouri en tono frío.

—No se preocupen. Solo necesitamos su don para poder mantener el equilibrio y evitar un caos, ustedes saben que soy el que menos quiere seguir siendo solo una herramienta para sostener a los mortales. Ella no desea que le sirvamos o que tome una postura diferente a la nuestra, no lo necesita.

Izan escudriñó a los dirigentes de los otros reinos, debía asegurarse que lo apoyaran. Solo de esa manera ella obtendría el poder, un poder por encima de todos los reinos. Quiso persuadir a Ametz, pero sabía que lo apoyaba más que el resto de los Soberanos. Tras caminar varios minutos, se acercaron a una piedra llena de musgo con una abertura circular, invocó un portal orbital para dirigirse a las Tierras Olvidadas.

Cruzaron. El silencio fue lo único que dio espacio a que avanzaran entre la penumbra, luego se encontraron en una isla flotante de un tamaño proporcional.

—¿Cuándo fue que ocurrió todo esto? —articuló Padme recorriendo aquel lugar quemado y marchito.

—Son daños que los mortales le han provocado a la Tierra, jamás había sucedido esto, quiere decir que el Ida está muriendo. Nos afectará a nosotros cobrando numerosas vidas para sobrevivir —sentenció Izan casi con rabia.

—Podríamos mejorarlo si usáramos los diamantes, mantendrían la energía estable, y con Eileen podríamos separarnos del Ida, ser un mundo independiente —pronunció Nouri más para sí—. Deberíamos buscar la manera de sobrevivir. Si esto sigue así, la destrucción se extenderá a los demás reinos, provocaría el caos.

Izan sabía que los mortales eran depredadores que no escatimaban la magnitud del daño que desencadenaban ni el dolor que sufría la Tierra. Aun así, se permitían ser codiciosos y destructivos, seres que tomaban conciencia cuando estaban al filo del precipicio. Cuando reaccionó, vio cómo aquella isla flotante se desmoronaba causando una leve sacudida que provocó una cortina de humo grisáceo.

—Esta es una parte del desastre, en todos los reinos hay islas que se separan y desintegran —explicó Izan con un tono de descontento poco habitual en él—. Ellos están acabando con nosotros, espero que con esto comprendan mi decisión.

No hubo queja alguna, la decisión se inclinaba a su favor, solo quedaba desestabilizar los pilares del origen para obtener el poder y unificar los reinos en uno, una ambición peligrosa y crucial. Sabía que sacrificaría vidas y habría caos, pero lo razonaba preciso para reestablecer una vida nueva para los Clarianos y lograr romper con la maldición de vivir para otros. Un sueño que se entrañó tan profundo en el cómo su propia sangre, vivaz y capaz de todo con tal de verlo realizado. 

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