33. OCULTO

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Zed

La resonancia del silencio era lo único que se encontraba a su alrededor sin que apartara sus ojos clavados con intensidad en ella. El canturreo de varios pájaros jugueteando entre el lago le devolvió la mirada perdida. Zed no podría solo hacerse el tonto. Lain volvería pronto, y entonces debía de marcharse con él. Dejar otras a la chica adormecida entre sus brazos, ella podía volverse una agonía si dejaba salir sus emociones, aunque no sabía desde cuándo, y porque se había interesado por una vida que tiempo atrás era insignificante para su propósito.

Sus ojos perforaron el cielo en busca de claridad y respuestas; las que desafortunadamente solo él podía tener. Su debate por ir detrás de lo que anhelaba o quedarse junto a ella era una batalla sin igual. Tras hacer memoria recordó su propósito como el primer día. Cuando alguien roto como él, perdido y lleno de odio se cruzó con; el mago de la fortuna.

La noche del festival de noche buena Zed fue conducido por su mente hacia el cementerio donde yacía la tumba de su hermana. La ira se apoderó de su alma como un demonio encarnado en una víctima dócil, sin vida ni propósito. Tras maldecir su existencia, Zed decidió marcharse y volver a la concurrida calle Kärntner de Viena. Encontrarse con Leonie cerca de un bar rustico y estrafalario que se encontraba abarrotada de muchos jóvenes, alcohol y otras distracciones que al final de la noche acabarían en embriagarlo y terminar desnudo al día siguiente en la cama de una desconocida era la mejor forma de olvidar. Al menos eso pensaba esa noche, una noche desabrida para él, para su dolor.

—¡Zed! —Leonie levantó las manos para que la viera.

Caminó zigzagueando entre la multitud hasta llegar a ella. Una botella de cerveza fue puesta en sus manos sin pregunta alguna.

—¡Por fin vuelves! Zed hay un trabajo para ti. Te he llamado y hasta fui a tu casa. ¿Dónde diablos de has metido estos días? Por poco lo perdemos es un cliente muy valioso más te vale ser amable. Y es ahora, no puede esperar.

—¡Leonie! Al menos deberías de consultarme si puedo o no...

—La paga es buena. Así que ¡Ve! Al menos que ahora hayas sacado la lotería. Toma mi auto, la dirección está en la guantera.

Leonie podía ser su salvación cuando se trataba de dinero. Pero ella negociaba su vida cuando se trataba de "un encargo nuevo" como si él no tuviera otras cosas que hacer. No había alternativa. Tomó las llaves y se marchó. Condujo entre varias cuadras de la ciudad impregnada de decoraciones navideñas. El frenesí que contenía en su cuerpo se desató al recordarla. Aumentó la velocidad del auto eso por poco le había costado un accidente. Trató de tranquilizarse y seguir. Al revisar la dirección se dio cuenta que había pasado media cuadra. Dio la vuelta dejando el auto aparcado en una calle casi a oscuras.

Los turistas abarrotaban gran parte de la plaza principal, al adentrarse entre los clubes y bares, encontró una calle larga con poca iluminación, con ello fue dejando atrás el murmullo de la multitud, le sorprendió encontrarse con un callejón pequeño lleno de ventas de segunda mano. Algunas familias cruzaban entre unas carpas pequeñas para dar con la avenida alargada de Viena. Revisó el papel y vio de nuevo, el mago de la fortuna era una vieja tienda de artículos antiguos.

La puerta se abrió provocando que varios clientes voltearan a ver. Zed se acercó a uno de los empleados y le preguntó:

—El señor Ridder ¿lo conoce?

—¿Quién lo busca?

—El mercader —Pronunció Zed aun sin acostumbrarse a ese nombre tonto de distribuidor en el mercado negro de Viena.

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