Capítulo 16 : La familia perfecta

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ARLENE


Nada es perfecto en la vida. La perfección es una ilusión creada por los seres humanos en un intento desesperado para ser mejores. Mejores padres, mejores amigos, mejores empleados, mejores en todo. Sólo que nunca lo logramos, porque estamos demasiado dañados para ser perfectos. Por muy duro que lo intentemos, por mucho que nos esforcemos, siempre estaremos lejos de lograrlo. 

Hubo un momento, no obstante, en que creí que la perfección existía y fue cuando vi nacer a mi hija, Willow. Tres kilos de dulzura fueron puestos en mis brazos y, a pesar del dolor, del llanto de mi marido y el hecho de que mi vagina estaba a la vista de una sala entera de doctores y enfermeras, yo estaba feliz.

Si hubiera sido una persona religiosa, habría pensado que aquello era un milagro. En la familia Walsh, los niños jamás abundaron. Fui la única hija de mi madre y ahora Willow sería mi única hija, no porque repudiara la idea de volver a embarazarme, sino porque había heredado la dificultad para concebir de mi madre, y ella, a su vez, de mi abuela.

Nunca me sentí desdichada a causa de mis limitaciones, habían cosas peores que la imposibilidad de tener más de un hijo. Después de dos intentos fallidos, sólo podía agradecer. No importaba lo demás, menos ahora que tenía en mis brazos a la niña más hermosa del mundo. También la más ruidosa. Me tomó cinco minutos calmarla... y no sería la primera vez. Agradecía que Chris hubiera caído en la nebulosa de padre enamorado desde que la vio, así yo podía descansar a menudo, especialmente durante las noches.

Él la amaba con toda su alma, de esa forma en que solo un padre puede amar a su única hija. Cuidaba se ambas como si fuéramos su tesoro y, en esencia, era el modo en que nos veía. Willow constituía su mundo. Todas las veces en que enfermó, lloró al caerse, se asustó viendo una película o tuvo un ataque después de una pesadilla, él estuvo allí para acompañarla. Le habría construido cien castillos y doscientas casas del árbol si ella se lo hubiera pedido. Pero, mi hija nunca fue codiciosa; era razonable, inteligente, amorosa y sencilla. Terca hasta los tuétanos, desordenada y olvidadiza, eso sí. Aunque no por ello menos amada. Si acaso, la combinación nos hacía adorarla más.

En lo único que pensaba cada vez que nos veía juntos, es que tenía la familia perfecta.

—¿Sigues usando el teléfono de Nathalie? ¿Que ya no tienes uno nuevo? —pregunté mientras veía a una Willow de casi diecisiete años teclear un mensaje en un teléfono de aspecto gastado, en lugar del aparato táctil que su padre le había comprado.

—Los chicos de la tutoría siguen escribiéndome a este, incluso Nat.

—Deberías regresarlo. Fue un préstamo.

—Lo haré.

Nos quedamos en silencio y yo seguí peinándole la abundante melena. Era nuestro ritual antes de dormir, ya que ella siempre dejaba nudos en las puntas que por la mañana terminaban con el doble de tamaño. Su cabello estaba lacio de esa cosa que se había hecho en la peluquería, pero aún se enredaba.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo, de pronto.

—Sí, tienes que usar protección. —repliqué con toda la tranquilidad que pude reunir.

Sentada en el taburete frente al espejo del tocador, ella abrió mucho los ojos. No llevaba gafas y, si no hubiera estado preocupada, me habría reído.

—¡Mamá!

—Oh, por favor, ya tuvimos esta charla. Preferiría que esperaras hasta los dieciocho, pero yo qué sé. Últimamente parece como si los adolescentes desarrollaran más hormonas que las habituales. El otro día iba en la patrulla con tu padre y, ¿qué crees? Había un par de adolescentes en una esquina prácticamente teniendo sexo con ropa. Chris los amenazó con llevarlos a la comisaría por comportamiento inapropiado.

El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora