Capítulo 2 : Madurez

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WILLOW


—Quiero decir... umm... hola. Hola, Daven.

Del mismo modo en que ahora soy Willow, él vuelve a ser Daven. Nunca más Dave.

—¿Cómo has estado? —añado, la frase sonando como un poema mal recitado.

—Bien. —ladea un poco la cabeza y un mechón de cabello se desliza sobre su ceja izquierda. —¿Cómo has estado tú?

—Genial. Bien. —me apresuro a añadir cuando noto que no debería decir "genial" en un cementerio.

—Lo siento mucho por tu padre. Era un buen hombre.

—Gracias. Es amable que lo digas.

Nos miramos en completo silencio. Medio espero que pregunte cómo estoy llevándolo, pero no lo hace.

—Bueno... umm... ya me iba, así que... fue bueno verte. —sonrío tan simpáticamente como puedo antes de reanudar la marcha hacia la salida.

—¿Piensas ir a pie todo el trayecto? —repite a mi espalda.

Me giro para no parecer maleducada. No tiene nada que ver con querer echarle un segundo vistazo. Nop.

—Tal vez me sirva caminar un poco.

—Te arrepentirás cuando hayas pasado el primer kilómetro. Nunca fuiste aficionada al ejercicio. —señala con el pulgar un lugar por encima de su hombro. —Deja que te lleve.

—No es necesario...

—Sólo será un aventón. Te quedarás con tu madre, ¿no?

—¿Cómo lo sabes?

—Ya conoces lo que dicen sobre los pueblos pequeños.

Lo considero. La casa está bastante lejos para caminar y no hay forma en que viaje con los abuelos o mi madre. No lo soportaría ahora mismo.

—Okay.

Daven me guía unos metros cerca del enrejado que bordea el cementerio, donde se agrupa una veintena de autos. Casi me ahogo con mi propia saliva cuando lo veo acercarse a una enorme e impecable camioneta negra de cuatro puertas. Oh, caray, a alguien le ha ido bien en la vida. No es que sienta envidia al respecto, es sólo que seguía teniendo en mi mente al chico de pantalones rasgados que manejaba una vieja Chevrolet verde.

El interior de la camioneta se encuentra tan inmaculado como su caparazón. El aroma a cuero se mezcla con el de Daven, una fragancia que conozco de memoria y que es una combinación de loción cítrica, madera y menta. Me abrocho el cinturón al tiempo que nos saca del lugar, y luego cruzo los brazos firmemente sobre el pecho porque no quiero hacer algo estúpido como juguetear con el dije de mi collar. Soy todo corazón acelerado y piel hormigueante. No tengo idea de qué hacer para convencerme de que Daven es sólo otra persona en un mundo lleno de personas.

De acuerdo. Bien, puedo manejarlo.

Por el rabillo del ojo, observo al hombre a mi lado; su rostro se mantiene impasible, sin ninguna muestra evidente de incomodidad o alguna otra emoción. Excepto, quizá, esa línea entre los ojos que el alborotado pelo oculta casi por completo. Mi mirada va de su rostro a su cuello y hombros... a la forma en que sus fuertes brazos se extienden para sujetar el volante, al modo en que las venas sobresalen de la bronceada piel de sus manos...

Límpiate la baba, Hemsley.

—No sabía que habías regresado. —comento para deshacerme de tanto silencio. —Imaginé que seguirías en Seattle todavía.

El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora