WILLOW
Toco bocina por enésima vez sin poder creerme que el tipo frente a mí le haya dado lugar a otro coche, como si la línea de tráfico no estuviera bastante llena. Es el cuarto auto que deja entrar en nuestro carril. ¡El cuarto! Su permisividad me está volviendo loca, tanto que siento ganas de bajarme y darle un par de consejos sobre no ser bueno con todo el mundo. Quiero decir, está bien ayudar a alguien que atraviesa una emergencia de vida o muerte, pero cederle espacio a cualquiera que te mire con ojos lastimeros es otro asunto.
Tamborileo los dedos sobre el volante al mismo tiempo que echo un vistazo a la pantalla del reproductor. Son más de las cinco, lo que significa que voy quince minutos retrasada. Se supone que llegaría a tiempo hoy. Prometí que lo haría. No obstante, considerando mi talento natural para llegar tarde a todos lados, y el hecho de que estoy atrapada en el mayor embotellamiento de mi vida, es seguro que deberé posponer la cita para la siguiente hora.
Genial.
Le frunzo el ceño al culo del lustroso Sedan plateado que parece burlarse de mí. Entonces reparo en la silueta detrás del volante: una anciana. Ahora todo tiene sentido, nadie puede ser tan amable estos días como una anciana... siempre que esta no sea Abu. No tengo dudas de que mi adorada abuela ya le habría soltado una sarta de improperios a cualquiera con intenciones de meterse en su camino. Imaginarla en plena contienda mejora el exasperado humor que el caos vehicular ha ido empeorando.
Avanzo junto con los otros coches que me flanquean y, después de un par de metros, freno de nuevo. Estoy a cinco cuadras de la intersección que planeo usar como atajo, aunque con el ritmo que llevo da la impresión de que son cinco kilómetros los que me separan de mi destino. Suspirando, me inclino para hurgar en la bonita bolsa de cuero dejada a un lado. No me sorprende la cantidad de mensajes que encuentro en mi teléfono, especialmente después de haberlo dejado tirado durante medio día de clases. La culpa es de mis alumnos, por supuesto.
Doy respuesta a los textos acumulados en la bandeja y luego escribo uno más para reprogramar mi cita de las cinco. Espero que la media hora extra me ayude a salir a tiempo de este atolladero o, de otra forma, le deberé un café gourmet a Jenkins (y vaya que esos son difíciles de conseguir). Nat es la próxima de quien obtengo un mensaje, por lo que decido llamarla mientras el tráfico avanza otros escasos metros.
—Joder, ahí va otro. No puedo creerlo.
—Los saludos son lo tuyo, Willy. —su voz cantarina aparece al otro lado de la línea. No me di cuenta de que el tono había dejado de sonar. —Supongo que tengo suerte de que no dijeras algo como "mierda". —añade.
—Qué pésima referencia, Everett. —respondo observando el Sedan con ojos asesinos. —No sé por qué recuerdas eso, pero quiero decirte que es raro.
Suelta un bufido.
—¿Dónde estás?
—En medio del dulce tráfico de Portland. Caray, necesito ganarme la lotería para comprar un helicóptero que me ayude a eludir el estrés de soportar ancianas amables. Es el quinto auto al que le permite el paso... oh, no, dulce Jesús ¡dejó pasar a otro, Nat!
—Tienes que calmarte. —dice con la boca llena de algo que seguramente son gomitas.
—Tengo que llegar a la cita con Jenkins. —corrijo. —No la he visto en un mes.
—Si vas camino a ver a tu terapeuta, lo mejor sería que no enloquecieras antes. Imagina la ironía de la situación si lo hicieras.
—También eres pésima con los juegos de palabras.
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El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)
RomanceWillow Hemsley soñó una vez con ser diseñadora. Con recorrer el mundo y conocer a un chico decente antes de regresar a su pueblo natal para formar una familia. Nunca pensó que terminaría convertida en una torpe maestra de primaria. Tampoco que le ro...