Capítulo 26 : Favor pendiente

21.9K 2.8K 616
                                    


DEVAN


Pertenecía a ese porcentaje de gente conversadora. Hablaba tanto que aturdía. En clase, los maestros debían amenazarme con echarme del aula para que guardara silencio. Y ni así lo conseguían. Casi siempre las advertencias fallaban porque sencillamente no quería callarme. Cualquiera que me dirigiera un saludo o se acercara a pedirme un lápiz, iba a ser mi blanco hasta que se me secara la boca.

Daven no lo soportaba y, mientras nos convertíamos en dos seductores adolescentes, tuve que aprender a hacerme el mudo cerca de él, sobre todo cuando mostraba su humor de perros.

A diferencia de mí, mi hermano era del tipo reservado. Prefería ir al grano y evitar malgastar el tiempo en charlas estúpidas. No se andaba con rodeos, a no ser que los rodeos fueran parte de su plan. Bromeaba, pero, al mismo tiempo, era como si nunca lo hiciera de verdad. Como si su mente estuviera a millas de distancia de la etapa adolescente, esa donde debías ser escandaloso y descuidado. Daven no era ninguna de las dos cosas, había asuntos más importantes en su cabeza; responsabilidades, obligaciones, necesidades que cubrir.

Mientras tanto, yo le dejaba toda la carga encima. No era consciente de lo mucho que se esforzaba. Demasiado entretenido en las trivialidades de mi juventud, no lo noté. No me importó.

Seguí en mi jodida burbuja de ignorancia y despreocupación hasta que la adicción la hizo estallar. O quizá fue Daven, el día que me encontró inhalando crack en el dormitorio. En ese momento, las cosas cambiaron. Los muros cayeron, el dolor se esparció. Entonces pude ver lo mucho que estaba costándome actuar como el Devan de siempre; el simpático y feliz. Había jugado tan limpiamente mi papel de tipo sonriente que casi llegué a creerme el engaño. Era mi propio mecanismo de defensa, uno con el que podía olvidar que, en realidad, me pudría por dentro.

A veces fingir que estás bien es el único camino para no desmoronarte.

Yo lo usaba pensando que me funcionaría de por vida. Quería actuar como un hombre que comprendía el mundo, aunque la verdad es que sólo era un muchacho patético y necesitado de los abrazos de su hermano mayor. Buscaba un refugio, una esperanza y Daven fue ambas cuando colapsé. Me sostuvo, me escuchó y me permitió sollozar. Por primera vez, compartí mi secreto con alguien y resultó liberador. Pero mi confesión trajo consigo la oscura realidad en la que estaba metido.

Una vez que acepté que tenía un problema, ya no podía ser el mismo.

El chico extrovertido comenzó a desvanecerse. Cada vez se volvía más difícil tener charlas, como si no hubiera un tema de conversación lo bastante interesante para captar mi atención. En las terapias no era diferente. Prefería concentrarme en contar los minutos, mientras escuchaba a otros chicos confesar sus trastornos, que abrir la boca para soltar una palabra. Ya nada me parecía divertido o interesante. Lo único que ocupaba mi mente era el pensamiento de no drogarme, de resistir, de sobrevivir a ese círculo de personas que, al igual que yo, intentaban vencer una adicción. Cada día luchaba y rezaba por mantenerme fuerte por un solo motivo: mi hermano.

Daven merecía eso de mí.

Papá, por otro lado, podía irse al diablo.

—¿Devan? ¿Algo que quieras añadir?

Parpadeé hacia la persona que había pronunciado mi nombre, la doctora Epkins. Era una mujer de mediana edad, pero con el suficiente estilo para vestirse como una hippie incomprendida. Tenía el pelo largo y tan liso que parecía lleno de baba y usaba unos lentes de montura redonda con una cadena de pequeñas perlas sujeta a las varillas. La prenda, en combinación con la ropa holgada y colorida, le daba un aspecto ochentoso.

El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora