Capítulo 29 : Primeras veces

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DAVEN


—Oye, D. —llamó mi hermano. —Daven, maldición. Tengo que irme.

Pestañeé desde la cama, medio dormido.

—¿Hmm?

—¿Dónde están tus playeras de Mochee's?

—¿Big Mike no te dio la tuya cuando te contrató? —mi voz salió ronca.

—No. Préstame una.

—Allí, —señalé la cómoda. —en el último cajón, bajo las sudaderas.

Él rebuscó en el lugar que le indiqué.

—¿Qué hora es? —pregunté reparando en la luz dorada que se colaba por la ventana.

—Las ocho.

—¿Y qué rayos haces aquí?

—Ya sé, ya me voy. —se apresuró a ponerse la playera y abandonó la habitación. —¡Te veo después de la terapia! —gritó desde algún lugar.

Me froté la cara con ambas manos. Todavía tenía sueño, pero era de esos que no podían volver a dormir una vez que abría los ojos. Bostecé mientras me desperezaba y luego caminé al cuarto de baño. Tras asearme y hacer la cama, fui a la cocina para preparar algo de comer.

La casa estaba desierta, cosa extraña un sábado por la mañana. Papá había ido al trabajo temprano, ya que, según comentó, necesitaba adelantar un par de reparaciones que nos darían unos dólares extras. Mi hermano, por otro lado, empezaba su jornada en Mochee's aquel día. Fue una suerte que lograra encontrarle una actividad que lo mantuviera ocupado y que, al mismo tiempo, le permitiera pagar la deuda pendiente con Mitch.

Era un asunto del que quería encargarme cuanto antes, así que convine ayudarlo con una parte. Sin embargo, él debía responsabilizarse por el resto. No podía gastar todo mi salario ahora que tenía la universidad a la vuelta de la esquina. Hablaría con Mitch al respecto para que le diera un poco de tiempo si es que lo necesitaba. No iba a ser agradable tener que llamarlo, pero era la única alternativa.

Con el tema dando vueltas en mi cabeza, extraje la leche del refrigerador y el cereal de la despensa. Buscaba un tazón cuando escuché golpes en la puerta. No tenía idea de quién era, pero ciertamente no esperaba que se tratara de Willow. Estaba allí, de pie en el porche de entrada llevando pantuflas de conejos y un ridículo pijama rosa con pastelillos estampados. Había dejado su bicicleta tirada en el césped, la misma bicicleta que nunca usaba por tenerle un odio incomprensible al ejercicio.

Fruncí el ceño, irritado.

—¿Qué haces aquí? —no me importó sonar brusco.

—Yo... —vaciló torciendo las manos frente a su cuerpo. Se había recogido el cabello en una coleta alta que dejaba su rostro acorazonado en total exhibición. —Yo...

—¿Reapareces después de dos días y ahora te quedas sin palabras? —negué con la cabeza. —Buen trabajo.

—Dave, escucha...

Me adelanté un paso. Sus ojos se desviaron a mi torso desnudo antes de volver a mi rostro. Trago luciendo nerviosa.

—Daven. —declaré. —No vuelvas a llamarme de ninguna otra forma.

—Tengo que aclararte las cosas. Necesitamos hablar.

—Estoy harto de este maldito tira y afloja, Willow. —volví a cortarla. —Estoy harto de intentar que las cosas dejen de ser una mierda entre los dos y que nunca funcione. No funcionamos. Es todo.

El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora