Arrastrarse de vuelta a casa nunca había sido tan doloroso como ese día. Cada paso se sentía como una lenta tortura autoinflingida. El dolor proveniente de su vientre se extendía por todo su torso, por sus costillas magulladas y bajaba hasta sus caderas. Su cuerpo se sentía como un simple despojo, adolorido e inútil. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos, pero él las mantenía dentro. Solo trató de llegar lo más rápido que pudo, aun si le tomó un par de horas cubrir la no tan larga distancia, usando algún que otro poste para sostenerse y descansar, el dolor y la fatiga apoderándose de su ser.
¿Qué sería de él ahora? No podía salir, estaba condenado a pertenecer a esa banda de mierda, ahora bajo las órdenes de Jackson. Hiciera lo que hiciera, siempre terminaba jodiéndose más y más. Desde que su mamá se fue todo había ido de mal en peor, y ahora que volvía a casa, a su odiada casa, solo podía rezar en silencio porque las cosas no empeoraran.
Esta vez, la puerta del apartamento estaba cerrada. Yugyeom entró con cuidado de no hacer ruido, tratando también de no lucir tan desecho como estaba, de que los golpes no se notaran, de solo parecer cansado, en caso de que su padre aun estuviera despierto.
Y pensó que no lo estaría, después de todo, había un silencio absoluto en todo el lugar. Solo la brisa que corría por las ventanas rotas y la gotera del grifo descompuesto del baño rompían la quietud, ambos sonidos ya familiares para Yugyeom. Sin embargo, la luz encendida colándose por la rendija de la puerta de su habitación bastó para matar sus esperanzas.
Le tomó casi un minuto reunir el valor para abrir la puerta de su cuarto, pero justo cuando lo hizo, deseó haber tardado más, deseó nunca haber vuelto a ese lugar. Hubiera sido mejor morir en el camino, que una hemorragia interna se hubiera encargado de él. Sí, eso hubiera sido muchísimo mejor que tener que ver aquello.
Su padre estaba de pie en medio de su habitación. Aun flotaban plumas y partículas de polvo en el aire. Todas sus cosas estaban regadas en el suelo, su cama estaba desecha, el colchón tenía enormes rajaduras abiertas con algún objeto filoso sin la más mínima delicadeza, muelles y relleno a la vista, sus sábanas hechas jirones, su ropa había corrido la misma suerte. Sin embargo, nada de eso realmente le importaba. Lo que lo hizo jadear y enloquecer, sentir que el aire le faltaba y su pecho apretaba, fue ver los billetes en las manos de su padre. El peluche donde solía esconderlos yacía roto en el suelo, a sus pies, el dinero ahora en su poder. Aquel dinero que tanto le había costado reunir.
—Suelta eso. —gruñó, sin saber realmente de donde salía aquel aplomo en su voz. Esas dos palabras bastaron para hacer que su padre se diera la vuelta, una sonrisa desagradable dibujándose en sus labios al ver a Yugyeom en la puerta, apenas capaz de mantenerse de pie.
—Así que tenías todo este dinero escondido de mi ¿Eh? —Golpeó la palma de su mano con los billetes mientras se acercaba a él—. Incluso cuando te dije varias veces que en esta casa hacía falta dinero, lo mantuviste escondido.
—Ese dinero es mío. —Yugyeom le sostuvo la mirada, sus manos temblando de pura ira—. Yo me lo gané, yo puedo hacer lo que quiera con él.
—Si yo hubiera dicho eso de mi propio dinero, ¿crees que ahora tendrías ese cuerpo que tienes? —la sonrisa se borró del rostro de su padre— ¡¿Quién mierda te alimentó toda tu vida?! ¡¿Quién pagó por los pañales para que te cagaras, por tus medicinas cada vez que te enfermabas como el marica que eres, por la mierda de ropa que te pusiste cada día durante estos veintidós años, Kim Yugyeom?! ¿Y así es como me lo pagas? —bramó— ¿Escondiéndome el dinero?
—¡No te daré mi dinero para que lo gastes en tus mierdas! ¡No te debo nada! ¡Nada! —Yugyeom le devolvió los gritos, avanzando hacia él en un intento por tomar el dinero de vuelta. Sin embargo, su padre fue más rápido. Agarró su muñeca y tiró de él, jalándolo dentro de la habitación y lanzándolo al suelo. El dolor en las costillas lo hizo gemir y hacerse bola en el suelo. No estaba en condiciones de pelear, ni siquiera de defenderse. No había nada que pudiera hacer y él lo sabía, aun así, simplemente no quería ceder. No podía simplemente dejar que su padre se llevara aquel dinero. Aun si era poco, aun si no podía realmente hacer nada con eso, era su dinero, el que lo sacaría de aquel infierno. No podía entregarlo sin más.
—Acaso no te bastó con lo de ayer. —Su padre caminó hacia él a la vez que doblaba los billetes y los guardaba en su bolsillo—. Sigues actuando como un mocoso malcriado.
—No tienes derecho.
—Tengo derecho a todo contigo, Yugyeom. Eres mío. ¡Mío!
Yugyeom sintió cómo su estómago se revolvía ante esas palabras. Sonaba tan sucio, tan asqueroso. Prefería morir. Desaparecer. Cualquier cosa antes de sentir de nuevo esas náuseas tan horriblemente familiares.
—Devuélvemelo.
La risa de su padre no se tardó en oírse.
—¿Para qué quieres el dinero de todos modos? ¿Pensabas comprar algo bueno y no compartirlo conmigo?
—Eso no te interesa.
Su padre caminó hacia él y Yugyeom cerró los ojos, esperando sentir una patada de un momento a otro. Pero fue algo muy distinto lo que le hizo abrir los ojos. El aire pareció abandonar a la fuerza sus pulmones a la vez que una presión asfixiante caía sobre su abdomen. Yugyeom separó los párpados para encontrarse con la visión del zapato de su padre justo sobre su estómago, empujando hacia abajo, dejando caer suficiente peso como para hacerlo retorcerse de dolor.
—¡Mierda! ¡Déjame! ¡Déjame en paz! —Trató de gritar, pero no tenía suficiente aire. Su voz fue como un quejido y eso hizo reír a aquel hombre como si fuera un jodido demonio. Yugyeom se aferró a su pie y trató de hacerlo perder el equilibrio, pero lo único que consiguió fue ser presionado con más fuerza, siendo pisado como una cucaracha, como un simple insecto.
—Creo que aun tienes mucho que aprender. —Su padre finalmente retiró levemente su pie, pero el alivio fue poco. Yugyeom quiso respirar, pero el aire volvió a abandonarlo al sentir de nuevo cómo la suela del zapato de su padre se apoyaba ahora en su entrepierna, haciendo menor presión, pero la suficiente como para que el dolor azotara su cuerpo como un latigazo ardiente, obligándolo a chillar—. Aun no sabes lo que es respeto.
—Por favor… —gimoteó con un hilo de voz, finalmente consiguiendo que su padre lo dejara ir.
—Si usaras esas palabras educadas para todo tú y yo nos entenderíamos mucho mejor.
Yugyeom no contestó nada, solo llevo sus manos a su entrepierna y se giró en posición fetal, quería llorar, pero las lágrimas ni siquiera salían. Su mente no lograba procesar del todo lo que sucedía. Solo había dolor, ira, frustración y desasosiego mezclados en una amalgama demasiado intensa como para ser discernible.
—¿No me vas a decir? —Yugyeom lo vio pararse frente a él y agacharse, agarrando su rostro para obligarlo a verle. De nuevo esos dedos ásperos en su rostro, de nuevo la dolorosa presión en sus mejillas, ahora mucho peor debido a la herida que yacía escondida bajo el sucio parche, de nuevo la vomitiva sensación que le surgía al mirar ese rostro—. ¿De dónde sacaste este dinero, Yugyeomie?
—Trabajé… es mío…
—¿Dónde trabajaste?
Yugyeom apretó sus labios, ahora conteniendo las lágrimas, negándose a ser visto llorando por ese tipo.
—¡Dime, coño! —Su padre lo soltó bruscamente contra el suelo.
—Nada de eso te interesa. —Yugyeom escupió, a pesar de que el golpe contra las baldosas del suelo le había causado un ligero mareo.
—Okey. Si no me vas a decir, está bien. Me importa poco si vendiste tu culo o si te dedicas a asaltar viejas en el metro. —Dio unas suaves bofetadas en las mejillas del chico—. Solo procura traer más. —se levantó—. Ya te dije que las cuentas de esta casa no se pagan solas.
Después de decir eso solo cruzó por encima de Yugyeom y salió de la habitación y del apartamento, haciendo un ruido seco con la puerta al cerrarla.
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❝Canvαs❞ 〈JinGyeom〉✓
Hayran KurguYugyeom necesita dinero. Tal vez esté tomando malas decisiones, pero ya no le importa lo que tenga que hacer para conseguirlo. Jinyoung necesita pintar. Ya olvidó como se sentía desear plasmar algo en colores, ahora solo siente el amargo sabor de la...