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Conforme las semanas transcurrían en la escuela, Henry notaba que Nina podía ser la persona más agradable cuando estaban en su casa, pero en la escuela, la parlanchina, entusiasta y sonriente Nina se esfumaba para remplazarla con una chica sería que prefería alejarse de los demás.

Se había hecho obvio que la gente la molestaba en el instituto, pero ella tomaba aquella postura en la que nada le interesaba, solía caminar garbosa por los pasillos, demostrando orgullo a pesar de traer puesto un overol rosado demasiado guango y una camiseta de estrellas en tonos pastel. El caminar con la nariz alzada todo el tiempo hacía que en muchas ocasiones no viera a Henry cuando pasaba a su lado, pero cuando lo notaba, ella solía detenerse y tener una conversación en la que mayormente ella decía todas las palabras y después se marchaba sin más.

—¿Qué te ha dado Nina la loca cuando te la topaste en el pasillo? —Piero se sentó junto a Henry en la cafetería.

—Un disco de vinilo —dijo Henry y miró molesto a su amigo—: y ella no está loca.

—¿Un vinilo? —frunció el ceño Giovanny— ¿Eso todavía existe?

—Se dio cuenta que en mi casa mis padres tienen un tocadiscos y a mí me gustan los Beatles, así que me regaló el vinilo.

—¿Ella ha ido a tu casa? —exclamó Guiliano.

—Sí —dijo extrañado ante el grito—, vivimos cerca y a mi mamá le cae bien, se prestan libros todo el tiempo.

—Vaya, vaya —sonrió Piero—, a Nina la loca está intentando pelear por el chico más deseado del momento.

—Deja de decir tonterías.

—En serio Henry —sonrió Guiliano—, a Josephine no le va a gustar.

—¿No le va a gustar qué?

—Bueno, que le prestes atención a otra chica cuando ella lleva intentándolo desde que entraste al instituto —contestó.

—Oh, miren, ahí está la prueba de los celos —apuntó Giovanny.

—Vaya, eso no se ve bien amigo —dijo Piero.

Henry levantó la vista de su plato y enfocó a las dos chicas que parecían haberse topado por casualidad en uno de los pasillos de la cafetería, ambas tenían la bandeja frente a sus cuerpos y se miraban desafiantes.

—Quítate Nina, no quiero que comience a tener un delirio aquí.

—No te preocupes Josephine, no tengo delirios —ella se hizo a un lado e intentó pasar de la chica.

—¿Piensas que te tenemos que tratar especial porque sabemos que estás loquita?

—No Josephine, no tienes porqué tratarme especial, pero seguro quieres que todos te traten especial a ti ¿no?

—Oh, parece que tú también quieres sentirte especial ¿qué esperas que suceda si le regalas discos de vinilo al chico popular de la escuela? —le dijo con una clara burla en su voz.

—Sé que le gusta esa banda, solo quise ser amable.

—Demasiado amable —dijo Josephine en una enorme sonrisa— ¿será que estás demasiado ansiosa porque alguien te preste atención de vez en cuando?

—Ese más bien parece ser tu estilo Josephine y si Henry Archer no lo hace, ese no es mi problema.

—¿Te crees muy lista? —sonrió— ¿te has cansado de ser virgen porque nadie se atreve a acercarse a ti?

—No, aún no me canso... y solo me creo más lista que tú, aunque creo que hasta un niño lo es.

La vista de todos los de la cafetería estaban enfocados en ellas dos, como si de un programa se tratase, Henry se había puesto en pie, pensando que iba a ser necesario detenerlas, pero sus amigos lo habían tomado prisionero para que no interrumpiera tan épica batalla.

El misterio de los SahasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora