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Henry aún no sabía cómo lo había hecho Nina, pero justo en ese momento iba sentada a su lado en la camioneta donde también viajaban sus tres mejores amigos rumbo a Milán donde se estarían contendiendo contra importantes escuelas de Italia, aún recordaba lo feliz que había sido cuando después de dos semanas tortuosas de espera, Nina había llegado eufórica a la recamara de Henry y le había saltado encima con el papel firmado por sus padres, con tan solo dos días de antelación, su novia pasaba a formar parte del viaje y del equipo de esgrima de Florencia.

Pero por el momento, la activa y charlatana Nina había sido dominada por el sueño de camino, se había recostado en el hombro de Henry en un inicio, pero al sentir molestias cuando él tenía que hacer los cambios, se apartó y fue a caer dormida contra la ventana, solo protegida de los golpes por una almohada que afortunadamente había llevado. El resto de los chicos se habían decidido platicar con el conductor de la camioneta para que este no sintiera esas tres o cuatro horas como la muerte, no sabían cómo Nina había logrado dormirse tan rápido y en una posición tan incómoda.

—Ella parece toda una maestra en dormir en carretera —se burló Piero—, eso está mal amigo, sobre todo cuando va de copiloto.

—No podía esperar nada mejor, siempre se duerme —dijo Henry con la mano en una de las piernas de Nina en un acto que parecía de lo más natural.

—¿Al menos puedo meterle golosinas en la oreja o entre el cabello para cuando despierte? —preguntó Giovanny.

—No —Henry cambió de velocidad y miró hacia atrás cuando se quedó atorado en el tráfico de la carretera—, se pone de malas cuando haces eso, créeme, ya lo intenté,

—Para eso es amigo, para molestarla —dijo Piero—, además, intento darte una indirecta para que te pares en algún lado ¡no tengo nada para comer! Me muero de hambre.

—Llevamos solo media hora de camino —dijo Guiliano, hablando por primera vez desde que se subió a la camioneta.

—¿Puedes ser racional con tu estomago? —dijo Piero con molestia— ¿Puedes?

—Eh... ¿no?

—¡No! —asintió Piero—, nos detenemos.

—Vale, en cuanto vea un lugar...

—¡Eh! ¡Ahí, ahí! —lo zarandeó con fuerza, apuntando hacia un lado donde se plantaba una tienda de conveniencia— ¡Por favor!

—Vale Piero —se quejó Henry, quitando su manga de las manos de su amigo—, solo recuerda que no soy tu padre, sino tu amigo.

—A como te comportas con Nina, pronto sí que podrías ser padre, tienen todo el aire de una pareja casada ordinaria y aburrida.

—Solo está amargado porque no ha podido venir Edith —se burló Giovanny.

—¿Tú que me dices? Pareces hombre realizado al no traer a tu novia acosadora contigo —dijo Piero bajándose de la camioneta.

Henry apagó el clima y abrió la puerta de su lado, notando como Guiliano parecía incómodo cuando abrió la puerta de Nina e intentó despertarla. Desde el día en que se pelearon no se hablaban del todo bien y eso era solo por el chico rubio, Henry ya lo había intentado todo para que esa tensión se esfumara.

—Venga Nina —le quitó el cinturón de seguridad—, vamos a que compres algo, no te soportaré todo el camino chillando que tienes hambre o tienes que ir al baño.

—No quiero —se quejó—, déjame dormir.

—No, vamos —la volvió hacia él, sacando sus piernas, provocando que la durmiente muchacha se recostara en el hombro de él para seguir durmiendo— ¡Nina!

El misterio de los SahasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora