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Henry había dicho a Nina que, si quería, podía quedarse en su casa los días siguientes, sus padres estarían fuera de la ciudad y él prefería tenerla donde sabía que los lunáticos que tenía como padres no podían tocarla. Ella por supuesto no se había negado, a Nina le gustaba más estar en esa casa que en cualquier otro sitio de Florencia, incluso más que en las galerías de arte a las que tanto les gustaba ir a ambos.

—Henry ¿Has visto donde he dejado mis zapatos? —Nina se detuvo al pie de la escalera al ver a su novio viendo por la ventana— ¿Qué haces?

—Es Josephine —dijo—, está allá abajo.

—¿Ahora? —Nina se acercó y miró sobre su hombro, era verdad, Josephine estaba ahí abajo junto con una chica de primero que Nina ya había visto antes—, seguro son amigas.

—Pero llevan ahí demasiado tiempo.

La niña más chica se marchó corriendo, fue en ese momento cuando Henry hizo a un lado a su novia para que no se viera por la ventana y la abrió, dejando pasar los gritos que Josephine daba en su dirección.

—¡Al fin abres! —le gritó—, ¡llevas tanto tiempo viendo por la ventana que pareces un acosador!

—¿Qué hacían?

—¡Nada, solo charlar! —sonrió coqueta— ¿Quieres venir? ¡Estoy por irme a casa!

—¡Lo siento! ¡Nina vendrá en un rato! —para ese momento la joven a las espaldas de Henry ya tenía el ceño fruncido hasta el límite de lo posible, sobre todo cuando él no le permitía acercarse a la ventana.

—¿Y eso qué?

—¿Por qué no mejor tú subes aquí?

—¡Vale! —Josephine sonrió triunfal y se metió al edificio.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Nina al borde de la histeria.

—Lo que querías —la tomó de la mano y la llevó hasta su habitación, escondiéndola en el closet—, vamos a ver qué sucede con Josephine Sanders.

—¿Por qué me escondes en tu closet? —dijo nerviosa— ¿Qué vas a hacer?

Henry sonrió y se inclinó para besarla, ella trató de retenerlo en aquella caricia, pero él se alejó con facilidad y acarició su mejilla con ternura.

—Te quiero ¿vale?

—¡Henry! —intentó tomarlo, pero él cerró la puerta cuando oyó el timbre de su casa.

«Idiota, idiota, idiota —se dijo a si misma—, te insistí tanto porque sabía que nunca aceptarías, ¡soy una idiota!»

Pensaba salir en ese momento cuando de pronto escuchó las voces acercarse, venían por la escalera, así que instintivamente se encerró y miró por el filo que quedaba entre puerta y puerta. Josephine era una chica decidida, se había sentado en la cama de Henry sin ningún tipo de vergüenza mientras que su novio tomaba asiento en la silla de su escritorio.

—¿No están tus padres?

—Salieron a Venecia por unos días.

—Ha de ser genial quedarse solo, puedes hacer lo que quieras en la casa sin que nadie te moleste.

—Algo así, aunque Nina suele pasar el día aquí.

—Claro... —dijo con un tono diferente—, Nina.

—Sí bueno, pero dime algo Josephine ¿te drogaste?

—Solo un poco —sonrió, dejándose caer en la cama— ¿Te molesta?

El misterio de los SahasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora