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Henry se había metido a una de las galerías de arte famosas de Florencia, había descubierto que estar ahí relajaba su mente y ver las pinturas lo hacía entrar en la profundidad del pensamiento humano al tratar de deducir lo que el artista pudo estar sintiendo cuando pasaba su pincel por las líneas que terminaron formando una obra de arte.

-Te encontré -lo abrazaron por la espalda.

Henry no necesitaba volverse para saber de quién se trataba, la voz de Nina era tan ruidosa como un edificio en construcción, le acarició las manos que descansaban en su abdomen y volvió un poco la cabeza hacia ella.

-¿Terminaste de hablar con tus amigos?

-Sí.

-¿Llegaste a una conclusión sobre mí?

-En realidad no -se sentó en la banca frente a una de las obras expuestas-, eres todo un misterio que, además, no quiere ser descifrado.

-Soy solo una persona Nina, no hay nada de lo que tu imaginación o la de tus amigos quieran sacar.

-Es que no tiene sentido -se recostó en su hombro cuando él se sentó a su lado-. Cada vez que dormimos juntos y yo despierto, tú sabes exactamente hacia dónde mirar y hasta los corres, tienes sueños premonitorios, eres listo y adivinas lo que pienso todo el tiempo, como si leyeras mi mente.

-Eso no es posible -se burló.

Nina levantó la mirada y vio aquel destello que sus amigos y madre notaron tan rápidamente como ella, una chispa que mostraba una sabiduría superior a los demás. Se acercó lentamente a él y juntó sus labios con los de él, Henry la jaló para provocar que sus cuerpos se tocaran además de sus labios y apretó con fuerza su cintura, levantando un poco su blusa.

Al abrir los ojos, Nina se encontró de pronto en medio de una recamara oscura, solo siendo iluminada por ella misma, pareciese que su cuerpo resplandeciera. Miró a su alrededor, plantados ahí se alzaban enormes arcos antiguos de mármol, por lo menos una docena, todos con las entradas bloqueadas con ladrillos, se notaba que había algunos sin terminar de sellar o que simplemente se había caído alguna parte de la construcción burda que se hizo para tapar la entrada.

Nina se atrevió a acercarse para mirar mejor, observando que, en la parte superior de cada arco, tenían nombres cincelados en oro, todos en griego imposibilitándola a leerlos. Se acercó a tocar uno de los suntuosos arcos, pero sintió un escalofrió que recorrió su espalada y de pronto era jalada brutalmente, arrastrándola por el suelo que parecía ser de mármol tambien hasta que se sintió expulsada de ahí, regresando a la galería, a esa banca junto a Henry, quién la miraba extrañado.

-¿Qué demonios fue eso?

-¿Qué cosa? -dijo sin aliento por lo que acababa de ver y por aquel beso.

-Eso, ¿Cómo hiciste para entrar ahí?

-¿Estabas ahí? -Nina parecía sorprendida-, eso... es imposible, no puedes estar en tu mismo interior, simplemente no se puede.

-¿Cómo crees que logré sacarte de ahí?

-¿Eras tú? -se puso de pie- ¿Puedes entrar ahí a placer?

-No sé de qué demonios hablas, pero aléjate de mí.

-Henry -le tomó la mano-, sé que te habrá parecido aterrador, pero eres especial, lo sé, solo déjame ayudarte.

-¿Ayudarme? -sonrió de lado con un claro fastidio-, déjame tranquilo.

Nina se quedó sin habla cuando él se fue del lugar sin decir nada más, jamás lo había visto tan alterado como en ese momento, es más, parecía sinceramente enojado, incluso le había dicho que se alejara de él, ¿eso quería decir que habían terminado? Se quedó sentada en medio de las obras de arte más hermosas que hubiese visto, sintiéndose completamente vacía, sentía haber perdido algo sumamente valioso, como si la oportunidad de su vida se le escapara de sus manos.

El misterio de los SahasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora