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Hogar dulce hogar...o lo que sea que sean todas estas cajas esparcidas por el pequeño piso que ahora lleva mi nombre en el contrato.

Suelto un gran suspiro mientras cierro la puerta tras de mí y dejo caer mi última mochila sobre el piso. Es oficial. Me he mudado.

Soy, oficialmente, una joven independiente con un apartamento propio. Joder, ¿Qué tan increíble es eso?

El lugar es pequeño y por los momentos...bastante descuidado. Hay telarañas por todas partes y las paredes definitivamente necesitan una mano de pintura. El piso tiene algunas marcas y se nota que la isla de la cocina es viejísima. Esta, cabe destacar, es la única que delimita la cocina del resto de la sala. No hay espacio para muchas cosas, lo tengo claro, pero yo tampoco tengo demasiadas, así que supongo que funciona para mí. Tiene una sola habitación y un baño pequeño. Pienso que, mientras haya lugar para una cama, mi guitarra y mis trípodes, tengo suficiente. Este lugar es mi lugar ahora.

Imagen: chica aterriza en su propio planeta.

Voy encendiendo las luces a medida que avanzo por el lugar. Mis pasos se interrumpen por cajas, bolsos y demás cosas a las que tendré que ubicar en algún lugar. Eso sí que no me emociona para nada.

La peor parte de mudarse es desempacar. Ordenar. Guardar. Puaj.

Pero no dejo que el desorden me nuble el buen humor. Simplemente dejaré todo donde está hasta que junte fuerzas para ordenarlo.

Ventaja de vivir sola: nadie te recrimina por el desorden.

Pienso que debería llamar a mi hermana antes de hacer cualquier cosa, solo para avisarle que estoy bien. La pobre no podía creerse que por fin abandonaría su sofá para siempre. Creo que, en su cabeza, aun no asimila que me mudé a una ciudad completamente ajena a lo que alguna vez hemos conocido. Yo tampoco me lo termino de creer, siendo honesta.

Pero antes de llamarla noto que llevo las manos llenas de polvo, así que me dirijo al baño para lavármelas. Definitivamente este lugar necesita una buena limpieza. Cuando enciendo al luz del pasillo, mi corazón de un vuelco.

Hay alguien recostado de la pared.

Grito.

Grita.

Ambos nos miramos horrorizados.

Corro hasta la cocina y cojo lo primero que alcanzo. Un sartén.

Bueno, en teoría es un sartén. Hablo de que hay un sartén adentro. Sostengo la caja sin abrir como un proyectil que estoy a punto de arrojar al desconocido.

―¿Estás robándome? ―mi voz sale como un graznido aterrorizado.

No dice nada. Ha dejado de gritar pero, honestamente, parece más asustado que yo. Y soy yo la que ha cogido una caja con un sartén para defenderse, así que no se de quien habla peor eso. Si de él, o de mí.

―¿Hay alguien más aquí? ―vuelvo a preguntar. Sus ojos abiertos de par en par me ponen aún más nerviosa―. ¿Están escondidos?

El chico no dice nada. Sigue viéndome expectante. Okey, que me parece extraño. ¿Por qué no me está atacando?

Verás, en las pelis, cuando los ladrones son sorprendidos en el acto, la situación puede terminar en dos cosas: se dan a la fuga –saltando por la ventana, arrojando cosas al suelo o con cualquier otra dramática proeza– o disparan. Pero este tipo no está haciendo nada de eso.

Me mira como si la intrusa fuera yo.

―¡Respóndeme! ―agito la caja y él levanta las manos ―¿Qué demonios haces en mi casa? ¿Cómo entraste? ¡Voy a llamar a la policía!

Antes de irme [HS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora