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«A Weasley vamos a coronar»
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Cassiopeia cerró las cortinas de su cama. Una vez todas su compañeras dormían, susurró un casi inaudible lumos. La portada del libro estaba gastada, parecía que tuviera mil años, tal y como su tío Edward le dijo; las páginas se encontraban en blanco, a excepción por la primera. ¿Cómo se suponía que Cassie lograría descifrar lo que su madre ocultaba? La chica cayó en cuanto que su madre tuvo expectativas bastantes altas de ella y no pudo evitar sentirse decepcionada de sí misma.
Llevaba dos semanas intentando descifrar la mente de su madre y lo que esperaba que hiciera para leer su libro.
–Revélate ante mí –susurró cerrando los ojos y poniendo sus manos sobre la portada, dentro de ella creyó que funcionaría.— Ábrete sésamo, ¿alí babá? Por alá, ¿qué hago con mi vida? –una luz se prendió en Cassie. ¿Y si, en realidad, la intención de su madre era que tuviera su propio diario, y sólo estaba perdiendo el tiempo intentando?
Querido diario, o mamá diario, ni idea.
Hoy me miré en el espejo y dije ¡Qué hermosa soy!, y luego pensé; ¿Harry pensará que soy hermosa? Esa pregunta definiría el futuro de nuestra relación.
No puedo estar con alguien que no vea lo increíble que soy.
He tenido clases clandestinas, como sabes, mi novio es el elegido y debe derrotar a un mago tenebroso.
Magnus dice que Changa le coquetea a mi novio, pero estoy segura que lo hace porque es gay y quiere a Harry para él.
Cassie comenzó a relatar su día, pero en el momento en que iba a cambiar de página, cortó su dedo con esta. Gotas de sangre brotaron de su dedo y cayeron al libro, de un instante a otro, las páginas no estaban en blanco; pues Cassie, por error, había descubierto la manera de descifrar el enigma.
–Nunca me sentí tan feliz de sangrar... –susurró limpiando su dedo.
Cassiopeia pasó toda la noche leyendo el libro: el cual narraba las historias de los merodeadores y de ella. Para su mala suerte, el sueño le ganó y se durmió sobre el libro abierto.
El ronquido de Lavender Brown la despertó de golpe, notó que a pesar de haber babeado, la tinta no se hallaba removida; marcó el capítulo en el que se encontraba y continuó durmiendo.
