Capítulo 1 | Aurorita súper rebelde líder de guerra

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Parte 1

La vida sólo merece la pena si es con las personas correctas.

***

El mundo estaba de cabeza.

Seguía en brazos de Julius, con sus lágrimas mojando su hombro y el temblor de su cuerpo contra el suyo. No mucho tiempo después —aunque se sintió como una eternidad—, la puerta de su recámara se abrió y su madre se asomó. Los ojos estaban más abiertos de lo que nunca los había visto, estaba pálida sin necesidad de sus usuales polvos blancos para aclarar la piel, e incluso desde lejos parecía temblar.

—Aurora.

Era su nombre, y quizá no debería de haber causado la sensación que causó, pero esa palabra tan común fue el bálsamo que no sabía que necesitaba.

Su corazón permanecía estrujado en su pecho y múltiples pensamientos invadieron su mente. Nairi pensando que estaría muerta, Julius llorando como jamás en su vida lo había visto llorar y su madre, siempre tan gloriosa, ahora tenía los ojos hundidos y los huesos se asomaban por su piel.

Y había dicho su nombre como jamás lo había hecho: con anhelo, con alivio.... Con amor.

¿Lo estaba soñando?

Ante la voz de su madre, Julius volteó hacia la puerta, se separó de Aurora, se limpió las lágrimas e hizo una reverencia.

—Su Majestad —dijo.

Pero Leah no le contestó, ni siquiera lo volteó a ver. Mantenía la mirada fija en Aurora, y la respiración de Aurora se volvía aún más errática.

—¿Madre? —La voz le tembló tanto como las manos. ¿Se quedaba ahí porque estaba feliz, porque estaba furiosa, triste, decepcionada? Oh, Dios. ¿La iba a regañar por haberse escapado el día de su cumpleaños?

—Aurora.

Su voz era suave pero urgente, temblorosa. Por fin se acercó, dando pasos gigantes y se tiró en la cama, a un lado de Aurora, con los brazos abiertos. La apretó contra sí y lloró como Julius había hecho antes.

Aurora no pudo evitar llorar con ella. El llanto y desconsuelo de Julius le había dolido, pero esto era diferente. No le dolía porque odiaba verla llorar; estaba llena de una mezcla extraña y contradictoria de emociones que dolían porque eran contadas las veces que su madre la había abrazado, la mayoría de ellas cuando era niña. Lloraba porque Leah jamás lloraba por ella, ni la apretaba como si fuera a deshacerse ante su mirada.

Su padre apareció por la puerta poco después. Sus ojos también estaban hundidos, pero él parecía más compuesto. Se acercó a su cama y se paró con los brazos cruzados.

—¿Estás bien, hija?

Hija. Él jamás —jamás— en su vida le había dicho así. Siempre por su nombre, por su obligación, por lo que tenía que hacer. Ahora, era como si la reconociera como alguien por quien se preocupaba.

—S-sí. —No pudo encontrar una voz firme en su áspera garganta—. Sí —repitió.

Leah la apretó por última vez y se alejó de ella, todavía en la cama, a su lado. Acarició su cabello dorado, como jamás había hecho, y no la regañó por no usar velo. Que, aunque no era su culpa, sí era un escenario que podía imaginar sucediendo con su madre.

Pero en el pasado. La elegante y magnífica reina de Eadburg, la madre que conoció toda su vida... esa mujer había desaparecido, dejando a una mujer demacrada delante de ella que le sonreía y lloraba y acariciaba el cabello como si hubiera hecho eso toda su vida.

La heredera durmiente: el despertar © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora