Capítulo 7 | Distancia y prejuicio

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Una vez dejaron atrás el portal, viajaron hasta donde Aurora recordaba que estaba la solariega de los Kimmer. En la oscuridad le era muy difícil ver y ubicarse, pero siguió su instinto, rogando no equivocarse.

Y, muy en el fondo, estar tan cerca de Nairi no le facilitaba las cosas. Intentaba agarrarse a la silla de montar, pero a veces el camino se volvía más disparejo y peligroso y, por puros reflejos, terminaba aferrándose a la cintura de Nairi. En esos instantes, se olvidaba por completo de cómo respirar.

Sacudía su cabeza y se fijaba en el camino. No pudo bien hasta que divisó el hogar donde debía estar ella, y su corazón se calmó.

—Llegamos.

Nairi frenó el caballo en seco y se volteó hacia ella.

—¿Y cómo vas a explicar mi presencia?

Aurora sonrió.

—Con la verdad. A medias. —Mordió sus labios—. Les diré que tomé el caballo, verdad; para salir, verdad; que me perdí, mentira; que te encontré, verdad; y que tú me salvaste la vida y me ayudaste a volver a casa, verdad.

—Eso último no es verdad.

—Claro que sí. —Frunció el ceño—. Gracias a ti no me convertí en la próximamente difunta esposa del rey, y tampoco morí a manos de Anahit. Desde mi perspectiva, eso es cierto.

—Ya. ¿Y por qué me traes contigo?

—Porque estoy en deuda contigo, verdad. —Ladeó la cabeza y fijó la vista en el castillo—. Y porque me falta una doncella. Perdón, no te pregunté, ¿te importaría ser una de mis doncellas? Theresa se casó y fue del castillo en mi ausencia.

Nairi se quedó en silencio, y Aurora apretó y relajó sus puños. Su corazón iba muy deprisa.

—¿Qué tanto tendría que hacer?

—No demasiado —respondió lo más rápido que pudo—. Técnicamente son mi compañía, aunque no me llevo ni con Corrina ni con Agnes; me visten por la mañana, peinan, me traen cosas que necesito... Limpian mi habitación. Nada más. Tienen bastante tiempo libre. —Se imaginó a Nairi teniendo que trabajar limpiando su recámara y se le hundieron los ánimos—. Aunque puedo hacer que tú no trabajes, si eso es lo que quieres. No te traigo para acá para que trabajes para mí.

Hacerla trabajar no era hacerle la vida más fácil o feliz. ¿Estaba cometiendo un error? Pero es que si le daba otro trabajo no la vería tanto, ni la podría ayudar a quitarle tareas, y tendría que trabajar mucho más duro. Pero llevarla ahí para trabajar para ella era injusto. Pero, pero, pero...

—No importa si tengo que trabajar —dijo con un tono llano y sereno—. No puedo esperar un techo, comida y ropa sin dar nada a cambio. Y he trabajado toda mi vida, no me voy a detener ahora.

—Si es incómodo o demasiado sólo tienes que decirme...

—Por favor, Aurora —interrumpió Nairi—. No deberías tratarme diferente. Seré una doncella más. No queremos levantar sospechas. —Un silencio extraño—. Sobre tus sentimientos. Eres una princesa, después de todo. Y supongo que todavía te casarás con ese príncipe del que me habías contado.

Todo su estómago se hundió. Felipe. Claro. Era tan fácil olvidarlo.

—Sí. Felipe.

—Sólo seré una doncella más. Te pido que me trates como tal.

Siguieron avanzando, esta vez más lento. Había una tensión en el ambiente que Aurora deseaba eliminar. Si iban a estar conviviendo tanto tiempo, tendrían que acostumbrarse a estar en compañía de la otra. Y tendría que controlar su corazón, porque si seguía latiendo tan rápido, Nairi lo escucharía y le tendría lástima.

La heredera durmiente: el despertar © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora