Capítulo 29 | El peso del mundo sobre los hombros

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Parte 3

No podemos controlar lo que nos pasa, pero sí lo que hacemos después.

***

Capítulo 29:

Aurora se había preguntado muchas veces si los protocolos que tenían en el castillo eran buenos. Si eran suficientes. Pero ella no sabía demasiado; su padre, por otro lado, había sobrevivido a más de un par de ataques al castillo con el protocolo actual. Pero todos habían sido ataques externos, no internos; todos habían sido ataques por ejércitos, no por alguna figura vestida de negro que se había infiltrado en los pasillos y había puesto un cuchillo en su corazón.

No era la culpa de Julius, que no tenía manera de saber que era un ataque. Él pensó que era un incendio y un fugitivo que cazar, no que era una distracción. El guardia que había estado cuidando a su padre se había encerrado con él para prevenir, por si las dudas, no porque de verdad pensaran que era un ataque.

Alguien les había visto la cara.

Alguien había asesinado a sus padres.

Alguien la había convertido en reina.

—¿Atraparon a los responsables?

Julius asintió.

—Los tenemos bajo custodia.

—¿Al de la capucha negra?

Julius negó.

—Nadie lo vio, nadie lo pudo identificar. Fue como un fantasma.

Por dentro, se estaba desmoronando. Por dentro, lo único que quería hacer era hacerse bolita en el suelo y llorar. Enterrar a sus padres. Gritar por todo lo que estaba pasando. Golpear a los responsables de la distracción.

Pero, también por dentro, la misma palabra se repetía. Reina. Reina. Reina. Ahora eres la reina. Ella ahora estaba a cargo del lugar, de lo que iban a hacer de ahora en adelante. Ella tenía que ser la roca de los demás cuando todos se desmoronaran. Ella tenía que mantenerse firme. Era momento de demostrar que sería una buena reina. Tenía que serlo.

—¿Alguna señal de que vengan por mí ahora?

Julius negó.

—Después de que vi eso, mandé llamar a dos guardias que custodiaron tu puerta hasta que encontramos a todos los responsables. Ahora mismo están patrullando en busca del hombre de negro, pero no han encontrado nada. Nadie se intentó acercar a tu puerta, ni a ti. Te pondremos vigilancia las veinticuatro horas, pero no tenemos indicios de que quieran terminar con tu vida.

Tampoco había indicios de que iban a terminar con la vida de sus padres, y ahí estaban.

—Necesito un reporte detallando el paradero de todos y cada uno de los habitantes de este castillo lo antes posible. No importa que tan insignificante o importante sea la persona, todos y cada uno. Al menos un testigo de cada quien. Interrogaré a todos los que no tengan manera de comprobar su paradero y, a quienes no les tenga confianza, los despediremos.

Julius asintió.

—Ahora iré a verlos. Dales la noticia.

No quería estar ahí para cuando lo hiciera. No quería escuchar los gritos, los sollozos, las preguntas y las buenas intenciones. No quería ver las lágrimas y la preocupación de algunos o el dolor de otros. Porque, más importante, no quería contagiarse de nada de eso. No podía permitírselo.

La acompañaron dos guardias por todo el camino hasta la habitación de su padre. La puerta estaba abierta, con un guardia custodiando. Entró. Los aposentos de su padre eran muy parecidos a los de su madre y hermana: la cama a la derecha, la chimenea frente a la puerta, un poco a la izquierda; baúles, sillas, una mesa, una mecedora. Él mantenía su tina afuera, en la esquina del cuarto, justo a la izquierda de la entrada. Había un par de ventanas grandes, obstruidas por barras de metal y vidrio opaco.

La heredera durmiente: el despertar © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora