Capítulo 2 | De promesas y planes

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Aurora no se dio cuenta de la ausencia de Marie hasta que, en la Gran Cámara, la mesa sólo tenía lugar para su madre y padre, Julius y su familia, y Felipe. El corazón se le encogió un poco, pero decidió no preocuparse demasiado por eso en aquel instante y, en su lugar, esperar a preguntarle a Julius por ella.

La comida fue extremadamente extraña, aunque en un buen sentido: había música alegre de fondo, todos hablaban con alegría y contaban historias de lo que había pasado en el reino y en el castillo en su ausencia. Aunque su madre permanecía más tiempo callada que el resto, miraba a los ojos a Aurora y asentía cuando le preguntaban algo, todo sin perder la sonrisa.

Jamás pensó que su mundo podía ser tan similar y diferente a la vez; tan desconocido. Parecía que la faceta que siempre vio de sus padres ahora no existía, e incluso cosas tan simples como comer parecían ajenas a sus costumbres: no sólo no estaban comiendo en silencio o entre regaños, sino que el simple acto de comer con las manos, tras meses de comer con tenedor, era extraño.

Todo lo era.

Pero terminó la comida, se despidieron, y Julius tomó a Aurora del brazo, llevándola corriendo hacia la biblioteca.

—¿Por qué la prisa?

Julius se encogió de hombros.

—Hay un libro muy interesante que acaban de traer de un monasterio, es un libro de viajes. Quería mostrártelo: quizá podríamos ir a alguno de esos lugares pronto —dijo con una sonrisa, pero Aurora notó una tensión anormal en sus mejillas.

—¿Y por eso me arrastras hasta allá?

Una vez dentro, Julius se sentó en una de las sillas y suspiró.

—Por supuesto.

Aurora lo observó con la cabeza ladeada y una ceja alzada.

—¿Qué?

—Tenías muchísima prisa por mostrarme el libro, ¿verdad?

Julius se enderezó y paró.

—Por supuesto, tienes razón. El cansancio —dijo y corrió hacia las estanterías, seguido de cerca por Aurora, que mantenía los ojos entrecerrados.

—¿Qué sucede?

—Nada.

Se acercó a él, que veía con mucha atención los libros encadenados, y Aurora se cruzó de brazos.

—¿Qué sucede?

Julius hizo una mueca y dirigió la mirada a Aurora.

—Quería que conocieras a Mabel mañana, una presentación bien.

—Ahora ni pudimos hablar.

—Exactamente. —Suspiró—. Las primeras impresiones cuando alguien no habla suelen ser muy incorrectas. Y luego quería quedarse a hablar contigo después... Pero no quiero que sea hoy. Ya tenía un plan para mañana. Tengo un plan para mañana.

—No tenías que huir de ahí arrastrándome, de todas maneras —dijo Aurora y le dio una palmada en el hombro—. E incluso sin decir mucho, Mabel cae bien.

Era una mujer menuda, con ojos muy grandes y cafés y una sonrisa amable de dientes torcidos. Casi no habló en toda la comida por estar ocupada con su hija, pero Aurora se había quedado con una grata primera impresión: una madre que miraba a su hija como si fuera el tesoro más preciado. Era suficiente para saber que quería conocerla... aunque había sido suficiente desde antes, desde que Julius se había enamorado de ella. Si ella lo hacía feliz, debía de ser una gran mujer.

La heredera durmiente: el despertar © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora