50 hostias.

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Estaba en la habitación con la camiseta ancha de dormir, y apoyé mis rodillas y una mano en el filo de la cama para poder alcanzar algo que había un poco más adelante. Si me preguntas que era ni lo recuerdo porque, de repente, él entró sin hacer nada de ruido, esbozó una sonrisa y me insinuó que, sino me levantaba rápido, ya no me iba a dejar hacerlo. Yo le respondí con mi silencio, quedandome en la misma posición en que me encontraba, mientras hacía como que miraba algo en el teléfono, quizás acentuandola aún más. Después de diálogo en silencio, no hizo falta articular palabra para entender lo que los dos queríamos en ese momento.

Ahí entendí, que E.L James no tenía ni puta idea de lo que era el morbo cuando escribió las 50 sombras.

Y que el deseo no es maltratar ni sacrificar tus ideas, sino entenderse sin palabras y encenderse sin mirarse.

Las cosas que nunca te dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora