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Sus lágrimas caían por sus mejillas, temblaba de la rabia, quizás de la impotencia de no haber hecho algo. Estaba destruido, su corazón estaba en ruinas.

- Don Marco... Hay que aceptar los designios de Dios - dijo su jefe de seguridad en un intento de consuelo.

¿Consuelo? Consuelo era lo que no había en su corazón. ¿Cómo tenerlo?

- ¿Qué clase de Dios permite que una persona sufra tanto en su vida? - respondió con furia en sus palabras.

- Aún hay muchas cosas por las cuales seguir - agregó colocando una de sus manos en el hombro de su jefe.

Niccolo se aclaró la garganta detrás de ellos, se limpió las lágrimas de sus mejillas y se acercó a Marco quien estaba con su mirada fija a la ventana.

- ¿No quieres ver al bebé? – le pregunto.

- Déjame solo - contestó su yerno.

- Todo lo que empieza mal está destinado a terminar mal. Tú secuestraste a Belle, la obligaste a amarte, la tuviste contigo a la fuerza y ella se confundió creyendo que lo que sentía por ti era amor.

Marco dejo caer una risa seca en aquel momento. Había al menos algo que le parecía ridículo de todo esto.

- ¿La obligué a amarme? – se giró con vistas a Niccolo-. Belle no estaba confundida, ella me amaba como yo la amo a ella. Nunca has aceptado eso en tu vida, ni nunca lo aceptarás, así como el hecho de que nadie la amo como lo hice yo – contesto dándole la espalda mientras se regresaba a donde se encontraba una de las enfermeras.

La mujer lo vio sintiendo pena por él, ese hombre había perdido a su esposa, así como había perdido la razón con la noticia.

- ¿Puedo verla una última vez? – pidió como su único deseo.

- Yo... – la mujer lo miro directo a sus ojos, estos estaban cristalinos-. No demore mucho – término de decir.

Marco asintió y se metió de regreso a la sala. Observo la camilla en una esquina, se sintió sin aire, sin fuerzas para seguir con su camino y quitar la sabana.

Rogaba que fuera una mentira lo que estaba viviendo. Tomo valor de donde ya no lo tenía, se acercó hasta ella y quito las sabanas.

Era ella, su Belle. Su rostro seguía pálido y sin rastros del color rosa que la caracterizaba. Tomo una de sus manos sintiéndola aun cálida.

- Perdóname... - susurró dejando escapar sus lágrimas-. Perdóname por no hacerte feliz como lo merecías, nunca debiste conocerme, todo lo que sucedió ha sido mi culpa – se dejó caer sobre su cuerpo sintiendo que una parte de su alma o quizás toda se iba con ella.

En su mente la imagen del sueño ya no estaba, la horrible pesadilla era una realidad. Su despedida, sus palabras, todo ahora eran tan sólo recuerdos.

- Te estabas despidiendo de mi – artículo en medio de sollozos-. Rompí mi promesa, y te perdí... Es mi culpa.

Ni siquiera era capaz de seguir con sus palabras, no podía soportarlo más. No quería sentirse ya de esa manera. Dolía peor que un disparo.

- Te amo mi ángel, y siempre lo haré – beso su sien para despedirse de ella.

Salió tan rápido como sus piernas se lo permitían, atravesó el pasillo y escucho a lo lejos la voz de una mujer llamarlo.

- Señor Valentiniani.

Marco giró su rostro hasta ella, la vio sosteniendo a su hijo en sus brazos.

Peligrosa OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora