13 - .: Luca :.

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Mira, mira estos jardines
Huele, huele estas flores de naranjo
Un perfume tan suave 
va derecho al corazón

Torna a Surriento - Luciano Pavarotti


- Roma, mayo de 2012 -

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- Roma, mayo de 2012 -

—Me alegra tanto que estés aquí —dice mi padre, y sonríe con los ojos.

—Creo que a tu familia no le alegra tanto —es lo único que se me ocurre decir, incómoda e impresionada por los fideos negros que me miran desde el plato. Cuando alzo la vista ante el silencio, veo que él observa sus cubiertos, pensativo.

—No es algo fácil de digerir. Ya lo hablamos. Pero no es el fin del mundo así que no debes preocuparte por nada. Come, que se enfría.

Miro los fideos y me llevo una porción a la boca pensando que nunca comí nada negro. Me genera desconfianza, como los helados celestes. Pero los fideos negros no son tan desagradables como lucen. De hecho son lo más sabroso que comí en mucho tiempo. Es reconfortante disfrutar de un pequeño placer como el nuevo sabor en este momento en el que me siento bastante desorientada. Aún no logro entender que estoy en Roma de verdad, que al fin llegué y que mi padre está ahí, frente a mí, único punto de referencia en este lado del mundo.

Y me siento bastante desilusionada por el hecho de que no haya estado en el aeropuerto para recibirme ni en el momento de mi llegada a la casa para sostenerme ante la fastidiada indiferencia de sus dos hijas adoptivas. Ahora me pide que no me preocupe por nada, como si fuera lo más fácil del mundo. Pero yo no puedo no preocuparme. Hoy todo es incierto, todo es nuevo y me asusta bastante. Además estoy cansada, desfasada, aturdida y a punto de convencerme de que he tomado la peor decisión de mi vida al subirme a ese avión. Es una misión imposible disfrutar de la caminata y de la conversación con mi padre cuando siento que mi cabeza está como desenganchada del resto del cuerpo.

No hay nadie en la casa cuando regresamos y yo aprovecho para esconderme en mi cuarto diciendo que ordenaré mis cosas y descansaré un rato. Pero no me atrevo a deshacer la valija y en vez de eso me siento en la cama, esperando que mi cuerpo se decida a actuar por encima de mis atropellados sentimientos. Sin embargo, media hora después sigo ahí, mirando la valija y esperando por algo. Descubro que me atemoriza salir de la habitación. Que tengo miedo de moverme, de hacer un ruido.

Al final me duermo de puro agotamiento y cuando despierto, el cuarto está inundado por la luz rojiza del anochecer. Mi cuerpo se levanta y me lleva hasta la ventana y recién cuando mi cerebro se despeja logro reconocer árboles y una colina en el horizonte, todo bañado de rojo. Pienso en mi abuela y me sacude una ola de nostalgia. No sé cuándo la volveré a ver y ya comienzo a extrañar su presencia. Y cuando pienso en Matías vuelvo a sentir que fue una muy mala idea viajar a Italia. Serán muy ricos los fideos negros del Trastevere, el Coliseo puede ser mega indescriptible y la risa de mi padre es reconfortante. Pero estoy sola. Y mientras mi padre esté trabajando u ocupado en algún asunto cotidiano, yo estaré sola, incapaz de comunicarme con la gente. Sola, sola y sola.

El viaje de ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora