43 - .: Un lugar en el mundo :.

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Llévame,
tómame,
me habré ido
en uno o dos días.


Take on me - A-ha

***

—¿A dónde vamos? —Pregunto al ver que el camino no es el mismo de todos los días.

—Ya lo verás. ¿Has comido algo?

—Un Big Mac.

Marco asiente pero no agrega nada. Raro, porque detesta McDonald's y siempre me sermonea con eso. Pero ahora, ni siquiera lo registra. Cierra las ventanillas y se pone a regular el aire acondicionado sin preguntarme si tengo calor o no y eso me sorprende más aún (aunque haga como sesenta grados centígrados a la sombra y sea obvio que no se quiere incinerar): siempre me pregunta porque soy la friolenta, pero hoy no. Hoy está distraído y más callado que nunca, y jamás lo vi tan inquieto, como si tuviera la cabeza llena de cosas o estuviera molesto por algo, y notarlo así me llena de inseguridad.

—¿Vos? —Arriesgo, y me quiero dar una trompada al escuchar mi voz temblorosa.

—¿Yo qué?

—¿Comiste?

Un gelato —dice, y como frena en el semáforo, me mira y sonríe de lado, aunque es obvio que está en cualquier lugar, menos dentro del coche conmigo.

No sé qué más decir ni qué bicho le habrá picado y temo que el prometedor viernes con camino incierto se vaya bien a la mierda, así que saco el teléfono del bolsillo y trato de concentrarme en los mensajes que no he podido contestar durante la clase. A ver si es cierto eso que dice Marco de que la vida es lo que pienso que va a ser. Y tengo que hacer lo que sea para distraerme de mis pensamientos si no quiero que el viernes se vaya a la mierda.

«Ci vediamo oggi, bonita?» pregunta Alex en un mensaje y yo me pregunto de dónde sacó esa palabra en castellano. ¿La habrá googleado o le habrá preguntado a alguien? Como sea, me da la misma ternura de siempre: el chico que se hace el malo y que en el fondo es un dulce de leche. No como la hermana, que se hace la dulce y en el fondo es una perra.

Resoplo cuando la imagen de Marco tirándose a Octavia me cachetea la mente y una ola de celos me recorre con tanta intensidad que me hace sacudir. Ahora que sé cómo se siente tenerlo, detesto saber que Octavia ha sentido lo mismo y que quizás le ha hecho muchas más cosas de las que me he animado a hacerle yo. Y con su actitud de perra es probable que le haya hecho sentir cosas que yo jamás podría hacerle sentir. La detesto con toda mi alma. Detesto sus rulos y su risa y sus vestidos caros y vaporosos. Y detesto cómo se entregó sin medio rastro de timidez en esa terraza en Capri. La detesto tanto que voy a vomitar.

La larga mano de Marco aterriza sobre mi muslo desnudo, y el contacto de su piel me despega de la fijación mental que tengo con esa escena tremebunda.

—¿Qué pasa? —pregunta en el semáforo.

—Nada.

Su índice sube hasta mi boca y se desliza por el labio inferior varias veces, desarmando mi gesto enojado hasta arrancarme una sonrisa.

—Así está mejor. No es un día para caras por el suelo.

—Mi abuela decía que tenía la trucha tan larga que me la iba a patear.

—¿La «trucha»?

—Sí, es una forma de decirle a la boca cuando estás gruñón y hacés puchero.

—¿«Puchero»?

—Esto.

Repito el mohín para que le quede claro y Marco ríe. Gracias, Dios, porque es la primera vez, desde que llegué a la librería y salimos, que lo veo hacerlo.

El viaje de ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora