18 - .: Los De Leone :.

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En Nápoles me siento mucho más útil que en Roma

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En Nápoles me siento mucho más útil que en Roma. Acompaño a Luca a todos lados y aunque el trabajo es para un millonario que tiene toda la pinta de ser mafioso, la paso genial. En un principio es como estar en otro mundo. Enzo De Leone nos hace alojar en su mansión, supongo que para tener el trabajo vigilado: se casa su hija y todo tiene que estar perfecto, mejor que en una peli de Disney. Me sorprende que no se le ocurra traer conejos y pájaros y enseñarles a hablar para que su hija se sienta Blancanieves.

Su mujer y sus hijos me caen muy bien, pero de entrada el tipo me resulta insoportable. Pendiente de todo como un pulpo, soberbio y con una extremada generosidad, una disposición que pretende ser simpática pero que a mí me suena a otra cosa. Me da la sensación de que se desvive por demostrar lo poderoso que es, cómo es capaz de poner a disposición de Luca un batallón de arquitectos que con todos sus titulitos juegan a ser obreros de un diseñador; o cómo puede, con solo marcar una sola tecla de su teléfono, interrumpir la cena de cumpleaños de un esclavo, digo, empleado, para conseguir una cinta métrica. Pienso que la misma disposición tendrá para comerse a cualquier enemigo en su vida. No me gusta nada. Así que mientras Don De Leone no anda a la vista, yo me aflojo un cinto imaginario y aprovecho para respirar.

Al segundo día, mientras almorzamos pizza en una ruidosa pizzería napolitana, Luca me cuenta que De Leone es un abogado metido en política y que ha hecho su fortuna haciendo perder al pueblo: «abogado de capitalistas», detalla. Pero por otro lado admite que trabajar con él es trabajar en ligas mayores, con todo lo necesario para poner en práctica las ideas, por más descabelladas que sean. Es como tener un laboratorio propio y poder hacer uso y abuso de él. Sin contar la cantidad de trabajos que surgen por su recomendación.

Le pregunto si no le da algo de escozor trabajar para un mafioso corrupto que ni siquiera cumple con el requisito para ser un Don: defender a sus feudos, y Luca primero se ríe, acusándome de ver mucho cine y de aferrarme a ideas románticas más que a la pura realidad, pero luego se encoge de hombros.

Entonces me cuenta que hace doce años papá les salvó la vida a él, a su mujer y a Antonia, la hija que se está por casar, en un accidente automovilístico camino a Roma. Los sacó y los alejó del auto momentos antes de que este explotara, y se quedó con ellos hasta que los vinieron a buscar para llevarlos al hospital. Una semana después, De Leone fue a Roma dispuesto a darle el cielo y la tierra pero mi padre se negó a la recompensa económica. Aunque con el tiempo fue aceptando alguna ayuda legal, asesoría en negocios limpios y contactos fiables.

—Papá no lo deja ir por izquierda y eso le gusta a De Leone, porque en el fondo es un buen tipo que en algún momento le vendió su alma al diablo. Papá lo pone en contacto con aquel tipo honrado y encima de todo eso, lo salvó de morir en el infierno, literalmente. Podrá ser un corrupto, pero yo creo que si existe alguien a quien Enzo De Leone le guarda respeto casi místico es a Bruno Gratta.

La historia me deja muy impresionada. Ver a mi padre como a un héroe de la autopista, capaz de neutralizar la corrupción, me llena de una inexplicable felicidad. Pienso que no estuvo para actuar de San Martín en el acto de segundo grado ni fue un ángel de verdad porque estaba siendo prócer y ángel al mismo tiempo, salvando a De Leone y su familia, creando su empresa familiar, cuidando a cinco hijos ajenos como si fueran suyos. Y sin saber de mi existencia. Me pregunto cómo mamá pudo negar y ocultar a un hombre así durante tantos años, cómo no se le ocurrió que sería un buen padre para mí, o más aún, cómo es posible que no se haya quedado a su lado, si tiene todas las características del hombre perfecto.

De repente me siento más confusa que nunca, entre el orgullo de que mi padre sea un héroe y el absurdo de que mi madre haya hecho todo lo posible por mantenerme lejos de él. ¿Cómo puede ser que la imagen de hombre ideal varíe tanto pero tanto en dos personas con los mismos genes? ¿Cómo es posible que alguien elimine completamente de su vida al creador de su única hija? ¿Cómo es que llegó a pasar todo eso y por qué yo estoy como si nada, dilatando el momento de preguntar por la verdad de la historia? Pienso que tal vez no pregunto más porque ya estoy cansada de descubrir fallas en mi madre. Quizá así está bien: solo aceptar la nueva realidad y conservar la mejor impresión posible de ella sin ahondar mucho más en los detalles.

Sacando mis conflictos existenciales y a De Leone del mapa, la semana de trabajo en Nápoles levanta bastante mi espíritu porque, como aseguró papá, Luca me hace partícipe de sus visualizaciones y me hace sentir útil, capaz de aplicar mi romanticismo a la boda del año.

También me siento cómoda con la familia De Leone: Antonia y su madre me llevan un día de compras y me ayudan a elegir un vestido y zapatos para la boda. Creo que ambas aman a mi padre tanto como Don De Leone. Ottavia, la hija del medio, es un tanto engreída pero no me la cruzo demasiado. Y Alessandro, el hijo menor, llama toda mi atención porque tiene la edad de Matías pero es todo lo opuesto: es moreno de ojos azules, hiperquinético, desordenado, espontáneo y si estuviera viviendo en Buenos Aires, sería el pandillero de la escuela. El peligroso. Acá, al lado del padre, se le disimula un poco la imagen de chico malo, es hasta tierna, pienso cada vez que me observa a través de la mesa de la cena, únicos momentos en los que interactuamos un poco.

Pero lo mejor es cuando llegan Marco y papá de Roma para asistir a la fiesta y Marco se quita los lentes de sol para mirarme de arriba abajo. Me encojo un poco y me pregunto si estará bien que me mire así, hasta que papá viene por detrás de él y tiene la misma reacción de sorpresa, lo que me alivia bastante. Pero luego, cuando Marco alaba mi vestido color esmeralda, siento que todo lo que no cubre el vestido se me ruboriza bajo su mirada.

—A propósito —sonríe mientras yo trato de disimular el aleteo de águilas que siento en el estómago desde que lo vi llegar con su smoking, su moño en la cima de su largo torso y su barba crecida—, quedó muy bien la pared verde. Tenías razón, Sirenita.

 Tenías razón, Sirenita

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El viaje de ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora