56 - .: Bésame mucho :.

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Bésame, bésame mucho
Como si fuera esta la noche
La última vez.
[...]
Piensa que tal vez mañana
Yo ya estaré lejos
Muy lejos de aquí.

***

MARCO

La valija me mira como una gran boca abierta desde la cama y yo le devuelvo la mirada con la sensación de que cuando haya metido toda mi ropa en ella, me comerá. En unas horas deberé subir al avión que me llevará a mi nueva y para nada deseada vida en Barcelona y ahora que Bruno está en la editorial y que Luca se ha llevado a la abuela y a Laura a recorrer el Vaticano, Clara no está disponible para pasar las últimas horas conmigo porque está en el living, de anfitriona con Alex. La larva esa que merodea desde hace días por aquí, porque no hay vez que llegue del trabajo y que no lo encuentre. ¿Acaso no tiene cosas que hacer? ¿Otras amigas? ¿Fútbol? ¿Colegas o enemigos que ir a golpear?

Me he venido a mi habitación a terminar lo interminable: armar el equipaje y desarmar mi tranquila vida, pero no estoy siendo productivo en absoluto porque no puedo dejar de pensar en los minutos que estoy perdiéndome de estar con Clara. Joder. Sé que debería ser menos dependiente, tener paciencia, temple y entereza para hacer lo que debo hacer de la mejor manera posible, pero me está costando. Merodeo por la habitación con una camisa en su percha y la miro y decido que esta no. Pero luego opino que sí, vuelvo ante la cama y dejo que aterrice dentro de la valija como cae de la percha. Luego de varias repeticiones mecánicas, algo me dice que no sea desprolijo; «como es adentro, es afuera», dice mi nonno, y hago el esfuerzo por doblar cada prenda lo mejor posible y armar la valija con algo de dignidad. pero los pensamientos corren a diez mil por hora dentro de mi cabeza y el fastidio y la frustración me recorren con cada prenda que doblo y acomodo. Ni siquiera el orden logra calmarme esta vez.

 «Joder. Joder. ¡Joder!» me digo golpeándome los muslos con las manos y sucumbo ante el cajón en el que guardo los cigarrillos. Cuando salgo al balcón y estoy a punto de prender uno, veo que Alex y Clara caminan hasta la motocicleta, estacionada en el camino de gravilla de la entrada. Se va, al fin. No logro escuchar lo que hablan, pero su risita me llega y me sacude entero. En el fondo desearía que solo riera así conmigo, pero debo ser menos enfermo mental y aceptar que Clara tenga amigos. Y sobre todo, que ría. Que ría mucho.

Estoy pensando en eso cuando noto algo en la actitud de Alex que me pone en guardia. Y cuando lo veo inclinarse un poco sobre ella y estirar la mano para tocar el dije que le ha regalado, como lo hizo ante mis ojos el otro día, mi cerebro decide que lo va a matar.

Veo rojo mientras vuelo por la escalera, y cuando abro la puerta y salgo al porche, me encuentro con que el desgraciado abraza a Clara, con la cara enterrada en su pelo. Mi pelo.

—¿Qué coño haces? —Aúllo y ambos se separan. 

Alex me mira con odio y me enfrenta. Le llevo dos cabezas, pero el muy cretino me enfrenta.

—¿Qué coño crees? —Dice desafiante y su sonrisa se curva lo suficiente como para hacerme perder los estribos. Doy un paso al frente porque lo único que se me ocurre es estrangularlo, pero el grito de Clara me saca un poco de la nube roja en la que me encuentro y solo soy capaz de alzar el puño cerrado.

—¡Marco, no! —chilla ella y tengo que tomar aire para poder frenar. 

Es un segundo en el que logra pararse entre los dos y apoyar las manos en mi estómago para empujarme y alejarme. O al menos intentarlo. Soy consciente de que no puede moverme ni medio milímetro y que mi cerebro aún está buscando la forma de rodearla para estrangular a ese imberbe que me mira con su sonrisa torcida.

El viaje de ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora