36 - .: Luciano :.

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Pueblo lleno, silenciosa cama,
Elije un lugar para descansar la cabeza
Dame un minuto para abrazar a mi chica
Dame un minuto para abrazar a mi chica



Hold my girl - George Ezra


***

—Esperá —dice Clara, y siento el tirón de su mano que me impide terminar de cruzar el puente

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—Esperá —dice Clara, y siento el tirón de su mano que me impide terminar de cruzar el puente. No sé cómo hemos terminado paseando de la mano, pero comenzó como una forma de no perdernos entre la gente y ahora se siente cómodo y natural. Cuando me vuelvo a mirarla tengo que pestañear. Parece un sueño ahí parada en medio del puente, con su vestido celeste y rodeada de Venecia—. ¿Cómo estoy? —Pregunta algo nerviosa, mientras se acomoda el sombrero que se ha comprado en uno de los puestos de feria para cubrirse del sol.

—Hermosa —digo sin filtrarlo, y ella toma mi cumplido con comodidad y naturalidad. Así estamos desde que bajamos de la góndola: flotando y fluyendo, hechizados.

—Entonces, vamos —dice envalentonada, y terminamos de cruzar el puente hasta la puerta de Luciano, el hermano de Bruno.

No sé quién está más nervioso por el encuentro, porque Luciano me ha llamado tres veces para saber si a Clara le gustan los mariscos —los odia—, si come prosciutto —lo odia—, y si le gusta el arroz —lo odia—. «Ma che cosa mangia?» ha preguntado, seguramente tirándose de los pelos de la barba, pero he escuchado el suspiro de alivio al decirle que si la cena era una fuente llena de papas fritas, Clara lo iba a amar sin la más mínima duda.

Y así es. Parecen llevarse bien cuando se relajan y se acostumbran a la presencia de cada uno, por lo que también me relajo y me dispongo a pasar una buena cena, que junto a Luciano Gratta siempre está garantizada. Pero en algún momento, no sé si cuando abrimos la segunda botella de vino, cuando la conversación deriva hacia asuntos familiares o cuando Clara decide que el Aperol Spritz le gusta demasiado, el mundo empieza a desviarse un grado más. Para cuando terminamos la cena y Luciano propone otro brindis, el mundo ya es otro. La realidad ha cambiado de carril y ni Clara ni yo lo hemos visto venir.

—Pero mira qué hija que se ha echado mi hermano —sonríe Luciano acomodándose los anteojos—. Eres igual a él, pero tienes la misma sonrisa de tu madre, aunque eso ya te lo habrán dicho.

Noto que Clara se tensa y pestañea. No le gusta hablar de su madre y calculo que no esperaba el comentario de su tío.

—¿La conociste? —pregunta incómoda.

—Pues claro que la conocí. En el pueblo era imposible no conocer a alguien de afuera. Y cuando Silvia Cavallaro llegó, imagínate lo que fue —cuenta él, y veo que Clara se revuelve en su silla al escuchar el nombre de su madre, toma la copa y le da un enorme sorbo a su Aperol. Estoy a punto de sugerirle que no vaya tan rápido con el alcohol, cuando Luciano se dirige a mí y me mete de las orejas en la madriguera—: ¿Tú no la recuerdas? ¿Qué tenías? ¿Catorce, quince años?

El viaje de ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora