12 - .: La despedida :.

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¿Cómo puedo olvidar tu amor?
¿Cómo puedo no volver a verte?

How - Regina Spektor

***

Finalmente en abril tuve mi pasaje en la mano y un entusiasmo tan grande que apenas dormía. Quedaban quince días para mi encuentro con Roma y cuando me acostaba por la noche y trataba de dormirme me ponía a pensar en todas las cosas que debía hacer. De inmediato me levantaba y escribía listas de cosas para el otro día o le hacía caso a la psicóloga y combatía la ansiedad escribiendo en mi diario todo lo que sentía, desde el miedo más grande hasta la alegría más ínfima. Comencé a armar la valija, cosa por cosa, en esas noches de euforia y al final, cuando el cuerpo ya casi no me respondía, dormía cinco, seis horas como mucho.

Mi abuela se sorprendía al verme ya bañada y activa a la hora del desayuno y reconoció que nunca antes me había visto tan motivada para encarar días y cosas. Matías aprovecho mi buen humor y disposición como el mejor y todo el tiempo libre que teníamos lo invertimos paseando por la ciudad, yendo a bares, al cine y a fiestas.

—Para que recuerdes allá lo bien que se la pasa acá —decía, y a veces agregaba—: Y para que me recuerdes cada vez que vayas a tomar algo.

—Ni que me fuera a vivir, che.

—El tiempo es relativo, che. Unos pares de semanas en Roma pasan más rápido que en la mercería. Y aparte, nunca se sabe.

—Qué tonto que sos —decía yo, besándolo y negando con la cabeza, aunque en el fondo sabía que tenía razón.

La psicóloga me despidió confesándose contenta con el rumbo que había tomado mi vida. Yo había llegado a su consultorio con la vida patas arriba, confundida y perdida ante todos los cambios y ahora tenía un padre, un novio, una buena relación con mi abuela, un viaje a Europa y todos los motores en marcha para navegar por la novedad. Había sido una muy buena terapia.

—¿Cómo? ¿Me estás despachando?

—Creo que ya estás lista para que te dé el alta.

—Pero... ¿Qué pasa cuando vuelva?

—Cuando vuelvas, vemos. Pero creo que ya entendiste bastante bien cómo se manejan ciertas situaciones y viniste por el asunto con tu papá, que ya está resuelto. Uno tiene que hacer el esfuerzo de caminar sin muletas —dijo, y sonrió con su sonrisa de terapeuta.

Salí de la consulta bastante triste. Eso tenía la terapia: si estabas triste salías contenta y si estabas contenta siempre había algo para hacerte salir triste. La cosa era no estar ni muy muy ni tan tan en ningún estado, supuse. En mi alegría exuberante no quería reconocer que quizá me estaba dando de alta de Buenos Aires, que me estaba despidiendo por un buen rato.

Pensaba esto cuando el 63 pasó por Chacarita y dos paradas después me bajé. No quise pensar abiertamente que entraría al cementerio hasta que rehaciendo el camino me topé con un puesto de flores y mi cuerpo se paró ante un ramo de florcitas multicolores con un lindo moño. Ya con el ramo en la mano me dije que estaba loca, pero que al menos haría el intento de entrar por segunda vez a ese sórdido lugar y si no lo lograba dejaría las flores en la puerta y me volvería a tomar el 63.

Pero mis pies franquearon la entrada y sentí como si el ruido de la calle se hubiera apagado. Era un mediodía soleado y me había tenido que sacar el abrigo porque parecía haber vuelto el verano en pleno otoño. Sin pensar siquiera, con el ramo de flores como una novia, caminé a ciegas, guiada por una inesperada orientación teniendo en cuenta que solo había estado allí una sola vez y no en el más lúcido de los estados, precisamente.

El viaje de ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora