23 - .: La verdad :.

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Como el río y el mar
Como la flor y el árbol
Como los pájaros y las abejas
Ahí estás tú y luego estoy yo

You and me - Matthew Barber


***

No me despego de papá en todo el domingo. Cumpliendo con su promesa, salimos temprano a desayunar y paseamos durante horas, hablando como nunca antes y desde un lugar tan inexplorado que toda la angustia de ayer desaparece como si no hubiera existido. Colgada de su brazo lo sigo a todos lados y si me descuelgo es solo para sacar fotos.

Por la tarde se nos unen Luca y Alex y me convencen para subir al bote y dar una vuelta a la isla. Luca ríe al verme aferrada a las cosas como un gato, pero Alex tiene un poco más de humanidad y se sienta a mi lado.

—No te vas a caer mientras esté yo aquí —dice lentamente en italiano para que yo lo entienda, y me ofrece su brazo para que me agarre de él. Siento que me pongo roja de arriba abajo. Después de lo que me ha dicho papá, no me queda otra que mirarlo con otros ojos: los ojos de alguien que ya no sabe si quiere que la esperen o no.

—Gracias —sonrío, y no me animo a despreciarlo, por lo que cruzo mi brazo con el suyo y trato de relajarme.

—Gracias por venir —dice él, y noto que también trata de relajarse, lo que llena un poco más el frasco de la ternura que me inspira.

Cuando volvemos a la casa, Papá pide que juntemos nuestro equipaje y lo dejemos listo para la partida mientras él prepara la cena. Pero cuando voy por el pasillo escucho la voz de Ottavia en el cuarto de Marco y me meto en el mío con el corazón agitado. Ambos cuartos dan al mismo balcón y me acerco a él, tratando de escuchar algo. No sé bien por qué me escondo con la cortina, quizás por el temor de volver a ver algo que no debo ver, y aunque me siento ridícula, no me muevo de ahí ni siquiera cuando escucho pasos en el balcón y la voz de Ottavia, reclamando algo que no llego a distinguir, en tono quejoso.

Aguzo el oído y contengo la respiración, tratando de entender el italiano de Ottavia que no me es tan familiar como el de Marco. A grandes rasgos descifro que Ottavia exige saber qué le pasa que no la besa. Marco le dice que no sea infantil y ella se ríe como una bruja de Disney, pienso. No entiendo cómo Marco puede soportarla, pero el pensamiento se me corta en dos cuando la escucho.

—Ay, Marco. Te tiras todo lo que se mueve pero no pensé que llegarías tan lejos. Es una niña, por favor.

—¿De qué hablas?

—De que te estás tirando a Clara, Marco, ¡de eso hablo!

—¿Estás loca? —Rechina él mientras yo siento el corazón a mil por hora. No puedo creer lo que estoy escuchando. De hecho, espero estar traduciendo todo para el reverendo carajo. Ottavia ríe con sarcasmo y no puedo evitar visualizar su imagen y odiarla.

—¿Loca yo? ¿Es una broma, Marco? No, en serio. ¿Es una broma? ¿O te piensas que soy ciega? Veo cómo la miras y te vi anoche metiéndote en su cuarto.

—No has visto nada así que cállate, Ottavia.

—Tú a mí no me callas. Y si me dejas se lo digo a Bruno. Te juro que se lo digo —es lo último que escucho porque la sangre me hierve y ya no soy capaz de escuchar ni de entender más nada salvo que Ottavia es la perra más perra de todas las perras y que yo ni drogada deseo ser así a mis veinticinco años.

Marco se pasa una semana con un humor del demonio y cuando papá me pregunta si sé lo que le ocurre, no sé qué contestar. Decido hacerme la opa y le digo con mi mejor cara de mosca muerta que precisamente yo le estaba por preguntar a él lo mismo. Papá suspira con cansancio.

El viaje de ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora