15 - .: La cena :.

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¿Por qué no te gusto?
¿Por qué no te gusto,
si ni siquiera me dejas intentarlo?


Grace Kelly - Mika

***

Hace más de una semana que estoy en la casa y no he vuelto a ver a Gina ni a Isabella por ningún lado. Al principio me sentía aliviada por no cruzármelas pero con el correr de los días comienzo a sentirme intrigada. Cuando le pregunto a Luca, se encoge de hombros y habla de cualquier otra cosa. Cuando le pregunto a mi padre, sonríe con inocencia y dice que han salido. Al otro día de mi llegada los encontré cuchicheando con Marco en italiano y detecté que hablaban de ellas. Hubiera sido una situación olvidable si no se hubieran puesto nerviosos al verme aparecer. Pero cambiaron de tema con balbuceos y sonrisas de circunstancia y fue en ese momento en el que se me ocurrió dejar de ser la testigo sordomuda y empezar a enterarme de las cosas de una buena vez.

Le pedí a papá que comenzáramos con las clases de italiano esa misma noche y me llevé el libro de gramática y el diccionario a mi cuarto, ansiosa por aprender. Desde entonces dediqué cada minuto del día a estudiar el libro, a buscar en el diccionario las palabras desconocidas y a repetir las construcciones gramaticales y paradigmas verbales varias veces hasta fijarlos en mi mente, como hacía con el inglés. Si papá andaba cerca, le preguntaba lo que no entendía. A Luca le pedí que me hablara en italiano y traté de interpretar y memorizar todo lo que iba escuchando. Descubrí que mirar la televisión también ayudaba y traté de verla lo más posible. Todavía no soy capaz de armar y pronunciar una oración bimembre desde la nada pero sí de entender por contexto lo suficiente como para detectar el tema de una conversación y algunos detalles más.

Supongo que nadie imagina que avancé tanto en el aprendizaje porque ni yo misma lo advierto hasta que me encuentro sentada a la mesa con cinco integrantes de la familia: Mi padre, Luca, Marco, Dante y su esposa.

Estuve nerviosa toda la tarde. Es la primera cena familiar que se organiza desde que llegué a la casa y me preguntaba si sería familiar completa. También me ponía nerviosa conocer a Dante y Giovanna, pero él resultó ser muy relajado o llegó fumado: su actitud me recuerda un poco a Val Kilmer haciendo de Jim Morrison, con esa onda de estar en su propio mundo, y Giovanna me trajo un pareo colorido de regalito y me dio un abrazo afectuoso mientras me preguntaba cómo la estaba pasando. Lograron relajarme y despreocuparme en menos de cinco minutos. Pero papá no está tan despreocupado y, hasta el momento de sentarnos a la mesa, estuvo dando vueltas con el teléfono pegado a la oreja, esperando respuesta de las chicas.

Por eso al comenzar la cena me siento volando de la ansiedad e incapaz de concentrarme en nada. Me asusta la posibilidad de tener que cenar con esas dos mujeres. Pero cuando queda bien claro que solo seremos nosotros, aterrizo y me dejo hundir en los sabores de la pasta que cocinó Marco y del jugo de naranjas que Luca preparó para no verme tomando agua mientras todos toman vino.

—Nada d'acqua. Y esto —decía Luca mientras cortaba las naranjas—: Esto é un crímine. ¡La pasta de Marco senza vino!

Quizás el vino que vienen tomando desde antes de cenar y que sigue bajando en las copas tiene la culpa de todo. No lo sé. Pero de alguna manera la conversación comienza a tornarse muy italiana y mi padre deja de traducir para entrar en lo que parece ser un intercambio de opiniones con respecto a las dos personas que no se han presentado a cenar: Gina e Isabella. De pronto me descubro con la vista fija en el plato, concentrando toda mi atención en entender lo que está pasando y olvidada por todos ellos, quienes parecen ignorar, como yo hasta ese momento, lo mucho que entiendo ahora el italiano.

A grandes rasgos comprendo los bandos. Luca y Marco están en desacuerdo con la ofendida frialdad; Dante las apoya porque ya son grandes y tienen derecho a estar o no de acuerdo; Giovanna y mi padre son los mediadores, en un momento de acuerdo y al otro en desacuerdo, pero dispuestos a no exagerar. Luca parece alegar que yo no tengo la culpa de nada y que debo ser aceptada. Marco afirma que dos mujeres grandes no pueden ponerse a competir con una joven que ni siquiera toma vino. Dante habla de algo cercano a la economía y es evidente que Giovanna lo patea por debajo de la mesa para luego mirarlo con un ultimátum en los ojos. Y al final, luego de tratar de evitar el tema y no conseguirlo, el tono de voz de mi padre se eleva tanto que termina parado, tira la servilleta sobre la mesa y desaparece camino a la cocina, dejando a todos sumidos en el mismo silencio que yo no tuve más opción que elegir. Acaba de arder Troya.

Cuando alzo la vista del plato, Giovanna me sonríe y se ofrece a servirme más pasta. Marco vuelve a llenar mi copa con jugo y Luca me da una palmadita en la espalda. Creo que si no hago algo me largaré a llorar, así que me llevo un bocado de pasta a la boca pero me cuesta masticar y lo trago con muchísima dificultad. Entiendo por qué mamá odiaba la tanada en las reuniones familiares: es indigesta.

Minutos después mi padre vuelve a sentarse a la mesa, pero no vuelve a abrir la boca y termina su cena con unos pocos monosílabos mientras yo trato de entender y contestar a las preguntas corteses con las que Giovanna trata de rellenar la incomodidad.

En cuanto puedo, subo a mi cuarto y cierro la puerta. Me costó tanto hacerme la tonta para no demostrar que entendí la conversación mucho más de lo que ellos se imaginan, que ni bien me encuentro a solas, el nudo en la garganta se desata, la pasta baja y las lágrimas suben. «Qué situación de mierda», pienso mientras me desahogo llorando contra la almohada. De repente me siento totalmente fuera de lugar y desearía estar con mi abuela, mi mejor amiga y mi novio, en vez de estar ahí sintiendo el rechazo de dos mujeres que ni siquiera conozco.

Golpean a la puerta pero no quiero abrir, no quiero ver a nadie y mucho menos que me vean a mí, así. Entonces escucho que Marco me llama y me levanto de un salto. No sé por qué me reconforta escuchar su voz y me seco la cara con rapidez. Respiro hondo y abro con una sonrisa, como si nada pasara, aunque sé muy bien que se nota desde la China que me pasa toda la vida por encima.

Marco sonríe apenas, con las manos hundidas en los bolsillos del jean. Es la primera vez que viene a buscarme a mi cuarto y me sorprende que no hayan venido Luca o mi padre pero escucho sus voces elevadas allá abajo y comprendo que siguen discutiendo con Dante, capaz que se le pasó el efecto del porro o algo, pienso con amargura.

—Voy a dar una vuelta —dice Marco—. ¿Quieres salir de aquí?

No hace falta que insista. Asiento con la cabeza y me doy media vuelta en busca del abrigo, mientras trago las últimas lágrimas que tratan de liberarse.

 Asiento con la cabeza y me doy media vuelta en busca del abrigo, mientras trago las últimas lágrimas que tratan de liberarse

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El viaje de ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora