59 - .: Madres :.

150 13 6
                                    

Salgo del instituto de idiomas con una alegría que no distingo nada. No solo aprobé el examen del primer nivel, también conseguí una lista de profesores con quienes estudiar de manera particular para avanzar más rápido y, lo mejor: me libré de Mariola, cosa que me hace muy feliz. Porque es una estúpida y porque no puedo evitar pensar en Marco con la cara entre sus tetas gigantes cada vez que la tengo enfrente. Ojalá nunca hubiera sabido lo de ellos, pero bueno, en su momento quise saber la pura verdad y Marco me dio el gusto. Marco siempre dándome los gustos.

Miro la pantalla de mi teléfono porque no veo el auto de papá, pero no tengo mensajes ni llamadas y, mientras espero, le mando un mensajito a Marco contándole que aprobé. Cuando alzo la vista de nuevo, me topo con Pietro que sale de su coche, macizo y seriote como siempre, y me saluda con el brazo, o lo que sea ese movimiento rígido que hace. La felicidad se me va como por un caño porque el cambio de chofer vaticina problemas en un día tan feliz.

—¿Por qué no vino Bruno? —Pregunto abrochándome el cinturón de seguridad y sabiendo que no obtendré respuesta, pero me sorprende ampliamente.

—Tuvo una reunión a último momento —explica, y cuando lo miro asombrada por descubrir que sabe decir varias palabras seguidas, me devuelve la mirada medio de reojo. Tiene una nariz enorme y algunas cejas tan largas que parecen patas de cucaracha—. ¿Te ha ido bien?

Pestañeo con la boca a medio abrir y me obligo a reaccionar.

—Sí. Me fue bien.

—Bien —repite arrancando el coche—. Me alegro.

—Gracias.

Recibo una especie de gruñido y desaparezco de su vida, como cada vez que me lleva o me trae de algún lugar a otro. Pero comparado con aquella vez en la que me recibió en el aeropuerto, lo de hoy ha sido una declaración de amor eterno, más o menos, y no pienso arruinar el momento. Me pongo los auriculares y mientras escucho a Jovanotti cantando Bella, pienso en Marco y en todas las veces que sonó esta canción mientras me llevaba o me traía de un lugar a otro. No puedo escuchar esta música sin pensar en él y, si cierro los ojos, es como si se materializara a mi lado y me mareara con su perfume y su magnetismo.

Con los ojos cerrados, pienso en lo poco que falta para volver a verlo: anoche en la video-llamada, luego de escuchar el audio que había traído Alex, quedó claro que ni bien quedase todo en orden con De Leone, podría irme a Barcelona. Fue gracias a Luca, que colgado del hombro de Marco, me preguntó que entonces cuándo pensaba ir para ayudar con la tonelada de trabajo que tenían. Sé que Marco pegó un salto. Yo pegué un salto. Y hasta Alex, que había quedado en medio de la charla familiar de puro mensajero, se movió incómodo. Pero papá tomó el guante y dijo justamente eso: «cuando quede todo en orden con Enzo». Y no sé cuándo será, pero quiero creer que falta poco.

El teléfono vibra en mi mano y cuando miro, es la respuesta de Marco a mis buenas noticias.

«Te felicito, amore. No esperaba menos de ti. Ahora salgo a comer algo que se me pasó el almuerzo. Te llamo esta noche y festejamos ;) »

Me pregunto cómo festejaremos con Luca dando vueltas por el departamento pero enseguida me imagino ahí, con ellos, y me da tanta alegría que me sacudo en mi lugar involuntariamente. Pietro me mira, curioso, pero me hago la tonta. Que me haya hablado dos frases seguidas no lo convierte en mi mejor amigo, y aunque ahora necesito poder hablar con alguien de todo lo bueno que está pasando, me abstengo de llamar a Laura o a la abuela, porque me da vergüenza hablar por teléfono delante de él. Es como si su absoluta seriedad me obligara a mantenerme tiesa y silenciosa, por si acaso, y me pregunto de dónde lo habrá sacado papá, cómo lo habrá conocido y elegido para ser su empleado. Pero, por supuesto, no es algo que le vaya a preguntar. Releo el mensaje de Marco y sonrío.

El viaje de ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora