31 - .: Che cazzo? :.

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Toma este barco que se hunde
y ponlo rumbo a casa.
Aún tenemos tiempo


Falling Slowly - Glen Hansard & Marketa Irglova


***


Me despierta la sensación de estar cayéndome de la cama y cuando abro los ojos, no sé dónde estoy. Me incorporo tan rápido que todo da vueltas y cuando me estabilizo, veo que tengo puesta una remera blanca enorme que no es mía. Che cazzo? Estoy en ropa interior con una remera que no es mía en una cama que tampoco lo es y creo que me voy a desmayar. Cuando echo un vistazo más despierto alrededor y descubro que es la habitación de Marco, creo que me voy a morir. 

Salto de la cama y busco mi ropa, algo mío, pero no lo encuentro. No sé cómo llegué ahí. Ni cómo me puse su remera. Ni qué hago medio desnuda en su cama. Trato de hilar el recuerdo, pero sólo atrapo algunas imágenes que se evaporan como los sueños, hasta que recuerdo al tipo de la barra convidándome su porro y queriendo besarme y a Alex trompeándolo furioso al volver del baño. Casi lo mata, pienso, y sacudo la cabeza para quitarme la escena del reproductor mental, pero sólo logro marearme un poco más.

Abro la puerta, miro por el pasillo y salgo corriendo hacia mi habitación. No sé qué tenía el porro ese ni cómo terminé en la habitación de Marco pero quizás con un buen chorro de agua fría logre despertar de la babia en la que me siento. Me muevo lo más rápido que puedo pero voy en cámara lenta. Y cuando miro la pantalla del teléfono, me cuesta enfocar. Tengo una pila de mensajes de Alex que me preguntan dónde estoy. En algún momento los leí porque el último es mío, a las tres y media de la mañana: «En casa». Veo que la conversación anterior es con Marco y que le mandé una dirección a las dos y cuarto y trato de verme haciéndolo porque, mierda, pensé que eso de tener blancos mentales sólo pasaba en las películas.

Tengo que respirar hondo muchas veces y juntar todo el coraje posible para bajar y enfrentarme a Marco antes de irnos, pero cuando llego al pie de la escalera veo a Pietro, el asistente comodín de papá, el mismo que me trajo del aeropuerto y me depositó como un paquete de regalo en esa casa. No sé bien cuál es su trabajo; si es remisero o se hace. Creo que se encarga de hacer trámites y llevar y traer cosas, incluida yo, entre la casa, la editorial y las librerías. Pero no le voy a preguntar porque, como su nombre lo indica, es una piedra. Con su italiano cerrado me comunica que me llevará a la scuola. La scuola, dice, mirándome como si fuera la niña más inoportuna del universo, como me miró aquella mañana en el aeropuerto. Y yo lo sigo al auto sintiendo un nudo en el estómago. ¿Por qué no está Marco? Es la primera vez que no me lleva a la scuola pero me ha dejado durmiendo en su cama, con su remera. ¿Qué puta mierda pasó anoche? La idea de que haya pasado algo me aterra. Pero no porque haya pasado, sino porque no lo recuerdo. Y eso sí que es una puta mierda.

La clase se me hace eterna y en un momento descubro que me he dormido sentada y casi sin cerrar los ojos, porque cabeceo y eso me hace reaccionar. Gisela me pregunta varias veces si estoy bien y hasta me ofrece su botella de agua: «Si es resaca, te va a depurar», dice, y yo tengo ganas de preguntarle cómo se depura la resaca de haber dormido con Marco y ni siquiera recordarlo. Por momentos me llegan imágenes, aunque no estoy muy segura de que sean reales o sólo esté flasheando a causa del porro que todavía parece tener efecto. El tiempo se estira y luego se acelera y me encuentro de repente en otro espacio-momento sin entender cómo llegué ahí. Por ejemplo, en la hora del almuerzo, me descubro comiendo un panino di prosciuto que odio y que jamás hubiera comprado estando sobria, pero este es exquisito y me lo como con hambre. O es mi estado el que me hace sentir y hacer todo eso, no lo sé.

El viaje de ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora