34 - .: Estoy contigo :.

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Tuviste un mal día.
La cámara no miente.
Te vienes abajo otra vez
y realmente no te importa.
Tuviste un mal día.
Tuviste un mal día.

Bad day - Daniel Powter

***

«Necesito que vayas al centro de idiomas antes de las 15:30 y firmes la autorización para Clara, por favor», dice Bruno con urgencia en el mensaje que me dejó hace cuatro horas y que acabo de escuchar. Si ya era urgente, ahora es grave. Cualquier cosa referida a Clara es urgente. Y grave. Pero los dos días de mar y abstinencia me han despejado bastante la cabeza: ahora sé con absoluta certeza que cualquier cosa referida a Clara no sólo es grave y urgente, es lo único ante lo que parezco responder, por lo que subo al coche y vuelo al centro de idiomas.

Llego cinco minutos antes de que termine la clase. Una mujer me indica el camino y recorro el ala de las aulas, que son como peceras vacías, menos la 13. Me detengo a mirar al grupo de cabezas que apuntan hacia el pizarrón y distingo a Clara porque es la única que mira por la ventana, hacia la calle, en otro mundo. Me pregunto en qué estará pensando y se me retuerce el estómago. Un momento después, descubro que todas las cabezas apuntan sus ojos hacia mí —imposible concentrarse en esa pecera habiendo movimiento afuera, ¿o es que ya pienso como un vejestorio?—, y avanzo hacia la puerta abierta. El repentino silencio es incómodo. Ni que hubieran visto un fantasma. Pero yo sólo puedo mirar a Clara, que sigue en su nube.

La profesora dice que ya pueden guardar todo y marcharse y se acerca a mí. Es una mujer joven, vagamente familiar, pero en medio del alboroto Clara ya aterrizó y me mira con su mirada atónita de Sailor Moon. Ni siquiera se mueve cuando alzo la mano y la saludo.

—¿Marco? ¿Eres tú? —pregunta la mujer por encima del griterío general que se arma mientras todos guardan sus libros, mueven los pupitres y van saliendo, y la miro de lleno: no sé de dónde la conozco—. Soy Mariola, del club... La amiga de Bianca.

Me doy una patada mental y trato de disimular que la había olvidado. Con Bianca me acosté un verano. Con Mariola, en invierno. No sabía que eran amigas hasta que ella me lo dijo, que sabía que había estado con Bianca. Me las imaginé hablando de mí y pensé que quizás Mariola quería comprobar lo que su amiga le había contado, porque me buscó toda la noche en esa fiesta del club hasta que me encontró. Borracho y disponible. Y cuando me vio desnudo, dijo algo de que Bianca no le había mentido. Creo que ese detalle de sentirme un objeto examinado e intercambiable entre amigas es lo que ha hecho que recuerde algunas cosas y no las haya olvidado para siempre, como a tantas otras.

Sonrío encantador. Hace como ocho años que pasó todo esto. Ya somos grandes; yo estoy más decente, ella luce menos atrevida y no sé qué espera que le diga, por lo que sólo hago algunas preguntas de cortesía y respondo que estoy bien y que gracias y que estoy allí para firmar los papeles del viaje de Clara. Ella me mira con la boca abierta y retrocede, como si me midiera. Otra vez.

—¿Eres su padre?

—No. Claro que no —respondo tenso, no me lo esperaba—. Vengo en nombre de su padre, que está de viaje.

Clara sale con toda su adorable cara de pocos amigos y le adivino la intención de esquivarme, así que estiro el brazo para cercarla y le sonrío con mi no tan adorable cara de «no me busques hoy, que me vas a encontrar».

—Espérame en el coche —digo extendiendo el llavero hacia ella y cuando Clara lo arranca de mi mano, Mariola rodea sus hombros con el brazo y la estrecha contra su cuerpo.

—Clara es una de mis mejores alumnas. Pero creo que se aburre al tener que seguir el ritmo de los demás.

Noto que Clara se encoge y trina de rabia. No sé por qué, si por mi culpa o por las palabras de su profesora, pero ésta sigue hablando y haciendo pestañitas.

El viaje de ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora