Capítulo 20

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SARAH

Abrí los ojos y ya era de mañana. Había sido la noche más incómoda de mi vida porque me dolían los músculos cercanos al cuello. No estaba acostumbrada a quedarme en esa postura y era horrible sentir cierta presión en el cuello, por mucho que fuera por mi propio bien.

Mas ya estaba despierto cuando yo me desperté y era tan servicial que me sentía una inútil al no poder ayudarlo a hacer algo.

Me llevó el desayuno a la cama e incluso me ayudó a comer. Me había hecho sopa con algunas verduras bien blanditas y aunque me sintiera como una incompetente, era bello que hiciera ese gesto conmigo.

Me dejó ir al baño sola y cuando terminé me acompañó a la sala, luego me colocó en el sillón con la misma delicadeza que había estado implementando.

Maslow era un hombre que jamás imaginé merecer. Me estaba apoyando a pesar de que nunca se lo pedí. Me estaba atendiendo de una manera tan bella que juré agradecerle después como se merecía.

–Bueno, en otro episodio de Maslow el enfermero, pasaremos a revisar la inflamación. –me dijo y se me hizo gracioso. – Bien, con mucho cuidado...– desabrochó el collarín y tenía su rostro justo frente al mío.

Yo no supe si era prudente la acción que estaba decidida a hacer, pero aun así lo hice. Me acerqué a sus labios y le robé un beso.

–Wow, eso es muy tierno. – dijo tras separarse de inmediato. – Pero no puedo besarte. – me dolió.

Maslow me quedó viendo y quise decirle de todo, nada más que no quise volver a ser imprudente.

Como si el hombre pudiese leer mi mente, se acercó a mis labios y los besó muy lento. El simple hecho de tocar sus labios me ocasionó dolor en el pecho como el que ya sentía, y se iba intensificando. Sentí que necesitaba más de él y era doloroso porque sabía que no podía por mi condición.

Lo tomé del mentón para después poner mis manos en su cabello como acostumbraba hacer mientras lo besaba. Maslow sintió una alarma dentro de él que no se molestó en disimular y sus ojos ahora estaban abiertos.

–Bésame. –le pedí y la voz ya me salía más que la que tenía por la noche.

–No. – lo miré sintiéndome ofendida y el hombre trató de remediarlo– No quise decir no, perdón. Es que no puedo hacerte un mal movimiento, y tampoco quiero que hables tanto porque es por tu bien.

–Por favor. – sentí el dolor hasta en la garganta y se me hizo raro sentir tantísima tristeza que hasta podía llorar.

Maslow lo notó y con toda la delicadeza que pudo, me acarició la mejilla. Luego se acercó y me besó otra vez.

Mi respiración se agitó tanto que provocó lo mismo en la suya. El simple hecho de tener en mente lo delicado que era besarnos en ese estado intensificaba todas las sensaciones que sentíamos el uno por el otro. Le apreté el cabello y lo jalé como tanto me gustaba. Metí mi lengua entre su boca y cuando tocó la suya, Maslow jadeó.

Sus manos se metieron en mi blusa por la parte de la espalda y cuando sentí sus dedos hacerme líneas en la piel, se me escapó un gemido muy ligero.

–Mi amor, tengo que parar. –dijo más para convencerse a sí mismo que a mí. – Te prometo que cuando estés bien no te voy a soltar nunca. – sonreí entre el beso y con mucha fuerza de voluntad, me detuve. – ¿Soy el único que siente dolor por besarte así? – me preguntó y solté una risita que no me lastimó en nada.

–No.

–Me alegra que tu voz suene mejor, pero todo a su tiempo. ¿Va?

–Va. –respondí y él sonrió radiante.

Mi ProtegidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora