Capítulo 31

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Había descubierto que no era tan fuerte como yo creía, y podía comprobarlo porque ya iban dos veces que era desarmada por Edward Johnson, y me dolía porque quedaba en desventaja.

Pobre Fran, no sabía qué hacer conmigo más que abrazarme y decirme palabras de aliento, porque sin querer tuve una especie de crisis nerviosa que me mandó derechito a visitar a mi terapeuta, y, por si fuera poco, Fran me acompañó, esperándome afuera del consultorio hasta que salí de ahí, aunque antes de eso hizo el cambio de camioneta y vestuario en un lugar parecido a un almacén, para después llevarme a la consulta y así nadie supiera que estábamos disfrazados.

Contaron mi visita a la cárcel como misión de trabajo, por lo que después de mi episodio complementado por terapia, fue conveniente irme a casa en cuanto terminé mi sesión.

Estábamos a una cuadra de llegar a la casa de Maslow cuando mi corazón comenzó a alterarse porque no sabía cómo decirle o enfrentarlo cuando lo viera, porque Fran me había dicho que Mas ya estaba en ella.

–¿Qué le voy a decir? – solté casi sin voz. – Me va a preguntar cosas que me costarán confesar.

Sentí la mirada llena de compasión hacia mi persona.

–Sarah, no tienes que preocuparte por nada, ¿de acuerdo? No te va a preguntar absolutamente nada.

–¿Hablaste con él? – lo miré.

Apretó el volante y los labios al mismo tiempo como respuesta inmediata.

–Lo siento. Era necesario que lo supiera para no interferir en tu estado mental que en estos momentos está muy frágil.

Solté una lágrima.

–No te preocupes. – solté otra. – Muchas gracias por tu ayuda.

Logré ver la casa y cerca de ella dejó ver a Josh. Al parecer hoy era su guardia o algo así.

–Bajaré contigo y quiero que estés bien. Sabes que puedes llamarme si necesitas ser escuchada. – me tomó la mano de una manera amistosa y reconfortante.

–Muchas gracias. – le dediqué una sonrisa a medias.

Ambos bajamos del auto, caminando hasta llegar a la puerta, que en un instante se abrió.

Lo primero que mis ojos encontraron fueron los ojos de mi novio, cargados de una expresión devastada que no culpaba que tuviera.

–Muchas gracias, Fran. Te debo una. – dijo Maslow dándole una palmada en el hombro.

–No hay de qué. – se la devolvió. – Cuídense mucho.

–Igual tú. – le dije.

Después, arrancó el auto y se fue.

–Ven, vamos adentro. – me dijo Maslow tomándome de la cintura con toda la delicadeza que pudo.

Me condujo a la sala, indicándome con su expresión corporal que me sentara junto a él como si tuviéramos que hablar de algo incómodo e importante, y a pesar de haber tenido mi sesión, no podía concentrarme en otro pensamiento que no fuera ese...

–Lo lamento tanto, Sarah. – lo miré como si me estuviera hablando en otro idioma. – Hoy expuse tu paz mental a tal grado de ocasionarte lo que menos quería.

–Maslow, no te culpes, porque tú no ocasionaste lo que dices.

–Sarah, sé que no debo hablarte del tema por pura prudencia, pero no puedo fingir que no sé nada y... callarme, porque...– sus ojos comenzaron a ponerse llorosos. – No puedo hacerlo.

Mi ProtegidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora